

Quien esto escribe ha sostenido, reiteradamente, que a partir del inicio de la Gran Recesión Global 2008/2009 la Euroárea cometió graves errores en materia de política monetaria y fiscal, tales como: fuerte demora en iniciar el ciclo de baja de tasas (mayo 2012), falta de agresividad en la inyección de liquidez adicional (recién a partir de septiembre del corriente año) y extrema austeridad fiscal (austericidio) aplicada a países con incipientes procesos recesivos. Este increíble cúmulo de errores ha sido producto del fundamentalismo monetario y fiscal alemán, consistente en el dogma de que cualquiera fuera el grado de recesión de una economía siempre deben evitarse fuertes incrementos de liquidez y laxitud de las políticas fiscales, so pena de provocar un eventual y fuerte incremento en los niveles de precios.
Por el contrario, la autoridad monetaria de los EE UU (Fed) dirigida en esos momentos por Ben Bernanke hizo exactamente lo contrario; en efecto, en rápida reacción, en diciembre 2008 y aún en plena Gran Recesión llevó su tasa de referencia a niveles mínimos históricos (0,0/0,25%), mantuvo una política fiscal expansiva y comenzó a inyectar fuertes niveles de liquidez a través de la estrategia de Relajamiento Monetario (Quantitative Easing, por su nombre en inglés) consistente en la compra masiva de bonos soberanos y privados en los mercados secundarios.
Los resultados están a la vista. La economía de EE.UU se halla en plena recuperación; en efecto, para 2014 los principales datos son: crecimiento del orden del 2,5%, niveles de inflación contenidos en el rango del 1,5% anual, desempleo en franco descenso con una tasa del 5,8% y déficit fiscal con clara tendencia decreciente. Por su parte, la Euroárea presenta la situación inversa: nivel de actividad estancado, deflación del 0,2% anual por primera vez en 5 años y desempleo en su máximo histórico del 11,5% (18 millones de trabajadores). Los escenarios anteriores nos eximen de mayores comentarios acerca de las bondades y errores de las respectivas políticas macroeconómicas de la Fed y del Banco Central Europeo (BCE).
Afortunadamente las cosas comenzaron a cambiar cuando, en noviembre del 2011, el por entonces presidente del BCE el ultra fundamentalista Jean Claude Trichet fue reemplazado por Mario Draghi. Desde el inicio de su mandato, este economista italiano -pragmático y con vasta experiencia internacional- ha intentado corregir los errores de la anterior conducción; debiendo para ello enfrentar la férrea oposición del eje talibán, encabezado por Alemania. Al principio de su mandato poco pudo hacer. Sin embargo, el negativo escenario actual de estancamiento con deflación le ha permitido encarar a partir del segundo semestre del año anterior aunque tímida y lentamente algunas medidas correctivas; tales como: compra limitada de bonos privados, otorgamiento de líneas de redescuento a 4 años de plazo y tasa negativa para los depósitos de las entidades en el BCE. Ciertamente, y como era de esperar, las mismas han sido insuficientes. Sin embargo, aún queda una bala de plata: implementar, a la brevedad posible, una agresiva política de expansión monetaria vía compra de bonos soberanos en los mercados secundarios (Relajamiento Monetario), a la manera de la llevada a cabo en EE UU, Japón y el Reino Unido, entre otras economías. Esta estrategia le permitiría a la Euroárea salir de la peligrosa deflación, dinamizar la economía, facilitar el crédito, mantener bajas las tasas de largo plazo y devaluar aun más el euro en busca de una mayor competitividad cambiaria; todo lo cual coadyuvaría a favorecer la recuperación de su economía.
Afortunadamente, todo indica que Draghi no esperaría mucho más. En efecto, recientemente, el presidente del BCE se ha comprometido a aumentar la hoja del balance de la entidad en un 50% (de 2 a 3 billones de euros), para lo cual afirmó que tomaría "todas las medidas no convencionales que fueran necesarias, incluyendo la compra de bonos soberanos (sic)". Asimismo, y para despejar dudas acerca de sus objetivos, declaró enfáticamente que para implementar dicha estrategia no sería necesario contar con la unanimidad de los miembros de la Unión Monetaria (mensaje al Bundesbank) y que, además, no se trataría de una decisión política sino macroeconómica (aviso para Merkel y compañía). Más aún, la semana pasada, el BCE comunicó que su staff había elevado ante el Consejo Directivo distintas alternativas técnicas de la estrategia bajo análisis.
Es de esperar, entonces, que en la próxima reunión del 22 de enero o, a más tardar, en el primer trimestre del 2015 Draghi anuncie el tan esperado programa de Quantitative Easing que, incluso, ha sido recomendado entre otros organismos internacionales por el FMI, la OCDE y el Banco Mundial. Es claro, pues, que ya están dadas las condiciones macroeconómicas para que el BCE no demore más para entrar en acción y que de una vez por todas implemente a la brevedad una política de Relajamiento Monetario. Caso contrario, más de 18 millones de desempleados continuarán a la deriva.














