Nos encontramos en vísperas de año nuevo, a pocas horas de que asuma un nuevo gobierno en Brasil. A pocas horas de la asunción por tercera vez de Lula da Silva como presidente de Brasil. A pocas horas, según sus propias palabras, de que "Brasil vuelva a ser feliz".

Luego de una campaña política histórica, con la elección presidencial más competitiva desde la vuelta de la democracia en Brasil, Lula se impuso sobre Jair Bolsonaro con un margen de no más de dos millones de votos en la segunda vuelta, cerca de un 2%, algo inédito en Brasil. Luego, lo que todos esperaban o miraban con preocupación que era un posible proceso de desestabilización político de las huestes más extremas del bolsonarismo, al estilo Trump, se redujo a algunos días de manifestaciones pacíficas en todo el país, y, finalmente, se realizó una transición de gobierno normal en el marco institucional brasileño.

A lo largo de esta campaña, vimos a ambos candidatos populistas subiendo el tono de sus ataques, pero lo más importante, a los dos prometiendo lo que no pueden cumplir. El aumento y mantenimiento del asistencialismo junto a la baja de los impuestos al combustible entre otros, y al mismo tiempo, pensar que es posible mantener el superávit primario sin romper el techo de gasto creado por Meireles durante el gobierno del expresidente Temer, es pura fantasía.

Y el mercado rápidamente se lo hizo saber a Lula, ya que tan solo dos semanas después de su victoria, el mercado comenzó un proceso de corrección que llevo al actual Banco Central a marcar un horizonte para el próximo año de tasas altas para tranquilizar a los inversores. Lula en pocas semanas quemó como nunca capital político frente al mercado y también, ante su propia coalición de gobierno.

A lo largo de estos dos últimos meses, el presidente electo se encargó de comenzar a tejer un nuevo gobierno de coalición en minoría parlamentaria. Eso, en la tradición brasileña, significa repartir cargos a los partidos menores y crear ministerios, básicamente una treintena para poder construir gobernabilidad en el Congreso. Por otro lado, en las áreas más importantes buscó complacer a su partido designando ministros que no son bien queridos por el mercado como Fernando Haddad. Y, por último, inició un proceso de negociación veloz con el actual Congreso -menos conservador que el que va a asumir- para intentar pasar una enmienda constitucional que rompe una de las reglas más importantes creadas luego de la crisis económica del gobierno Dilma, que fue el techo de gasto público.

Los principales analistas del mercado ven con preocupación esta decisión de Lula de buscar romper la regla fiscal. Tanto por sus argumentos, que hacen recordar al oficialismo argentino, como por los hechos, con negociaciones maratónicas para aumentar el gasto y con ello buscar llevar felicidad (lo que para él es sobrevivir) ya en primer año de mandato. El mercado, al ver estas decisiones que no remiten al primer Lula del 2002, sino que traen recuerdos del gobierno Dilma, que tan mal terminó, se aferran a un banco central independiente por ley, donde la actual gestión, que tiene aún dos años más, buscará mantener una política férrea de control de la inflación mediante tasas positivas, sosteniendo el carry trade del mercado hasta que pase la tormenta.

Lula, asume un Brasil con un equilibrio económico ajustado, con una sociedad dividida a la cual tendrá que convencer de su liderazgo como nunca antes lo necesitó, con un PT que pide mayor preponderancia en el Gobierno, con una oposición mayoritaria tanto en el Congreso como entre los gobernadores, y principalmente, lo hace ya en la octava década de su vida, sin la misma vitalidad que supo tener.

Lula repite como un mantra, que "va a devolver la felicidad a cada brasileño", y se sitúa como la luz frente a la oscuridad de Bolsonaro, y sus cuatro años de gobierno. La elección, llevó a la política brasileña a establecer una lucha del bien contra el mal, de ambos bandos, y en esa lucha a prometer lo imposible. Pero ahora, en un contexto internacional cada vez más desfavorable para los mercados emergentes, atravesando una división tan honda en la sociedad brasileña, y principalmente, con una impaciencia de la población para con sus gobernantes post pandemia vista a lo largo del mundo entero. Lula se enfrenta la necesidad de crear "felicidad" muy rápido a su votante en primer lugar y principalmente, a demostrar que no es un demonio a la otra mitad de la población brasileña.