El 6 de septiembre de 1930 tuvo lugar el primer golpe militar exitoso de la historia argentina, tras siete décadas de estabilidad institucional. El presidente de facto, el general José Félix Uriburu, alentaba una reforma política de corte corporativista al estilo de las que ya se ponían en marcha en países europeos, como Italia, Portugal y más tarde en España. El golpe militar había mostrado a Yrigoyen aislado, debilitado y su gestión afectada en lo económico, en gran medida por los efectos de la crisis económica que sufría en ese entonces todo el mundo, que había generado una ola de proteccionismo. El gobierno de Uriburu decidió que su estrategia política comenzaba con ganar una elección en la provincia de Buenos Aires que se realizara en forma aislada a las nacionales, aliado con las fuerzas conservadoras. Dicho acto electoral fue convocado para el 5 de abril de 1931. En los siete meses inmediatos después del golpe, la población se mostraba indiferente salvo por algunos hechos aislados. El Gobierno fue a los comicios muy confiado y esperaba que un triunfo en Buenos Aires precipitara una serie de hechos similares en el interior, continuando por Córdoba, Mendoza, etcétera. Una victoria iba a empujar a la siguiente y así sucesivamente ir cambiando la realidad política y sustituir el régimen de la Constitución de 1853. Pero las urnas dieron un hecho sorpresivo e inesperado para los conocedores de la política criolla, en épocas en las que no existían encuestas, focus groups ni obviamente internet o redes sociales. La fórmula radical estaba integrada por Honorio Pueyrredón como candidato a gobernador y Mario Guido como vice. No eran dirigentes de gran popularidad, pero representaban a Hipólito Yrigoyen, el presidente que había sido destituido solo meses atrás. El inesperado triunfo del radicalismo se dio con el 48,6% de los votos y fue aplastante en sus efectos. Los conservadores, pese a contar con el apoyo oficial de la intervención federal en la provincia, obtuvieron solo el 41,7%. La conformación de su fórmula dice mucho sobre el error de percepción sociopolítica del Gobierno y su estructura política aliada en el territorio bonaerense. La integraban Antonio Santamarina y Celedonio Pereda, dos grandes estancieros y representantes del ala más elitista del partido. La representación de sus sectores populares, constituidos por grandes "punteros" del conurbano como Alberto Barceló, estuvo ausente de la fórmula. En votos, los conservadores obtuvieron 187.734 y los radicales 218.789. La izquierda de entonces obtuvo solo el 9,2% pese a llevar de candidato a gobernador a uno de sus dirigentes más respetados y admirados por la clase media: Nicolás Repetto. Martín Dinatale Para Uriburu fue un golpe fatal que dio por tierra con su proyecto corporativista y complejos y contradictorios planes políticos, como el de llevar a Lisandro de la Torre como candidato a presidente. Pero el beneficiario de la derrota de Uriburu no terminó siendo el radicalismo, sino una tercera alternativa, que se generó entonces un tanto sorpresivamente con el general Agustín P. Justo, quien había decidido no formar parte del gobierno de Uriburu. Surge entonces una caracterización política del Ejército que durante medio siglo lo dividió entre liberales -en este caso Justo- y nacionalistas -con Uriburu a la cabeza-. Aquel, con presiones y maniobras desde sectores del espectro político, fue arrinconando a Uriburu que, obligado por las circunstancias, fijó fecha para las elecciones presidenciales el 8 de noviembre de 1931, a catorce meses del golpe y a solo seis meses de la derrota oficialista en la elección bonaerense. En conjunto, la experiencia de Uriburu durará catorce meses. Inicialmente, el candidato radical elegido fue Marcelo T. de Alvear, quien había sido presidente entre 1922 y 1928. Pero la Suprema Corte -que durante casi setenta años había tenido estabilidad absoluta- rechaza esta candidatura con el argumento de que no habían pasado los seis años que exigía la Constitución para ser reelecto. El partido radical decide entonces no concurrir a elecciones. Esto da a Justo la oportunidad de articular una coalición integrada por conservadores, radicales antipersonalistas (opuestos al yrigoyenismo) y socialistas independientes, el ala pragmática de este partido. La izquierda está representada por una alianza entre el socialismo y la democracia progresista, sin base en la mayor parte del interior del país (solo gana en Santa Fe y en Entre Ríos se impone un radicalismo "concurrencista" que desoye la orden partidaria de no presentarse). Justo obtiene el 61,4% de los votos sobre Lisandro de la Torre, que consigue el 34,6%. El aparato del Estado ha jugado a favor del primero, especialmente en la provincia de Buenos Aires. Este antecedente electoral bonaerense que tuvo lugar hace noventa y cinco años deja algunas enseñanzas. La primera es advertir la vigencia del voto popular, aunque este parezca encaminarse hacia una derrota. La segunda, intentar con prudencia las reformas políticas y económicas, sobre todo en tiempos de crisis global. La tercera, respetar el rol del electorado bonaerense, que hace casi un siglo demostró su identificación con el voto popular, aun desde la oposición. También, que la política es compleja y contradictoria y que a veces el beneficiario de esta es quien no es protagonista ni lidera los hechos. En este caso, Uriburu toma el poder con un golpe de mano rápido y exitoso, pero sin conocimiento de la política pierde el poder real siete meses después con la derrota bonaerense. Por el contrario, el beneficiario termina siendo Justo, que es electo presidente, y no el radicalismo, cuya sorprendente victoria bonaerense había puesto un freno al proyecto corporativo de Uriburu.