Dos procesos se dan en forma concomitante en la sociedad argentina por estos días. Por un lado, observamos los protagonismos crecientes de dos viejos conocidos de la política nacional, nos referimos a Cristina Kirchner y a Mauricio Macri. Por distintas razones, y con diferentes niveles de eficacia, ambos líderes marcan la agenda política en cada uno de los espacios de los que forman parte y tiñen de polarización la escena política y comunicacional.

Este cuadro no tiene porque necesariamente traducirse en candidaturas presidenciales de Cristina o de Macri, y mucho menos aún en una especie del gran Boca-River de la política argentina que dirima el año que viene los destinos de nuestro país. Sin embargo, la vigencia de ambos y su influencia al interior de cada una de las principales coaliciones, bloquea o pone en dudas la emergencia de nuevos liderazgos y alejan la posibilidad de búsquedas de acuerdos o consensos entre las diferentes fuerzas políticas. De hecho, y luego del intento de homicidio sufrido por la vicepresidenta, según la última encuesta de Opina Argentina solo un 14% cree que la política se va a moderar y tender al diálogo. Más aún, el 79% de los encuestados avizora un escenario igual o aún más polarizado de cara al año electoral.

En forma paralela a este fenómeno, crece en la sociedad el escepticismo y el descontento. En el mismo informe dos preguntas llamaron la atención. Pensando en las elecciones del 2023 sólo el 22% prefiere que siga gobernando el Frente de Todos, un 31% se inclina porque vuelva a gobernar Juntos por el Cambio pero un 38% expresa la voluntad de que surja ¨algo¨ nuevo. Por otro lado, cuando se pregunta por cual es el partido más preparado para gobernar, la fragmentación es evidente: 22% dice el Frente de Todos, 27% Juntos por el Cambio, 19% los libertarios, 22% ninguno y 10% prefiere no opinar.

Estos resultados tienen cierta lógica cuando vemos desde hace ya varios años que la inflación y el miedo a perder el empleo han pasado a ser las principales preocupaciones de los argentinos y sin embargo no han podido ser resueltas por las últimas tres gestiones presidenciales. Muchos señalan que la dirigencia política se enfrasca en la resolución de los problemas de su interés y desatiende los problemas de la sociedad. Sin embargo uno podría afirmar que aquí y en todas partes la política atiende dos agendas simultáneamente: la de la lucha por el poder y la de las transformaciones sociales. El problema argentino es que en esta última faceta la política se ha revelado improductiva.

Toneladas de tinta, o de bytes, se han gastado hablando de la crisis de representación o de la distancia que separa a los políticos de la sociedad. Sin embargo, si repasamos las últimas décadas, este vínculo ha ido variando en nuestro país. Una de las características centrales de los orígenes del kirchnerismo y su durabilidad se ancló en la recomposición de la relación entre políticos y ciudadanos luego del que se vayan todos del año 2001. Así lo demuestran la elección de CFK en 2007, su reelección en 2011 y la vuelta al poder en calidad de vicepresidenta en 2019. Todos esos procesos electorales tuvieron como característica común el deseo de una mayoría de ciudadanos porque continuara gobernando el kirchnerismo o volviera al poder. Una coincidencia entre la demanda de los electores y la oferta electoral disponible.

La fortaleza del kirchnerismo y su proyecto de poder generaron una reacción en sectores de la ciudadanía y la aparición de una alternativa política opositora que fue tomando forma desde el año 2013 hasta convertirse en el actual Cambiemos. Ese espacio desplazó al peronismo del poder en 2015 y pese a no poder reelegir en 2019, volvió a ganar en las legislativas del 2021. La demanda de cambio al peronismo encontró su oferta en un heterogéneo conglomerado de fuerzas que van desde el republicanismo de la Unión Cívica Radical, la lucha por la transparencia de la Coalición Cívica a la impronta modernizadora que expresó el PRO en su irrupción como alternativa en la ciudad de Buenos Aires. En el año 2019 la sumatoria del Frente de Todos y Juntos por el Cambio alcanzó casi el 90% de los votos.

Mucho se ha hablado de la fortaleza del sistema de dos coaliciones argentino, y de la estabilidad de nuestro sistema político en comparación con otras experiencias de latinoamérica e incluso más allá. Parte importante de esa fortaleza reside en la búsqueda del votante de centro moderado que termina siendo determinante en las elecciones presidenciales. Ejemplo de esta búsqueda a la que nos estamos refiriendo fue el discurso de Mauricio Macri en 2015 señalando todo aquello que no iba a tocar del kirchnerismo, pero también lo fue la definición de Cristina Kirchner en 2019 de que sea Alberto Fernández y no ella el candidato presidencial.

Sin embargo, un fantasma recorre América Latina y es el de la fragmentación y la antipolítica. Presidentes débiles, dificultad para constituir mayorías estables en los parlamentos, figuras políticas antisistema que irrumpen en años electorales y ganan los comicios sostenidos por electorados que canalizan en ellos su descontento y frustraciones. ¿Puede la Argentina ser una excepción a esta dinámica?

La fortaleza del peronismo como expresión de los sectores populares, el alcance y despliegue de la estructura territorial de la UCR, sumado a las reglas institucionales que regulan partidos políticos, candidaturas, sistemas de votación y acceso a cargos y hasta el formato de la boleta, son todos elementos que funcionan como desincentivos y/o restricciones para la aparición de nuevas fuerzas políticas. Sin embargo, puede que el 2023 presente algunas características diferentes.

Será la primera vez que el peronismo enfrente una elección presidencial después de un periodo de gobierno en condiciones económicas sumamente adversas, que ponen seriamente en dudas las chances electorales ya no solo del presidente Fernández sino de toda esa fuerza política. La imbatibilidad del peronismo unido está entre comillas. Con esa fortaleza en discusión, que funcionó como un incentivo clave para la unidad opositora, aparecen en Juntos por el Cambio fisuras a las que no estábamos acostumbrados, tensiones por la orientación y el rumbo que deberían tomar en caso de ser gobierno y muchas de las cuales están vinculadas a la experiencia en el poder durante el periodo 2015-2019. Finalmente, la aparición de una tercera fuerza de identidad libertaria y con un claro discurso antipolítica tensiona sobre el conjunto del sistema.

¿Habrá coincidencia entre la oferta electoral y las demandas ciudadanas? ¿Podrá revalidar el sistema político argentino sus cartas de estabilidad? ¿O será la Argentina un nuevo escenario para la emergencia de líderes antisistema que arrollan a su paso con la existencia de los viejos partidos?¿Habrán perdido su peso los votantes de centro moderado y todos nos hemos radicalizado de alguna manera?. ¿La actual dinámica polarizadora pondrá los límites para la competencia política o se trata de una pelea sin público, que cansado se encuentra disponible para nuevos liderazgos y proyectos políticos? Tan cerca, tan lejos del 2023.