

El frente social es el gran desafío de estos meses para Mauricio Macri. Indispensable para un programa económico que tiene que recomponer las reservas monetarias, recuperar el ingreso de dólares, bajar el déficit fiscal, reducir la inflación, recuperar el salario y el empleo, y todo eso dentro del proyecto de volver al crecimiento y al desarrollo en un mundo con mayoría de países en recesión. Por eso, suena sensato que la Iglesia argentina (en la que el Papa Francisco tiene liderazgo indiscutido) pueda jugar, como informa hoy El Cronista, un papel articulador en el inevitable acuerdo social que deben poner en marcha el Gobierno, las empresas y los sindicatos.
Es cierto que el cepo al dólar se está desmontando sin consecuencias dramáticas. Pero la reducción de los subsidios energéticos y la suba de artículos de primera necesidad están impactando fuerte sobre la inflación. Y esa es la variable fundamental en los acuerdos salariales que los sectores productivos deben cerrar a partir de marzo.
Allí es donde Macri y sus ministros deben actuar con clarividencia y con eficacia. El PRO es el primer partido que gobierna el país sin ninguna influencia en los gremios, ya que el peronismo y aún la UCR contaron con sindicatos afines. En la Ciudad lograron respuestas aceptables al negociar con los municipales, los camioneros y los docentes. Pero el país tiene estructuras gremiales mucho más hostiles en las que el kirchnerismo y la izquierda representan un examen de gobernabilidad cuyo resultado positivo será imprescindible para avanzar hacia un horizonte de racionalidad.













