

Desparramada la Argentina sobre el barro del default, caídas las chances de que los banqueros nacionales compren la deuda en cesación de pagos y diluída la posibilidad de que lo hagan bancos extranjeros, en los últimos días resurgió entre algunos funcionarios del Gobierno y ciertos empresarios la idea de armar un bono patriótico. Una rueda de auxilio que nos ponga a resguardo de la cadena de errores oficiales causantes de la sequía de dólares que condiciona a nuestra economía.
El término bono patriótico viene de los malditos años 90, cuando el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, consiguió que un grupo de grandes empresarios reuniera unos 1.500 millones de dólares en 1995 para sobrellevar en el país el momento de zozobra financiera bautizado efecto tequila. Y repitió la experiencia pidiéndoles que colaboraran con 1.000 millones en agosto del fatídico 2001.
Este bono patriótico K, que no convence al ministro Axel Kicilloff, parece un intento desesperado producto de la improvisación. Un acuerdo de precios y salarios entre el Gobierno, empresas y gremios que le ponga freno a la inflación sería más patriótico que cualquier gesto de voluntarismo a destiempo.













