

Pasó hace apenas dieciséis años. La noche del 13 de junio de 1999, el candidato a gobernador de Tucumán por el peronismo, Julio Miranda, felicitó a su rival, Ricardo Bussi, por el amplio triunfo en aquellas elecciones que le daban los sondeos a boca de urna. Algo extraño sucedió en la extensa madrugada tucumana para que los datos oficiales, finalmente, le dieran la victoria al afortunado Miranda por el 0,7% de los votos, y las protestas y denuncias de fraude quedaran para siempre en el olvido.
Anoche y en una nueva madrugada cargada de misterios electorales, Tucumán volvió a ser el epicentro de un escándalo. Mesas de votación con boletas kilométricas; urnas quemadas, gendarmes heridos, fiscales amenazados, periodistas golpeados y un resultado que se fue conociendo con las horas, a cuentagotas y a conveniencia de una burocracia administrada por el régimen de perfil feudalista que encabeza -hace doce años- el gobernador José Alperovich.
A nadie parece importarle la degradación que la democracia argentina sufre en Tucumán. El próspero médico kirchnerista, Juan Manzur, se adjudicaba el triunfo casi sin datos oficiales y el radical José Cano pronosticaba una gran elección pero reclamaba transparencia. Ya que ni Cristina Kirchner ni ningún otro presidente le ha prestado atención a estas muestras de raquitismo institucional, será imprescindible que Daniel Scioli o Mauricio Macri dejen de ser simples observadores del fraude para erradicarlo de una vez por todas con la honestidad y la decisión que les ha faltado a sus antecesores.












