El kirchnerismo hizo un durante este fin de semana un fenomenal trabajo de pinzas para tabicar a Alberto Fernández y para decirle a la ciudadanía que no tiene nada que ver con la actual realidad económica y social que agobia a los argentinos más que el calor. La puesta en escena fue bastante pensada y sólo queda como duda saber si, más allá de la militancia férrea, el gran público ha creído algo del menú que se le ha puesto por delante. Lo que quedó bien en claro es cómo se repartieron los roles dentro del universo K: Cristina Kirchner decidió hablar de economía para presuntamente intentar abrirse, entre otras cosas, de la inflación que ha cultivado el gobierno que ella pergeñó, integra y ahora repudia, mientras que le dejó a los dirigentes de La Cámpora ejecutar la misa política.
Fue un despegue tan hecho y derecho del Gobierno de parte de la vice y a varias bandas para plantar un nuevo tablero sin Alberto Fernández, que el drama de Rosario y las respuestas a la extensísima opinión de los jueces que la condenaron en la causa Vialidad quedaron para mejor oportunidad. Apenas algunos atisbos de victimización, aquello que le sale naturalmente a Cristina y a todo el kirchnerismo cuando habla de una "proscripción" que no puede verificarse en los hechos, por más que se retuerzan los argumentos. Todo fue pura táctica discursiva para hacer el mejor control de daños posible y para decir en el fondo las mismas cosas, ya que a esta altura del partido, parece que el kirchnerismo tiene bastante temor a que pueda derrumbarse el edificio que obnubiló a tanta gente.
"Quiero hacer un homenaje", comenzó la vicepresidenta el viernes en Viedma, en la sede central de la Universidad de Río Negro, antes de desplegar los argumentos de su clase magistral. "Una persona que asumió con el 22 por ciento de los votos allá por el año 2003 y que recibió un país en medio de una fenomenal crisis institucional", señaló. Néstor Kirchner, desde ya. Pese a que no es su fuerte, su alocución tuvo un título que ella llenó de referencias económicas (crisis de deuda, economía bimonetaria, FMI, inflación, etc.) para focalizar los disensos y poco y nada se refirió de modo directo al presidente Fernández. Sólo agregó la cuestión de la "fragmentación política" a la que caracterizó como su gran "temor" y la dejó picando.
Ella sabe muy bien por experiencia qué pasa cuando hay divisiones y que estos no son tiempos para ir a las urnas desunidos, aunque sea a las PASO como quiere Fernández, proceso que en primer lugar mellaría su dedo. Francisco de Narváez, Florencio Randazzo o aún Sergio Massa son recuerdos que ella no querría repetir. Ya se sabe que "sin ella no se puede", pero también que "con Cristina no alcanza". En esa línea, el sábado, su hijo Máximo completó el círculo de preocupaciones K cuando no sólo pidió por su madre-candidata, sino que crucificó al Presidente, lo acusó de servir al Fondo Monetario y, de algún modo, de ser funcional al "partido judicial".
Sobre su intervención y como todo político que se precie, la vice realizó un recorte tal de la realidad que, probablemente adrede para no comprometer su aura, ella omitió marcar aquello que su esposo utilizó como gran aliado desde 2003 a 2007 en materia económica, después de haber recibido como gran regalo el ajuste Duhalde-Remes Lenicov: los ponderados superávits gemelos de entonces, 1,9% del PIB como resultado total y casi 8% en dólares como extra en la cuenta corriente.
No podía hacerlo Cristina, desde ya, porque que en su gestión de los ocho años posteriores a Néstor ella dilapidó claramente esa conquista y hundió a ambos números en el abismo de los déficits. Sus números finales (2015) fueron un rojo fiscal del orden de 3,8% del PIB y otro de cuenta corriente de -2,5% del PIB. Su alocución no necesitaba más referencia que ésa para explicar sobradamente lo que ella misma parece que no se explica: 100% de inflación hoy, con la que dice no tener nada que ver, aún cuando los gráficos en picada que ilustran sus dos períodos de gobierno sean parte de la condena. Los déficits generaron emisión y endeudamiento (interno y externo) y cuando el papa Francisco se pregunta en el reportaje de "La Nación" que le hizo Elisabetta Piqué "¿Qué pasó?", bien valdría la pena mostrarle el ominoso tobogán 2003-2015 que compiló el economista Esteban Domecq.
En un momento de su discurso, Cristina pareció volverse más ortodoxa cuando dijo "no quiero déficit fiscal, porque lo virtuoso es no gastar más de lo que ingresa", aunque de inmediato lo relativizó cuando dijo que "evidentemente en épocas de crisis es un instrumento que se necesita para evitar la recesión (Kicillof dixit). Porque podemos tener el infierno más temido que es tener recesión más inflación. Y estamos en el horno", graficó. Otro de sus mensajes en cuestiones económicas anduvo por el lado de querer explicar que la falta de dólares para pagar importaciones e innovaciones tecnológicas tiene que ver con que se han "reprimarizado las exportaciones en los últimos años", un caballito de batalla del peronismo con una incógnita que nunca ha podido resolver porque es como el perro que se muerde su propia cola: no hay dólares, cerramos la economía y entonces hay menos dólares.
También habló de sus ideas sobre la dolarización y dejó en claro que se va a oponer y no sólo por cuestiones que hacen a la soberanía sino para proteger a las clases medias argentinas, ya que si hay dolarización su "empobrecimiento" no tendría límites. "No podemos seguir comprando espejitos de colores", señaló. Explicó además que "tenemos una economía bi-monetaria y un tercio prácticamente en negro. No sé cómo estamos vivos, somos milagrosos", se exaltó. Sin embargo, el tema lo usó para marcar una referencia política que puso en el centro de la escena al principal contendiente que hoy percibe el kirchnerismo, quien le quita votos, sobre todo juveniles, en todos lados: Javier Milei.
"Algunos quieren quemar al Banco Central, pero... ¿piensan que las cosas se pueden solucionarse de ese modo? Yo entiendo que no", señaló y generó una respuesta picante del libertario: "Dado que se te dio por hablar sobre dolarización, te voy a dar unas lecciones de economía sin cargo", le dijo por Twitter. "La convertibilidad no es equivalente a dolarizar", añadió. Y sobre una referencia de Cristina sobre que el poder de la moneda viene dado por el tamaño del país que la emite que, a su vez, "tiene un par de portaviones", Milei se despachó con la fortaleza de las monedas de Suiza y Japón. "Hay algo mejor que la dolarización y es la libre competencia entre monedas. Si los argentinos eligen el dólar, esto implica poder tener un instrumento que juegue el rol de moneda y devenga en una menor inflación", la apestilló.
Lo de Máximo y su gente fue más descarado todavía, sin ambigüedades de ninguna especie en materia política y en tono de ruptura interna. Pedir "Cristina 2023" a través de un cartel es decirle a quien quiera oír que oiga, que ese jardín no se pisa y que la "estrategia" para este año también la debe diseñar ella, sin que el presidente Fernández meta la cuchara. Si hasta la cama que le hicieron a Alberto al revelar un off the record sobre sus ganas de "terminar con veinte años de kirchnerismo" no les permite entender que él no puede mostrarse aún más "pato rengo" de lo que ya es, que tiene dificultades notorias para gobernar y que todo será peor para el oficialismo si se entrega. Más allá de la arenga bien directa del diputado para que "abandone las aventuras personales", todo se armó para decirle a Fernández que ya es hora de irse de la escena: "destituyente" lo hubiese caratulado la misma Cristina.
Madre e hijo hablaron del FMIy ambos se allanaron a negociar, pero quieren que sea en sus propios términos. "Si te dieron 45 mil millones de dólares los tenés que devolver. No tengo una cuestión dogmática ni ideológica", dijo Cristina. "Nuestro objetivo no será administrar la miseria del Fondo", añadió su hijo. Lo notable es que ambos quieren dialogar pero sólo de acuerdo a sus puntos de vista. Por eso, lo devaluaron a Martín Guzmán y lo tienen a Sergio Massa contra las cuerdas: las sobre-tasas y la revisión unilateral de metas es una obsesión que una y otra vez los Kirchner exponen casi como para disimular, ya que nadie puede conseguir concesiones de ese estilo, menos el país que más le debe al organismo. Ellos creen que si logran algo, aunque sea un mínimo respiro, podrían mostrar mayor fortaleza política puertas para adentro y siguen gastando energías.
Justamente es Massa quien mira desde lo más afuera que puede el panorama del aquelarre kichnerista, mitad en su rol de ministro apaga incendios y mitad con el traje de eventual candidato. La inflación no lo ayuda, ya que 6% al mes descoloca a cualquiera y la obliga a Cristina a pegarle al Presidente y a él de refilón. Otro tanto, con las referencias al Fondo, que él trata de moderar con Kristalina Georgieva y con los enjuagues que hizo con los bancos para patear hacia adelante la deuda del próximo trimestre. Cuando Cristina dice que ya en 2020 advirtió "que teníamos que alinear precios, salarios, tarifas y servicios para que el crecimiento no se lo lleven cuatro vivos, que es lo que está pasando", le pega también a Massa -necesitado del establishment- por debajo de la línea de flotación.
El show de economía y política montado por el kirchnerismo fue muy grande, pero también lo es la incredulidad de la gente. Cosas de la experiencia, el hombre o la mujer desconfiado/a creerá mucho menos si ha sido engañado/a antes. "En boca de mentiroso/a lo cierto se hace dudoso", dice el refrán. Lo cierto es que la Argentina de hoy se ha convertido en un país de incrédulos, lo cual no está mal a la hora de no querer volver a tropezar de nuevo con la misma piedra. En ese sentido, al kirchnerismo se lo percibe como una máquina de vender gato por liebre y tanto la vicepresidenta, cuanto su hijo, se han jugado una importante ficha para terminar de deshacer lo que hizo Cristina en 2019 cuando ungió a Fernández. ¿Cuánto durará su efecto, a cuántos llegará, tienen margen para volver a sumar, el resto del peronismo les cree? No sólo de discursos vive el votante.