

La moneda que circula entre nuestros bolsillos y los de los otros está sostenida por un gran acuerdo social, al que en derecho se denomina fe pública, que es la confianza que las personas depositan en su autenticidad, en su respaldo, así como en la institución que la emite.
La falsificación se perpetra mediante la imitación de diseño y la aplicación de tecnologías para lograr la semejanza con la moneda auténtica. En ese momento se consuma una defraudación a la confianza o a la fe pública. Esto es, puede existir una moneda falsa solo porque existe una auténtica, a la cual se parece, imita, y es la que, en su inocencia, estaría aceptando el receptor.
Lo mismo ocurre con las noticias: la corrupción enraizada en la cúpula del poder es auténtica y existe un gran consenso sobre su existencia. Hay fe pública y confianza, íntima convicción, en un amplio espectro de la sociedad, basadas en indicios incuestionables, que casi ni necesitarían la convalidación judicial, de que el poder le ha servido a una casta inescrupulosa para lograr su enriquecimiento y el de estrechos vínculos, que bien podrían tratarse sólo de presta nombres con beneficio de usufructo.
Todo esto se ha ido conociendo públicamente a través de revelaciones hechas por periodistas y medios, que, a la sazón, no son inmaculados ni infalibles. No están libres de caer en equívocos en su virtual trabajo de fiscalía. Pero un mazazo a la fe pública en los medios y los periodistas resultaría la comprobación de que las revelaciones no han sido tales, sino sólo invenciones inspiradas, por así decirlo, en la mala intención.
Ante la gravedad del momento, la fe pública, la confianza pública, hoy necesitan más que nunca que estos medios y profesionales agudicen su acción y conocimiento en procura de pruebas y evidencias que empujen a lo que queda de justicia a llegar hasta el hueso de situaciones que ante la sola mirada, coronan un estado de angustia moral en la sociedad. Los medios no deben desorientarse brindando información que pueda ser desmentida rotundamente porque así se lesiona la fe pública y confianza depositadas en ellos por tantos millones de personas.
Mucho más: un caso que pueda ser desmentido con verosimilitud por alguno/s de los incriminado/s les da pábulo a muchos que tienen las manos y la consciencia sucias para salir a defenderse, tratando de confundir un candoroso médano pinamarense con las cumbres heladas y solitarias del Everest.









