A los argentinos tal vez les resulte complejo asimilar la relevancia que tiene la cumbre de ministros de la OMC que comenzó ayer en Buenos Aires, la primera que se hace en un país de Sudamérica. Seguramente muchos estarán más atentos a los trastornos de tránsito que causará a los que orbitan el microcentro y Puerto Madero, que a las conclusiones a las que puedan arribar sus participantes. Es que el comercio global no es una temática amable: la organización que regula los flujos productivos de cada país no deja de ser un escenario de conflictos, en donde el sector privado busca que tanto las reglas acordadas entre las naciones que la integran, como los árbitros que deben dirimir los conflictos de intereses, ayudan a plasmar el crecimiento individual y global. La clave es que unos no mejoren a costa de otros.
Macri debe actuar de anfitrión, en el momento en el que el calendario lo obliga a reflexionar sobre sus primeros dos años de gestión. El mundo ve con buenos ojos sus intentos reformistas por bajar la presión impositiva y modernizar las leyes laborales, entre otros objetivos, con los que busca darle a la Argentina una economía más racional y previsible. Pero todavía es difícil bajar esos objetivos a una realidad desafiante. Si las exportaciones locales son apenas 0,3% del total, no es solo porque el tipo de cambio está atrasado. Todavía son pocos los sectores que pueden venderle al resto del mundo productos con innovación y tecnología.
Está extendida la creencia de que solo la industria garantiza empleo de calidad a gran escala, pero los mismos que piden apoyo a la instalación de fábricas no asumen que sin costos competitivos y productividad, lo que se elabore en la Argentina debe tener más mercados del otro lado de la frontera. Si esa condición no se da, la inversión nunca sucederá. Y acá es donde se entronca la agenda de la OMC con la economía que quieren los argentinos. Todavía hay que resolver cuestiones básicas como la inflación y el déficit fiscal. Pero hacia adelante, el futuro nos demanda (al gobierno y a la clase dirigente) aprender a resolver los problemas de siempre con madurez y consenso.