

Aunque Ernesto Laclau es uno de los politólogos más importantes que ha tenido la Argentina y sus atractivos textos sobre el populismo lograron el reconocimiento del mundo académico internacional, su muerte jamás hubiera tenido la repercusión que tuvo en el país si no le hubiera dado apoyatura intelectual a la política de confrontación permanente que caracterizó al kirchnerismo.
Desde su lugar de referentes ineludibles de la izquierda latinoamericana, Laclau y su esposa, Chantal Mouffe, pasaron a ser una suerte de asesores argumentales de Néstor y Cristina Kirchner. Se convirtieron en visitantes habituales de la Quinta de Olivos y participaron en varias ocasiones del debate público en defensa del Gobierno atacando con dureza a sus adversarios.
Laclau residía en Londres, donde enseñaba teoría política en la Universidad de Essex, y murió ayer en Sevilla de un ataque cardíaco. Su partida es una gran pérdida para el pensamiento de la Argentina. La historia, siempre desapasionada en el largo plazo, hará que sus mejores ideas se impongan al despropósito de los últimos años en el barro del poder que consistió en legitimar desde el prestigio académico la división de los argentinos.













