Hace pocos días, Israel fue víctima del terrorismo. Otra vez un conflicto lejano como el de Ucrania, pero cercano desde el dolor, la incomprensión y la incertidumbre. Y aunque nos sorprenda, ya se conocen los primeros efectos económicos del ataque de Hamas: el aumento del crudo está en las primeras planas de los diarios con el consecuente temor a una nueva alza inflacionaria.
Hasta hace apenas un par de semanas, la matriz de riesgos geopolíticos -pese a tener cerca en la retina el Covid y la guerra en Ucrania- ponía el foco en posibles eventos no previstos de gran impacto de diversas índoles, muchos de ellos producto de dinámicas de segundo orden o efectos potenciales de las disrupciones recientes.
La ciberseguridad, la volatilidad financiera, la crisis alimentaria y la carrera armamentística subieron varias posiciones en la lista de eventos a seguir y en la definición de estrategias de cobertura.
En otro orden, la agenda que se abre por derivaciones del cambio climático, o temas asociados a las nuevas tecnologías, impacto de la inteligenica artificial y la concentración del poder digital, aparecen como vectores fundamentales de los próximos años.
Pero cuando hablamos de cisnes negros, no es solo con relación a algo extraordinario que se sale de la lógica y pasa muy de vez en cuando, sino especialmente a aquello que no vemos venir, que no dimensionamos en su magnitud y que su probabilidad de ocurrencia no está relacionada a un hecho reciente de similar envergadura.
Un nuevo conflicto bélico de gran escala como el que nos despertó este sábado compromete la estabilidad de toda una región y en un mundo interconectado, dispara sus secuelas hacia el resto del planeta, no sólo económicas y políticas, sino también culturales.
Otra vez el mundo se tiñe de incertidumbre. Es más difícil prever lo que vendrá, volver a rearmar escenarios y estrategias, y fundamentalmente bajar la exposición al riesgo creciente. El corto plazo se vuelve cuestión de minutos y las expectativas deben contemplar infinidad de opciones ya que ninguna es ilógica y ninguna es certera.
Es en este punto donde nuevas lógicas que emergen cobran mucho más sentido. Debajo de la superficie del caos, en las capas donde se tejen los proyectos y se moldean nuevas formas de organizar y producir, vemos como se fortalece un nuevo paradigma ecosistémico. Colaboramos, escalamos, mejoramos, ya no cómo empresa, sino cómo una red que encuentra en la tecnología y en los liderazgos la manera de hacer posible aquello que hasta hace poco no hubiéramos ni siquiera pensado y que, además, está dispuesto a gestionar las turbulencias del presente.
Ecosistemas dinámicos, un puente hacia el futuro
En este nuevo orden o, mejor dicho, desorden mundial, las empresas también recalculan, se redefinen, y en lugar de depender únicamente de estructuras jerárquicas tradicionales, buscan establecer relaciones y alianzas estratégicas con otras compañías, startups, proveedores, clientes y comunidades. Estas colaboraciones crean un ecosistema que les permite aprovechar sinergias y recursos complementarios generando mejores resultados cuando se acompañan de políticas públicas.
Aprovechar las sinergias sectoriales y el abordaje de las tendencias en común como sustentabilidad, transición energética, digitalización, regulación y requerimiento de habilidades de RR.HH., en un entorno de creciente complejidad y dinamismo de los entornos empresariales, contribuye a la creación de valor capturando las oportunidades que se presentan cuando alejamos la mirada y lo analizamos bajo la lupa de un ecosistema.
Los disparadores son múltiples con ganancias de valor, tanto en lo intangible como tangible, y potencian aspectos claves de las compañías. Por un lado, la innovación al reunir a diferentes actores con diversos skills y perspectivas, fomentan la colaboración y la generación de ideas innovadoras. Esto impulsa el desarrollo de nuevos productos, servicios y modelos de negocio, promoviendo el crecimiento y la competitividad empresarial.
A su vez, el acceso a recursos y capacidades complementarias que permite a las organizaciones llegar a recursos, capacidades y conocimientos que no poseen internamente. Por ejemplo, la asociatividad con startups tecnológicas para aprovechar su experiencia en Inteligencia Artificial o análisis de datos. Esto amplía las capacidades de la empresa y le permite ofrecer soluciones más completas y a sus clientes. También mayor agilidad y adaptabilidad, diseñado para adaptarse rápidamente a los cambios del entorno, proporcionando a las empresas una mayor flexibilidad y capacidad de respuesta ante los desafíos y oportunidades emergentes. Por ejemplo, en un ecosistema de fabricación colaborativa, las empresas pueden ajustar rápidamente su producción para satisfacer cambios en la demanda del mercado.
Colaborar con otras organizaciones en el ecosistema, abre un abanico de oportunidades para aprovechar su alcance y experiencia en diferentes segmentos de mercado, permite expandir la base de clientes y aumentar la presencia global. Además, se logran reducir costos y riesgos asociados a nuevas iniciativas al compartir recursos y capacidades con otros miembros, o bien acelerar la escalabilidad de las operaciones al contar con la infraestructura y la experiencia del resto de los miembros del ecosistema.
En tiempos de desconcierto e incertidumbre, las alianzas que se constituyen en los ecosistemas no sólo logran expandir las fronteras de negocios, un mejor entendimiento de las demandas y una adaptación más veloz a los cambios, sino que, al mismo tiempo, logran generar relaciones, compañía y sobre todo, confianza.