El sistema democrático argentino no le pide a sus ciudadanos un esfuerzo mayúsculo. Solo tienen que participar con su voto cada dos años. En algunos casos, la política agrega un turno adicional cuando separa la elección local de la nacional. Pero en términos de validación del rumbo colectivo que cada uno quiere para el país, ese acto de participación es necesario. Y por eso es obligatorio. Uno de los factores que más sobresalió en las votaciones provinciales realizadas hasta ahora, es que en muchos distritos se registró un bajo nivel de asistencia a las urnas: disminuyó en 14 de los 16 territorios que eligieron gobernador. El fenómeno que más preocupó a la dirigencia, paralelo al anterior, es que el voto en blanco creció en 12 de las 17 provincias, alcanzando un promedio cercano a 10%. Puede ser un fenómeno asociado al poco recorrido que tiene aún el sistema de primarias (fueron instauradas en 2009, por impulso del entonces presidente Néstor Kirchner). Es cierto que a la sociedad la idea de ser impulsada a definir la interna de los partidos nunca la convenció del todo. Pero esa apatía electoral se trasladó incluso a las instancias en las que los votantes tienen que elegir a las personas que conducirán la gestión local. El temor es que este escenario se repita el domingo, o que crezca más de lo esperado. Los analistas consideran que el vínculo entre la sociedad y la política está roto desde 2001. Perciben, además, que esa fractura que nunca sanó al 100%. La pandemia lo puso a prueba una vez más, y el resultado no fue el mejor. Ese pacto, por el cual la ceremonia del voto debe traducirse en un gobierno que gestione y resuelva los problemas, se fue debilitando elección tras elección. Y hoy la sensación que perdura (al menos en el discurso) es que concurrir a sufragar no hace diferencia. A la política se le pide una eficacia que en los hechos le cuesta demostrar. Pero hay que recordar que los resultados no se producen de la noche a la mañana. El compromiso de una sociedad con la forma en la que está organizada en pos de alcanzar un mayor nivel de desarrollo, empieza con el voto pero no termina con el voto. Más allá de que hacer una elección responsable es la base de cualquier sendero de progreso, hay otras acciones que tienen que estar presentes para que ese resultado ocurra. Quejarse de las malas políticas sin haber participado o puesto atención (al menos sobre las consecuencias) en el momento en que fueron parte del debate público electoral es hacerle trampa a los propios deseos de bienestar. Votar es un acto necesario. El futuro no llega solo.