

La narrativa global sobre tecnología financiera en 2024 estuvo marcada por una paradoja: mientras la inversión en fintech cayó en la mayoría de los mercados, América Latina experimentó un crecimiento del 86% en la captación de capital. En paralelo, el universo de las stablecoins, criptomonedas diseñadas para mantener un valor estable, mayormente anclado al dólar, vivió un momento decisivo, con un mercado que superó los USD 210.000 millones y transacciones por USD 26,1 billones. Entender cómo se conectan estas dos tendencias es clave para anticipar la próxima fase de innovación financiera en la región.
El auge de las fintech latinoamericanas en 2024 se explica, en parte, por la madurez de un grupo selecto de jugadores que han logrado escalar con modelos rentables y sostenibles. Casos como Nubank, Ualá o Mercado Pago demuestran que es posible combinar crecimiento acelerado con márgenes saludables, diversificación de productos y expansión geográfica. En todos ellos hay un denominador común: una visión estratégica clara, un control riguroso de costos y la capacidad de responder a las necesidades de un mercado históricamente subatendido.
Ese mismo espíritu pragmático es el que está impulsando la adopción de stablecoins más allá del mundo cripto. Hasta hace poco, su uso real se limitaba a arbitrajes y trading en plataformas descentralizadas. Hoy, un 8% de las transacciones ya se destina a pagos y liquidación de activos del mundo real.
La irrupción de redes como el Circle Payments Network, que integra bancos globales y aspira a competir directamente con SWIFT, o estándares como x402 de Coinbase para habilitar pagos automatizados entre agentes de inteligencia artificial, muestra que hablamos de infraestructura en construcción, no de meros experimentos.
En América Latina, las stablecoins tienen un terreno fértil. La región combina una alta penetración móvil, grandes poblaciones no bancarizadas y, en varios países, monedas locales sometidas a volatilidad e inflación. Esto explica por qué en corredores como Estados Unidos y México ya representan cerca del 10% de las remesas, o por qué en mercados como Turquía y Nigeria, con realidades cambiarias similares, los usuarios las mantienen on-chain para evitar costos de conversión y preservar valor. Argentina, con su contexto macroeconómico, es un candidato natural para ver casos de adopción acelerada, tanto en pagos como en tesorería corporativa.

No obstante, el potencial viene acompañado de retos estructurales. El valor incremental que ofrecen las stablecoins frente a las redes de pagos tradicionales sigue siendo limitado en el corto plazo. Si bien pueden lograr liquidaciones casi instantáneas y costos marginales en blockchain, las fricciones aparecen en la "última milla": rampas de entrada y salida con comisiones de hasta 7%, liquidez local insuficiente en ciertos mercados y un marco regulatorio todavía fragmentado. La trazabilidad inherente a la tecnología blockchain ofrece ventajas en transparencia, pero también carece de la metadata y las protecciones al consumidor de las redes bancarias consolidadas.
En el plano regulatorio, 2025 marca un punto de inflexión. En Estados Unidos, la administración Trump ha impulsado un giro que prioriza la claridad normativa sobre stablecoins, frenando el desarrollo de un dólar digital y estableciendo reglas precisas sobre reservas y supervisión. Europa avanza con la plena implementación de MiCA, y países como Brasil, referente global con su sistema PIX, podrían liderar un modelo híbrido donde las monedas estables coexistan con depósitos tokenizados y monedas digitales de bancos centrales.
En este contexto, las stablecoins no deberían verse como una amenaza a la banca tradicional, sino como un catalizador de modernización. Bancos y procesadores de pago tienen la oportunidad de integrarlas en sus servicios, desde cuentas y tarjetas hasta soluciones de tesorería y comercio internacional, generando eficiencia y ampliando su propuesta de valor.
Las experiencias de líderes regionales muestran que la clave está en combinar la velocidad y programabilidad de las stablecoins con la confianza y el alcance de la infraestructura financiera existente.
El futuro del dinero en la región no se definirá por la supremacía de un único formato, sino por la capacidad de orquestar un ecosistema donde monedas estables, depósitos tokenizados y monedas digitales de bancos centrales convivan y se complementen.















