

Dicen que la realidad muchas veces supera la fantasía, y desafortunadamente existen probabilidades crecientes de que la realidad ecológica, social y económica del mundo termine superando ciertas películas apocalípticas de ciencia ficción.
Las variables críticas para asegurar la continuidad de la especie humana en el planeta en los próximos cincuenta años están deteriorándose a un ritmo insostenible. Nos estamos adentrando en un largo y complejo laberinto de riesgos a una velocidad temeraria. Entre muchos de ellos está el cambio climático, la contaminación del mar, la pérdida de biodiversidades, la sobreexplotación de los recursos naturales, el derretimiento de los glaciares y -frutilla del postre- la certera posibilidad de falta de agua dulce generalizada.
Hace tan solo cuarenta años ningún estudio especializado alertaba sobre los riesgos que hoy estamos corriendo. Hace veinte, las primeras voces de alarma empezaron a sonar más fuerte. Hoy, expertos aseguran que pronto entraremos en un punto irreversible que llevaría a tornar inhabitable la Tierra para el año 2080.
En Wall Street, lo saben. Y están dispuestos a ponerle un precio a esa probabilidad.
En las Bolsas cotizan los productos que tienen una expectativa de suba de valor en el largo plazo. ¿Y cuando algo sube su valor? Cuando la oferta no alcanza a cubrir la demanda. Hasta ahora, Wall Street no estaba interesada en el agua. Pero ahora, de un día para el otro, sí lo está. Hace más de veinte años que yo trabajo directamente en el mercado de capitales. Pero no hace falta ni un día de experiencia para darse cuenta de que algo huele a podrido.
No es que transar futuros de commodities en los mercados de valores esté “mal . De hecho, el cometido original de los mercados de futuros es brindarle a las empresas la posibilidad de fijar el precio de aquello que operen a plazo, reduciendo consecuentemente riesgos. Esto es sin dudas bueno para estimular la inversión y por ende el desarrollo de las economías. Lo que hay que entender es lo que significa que nada menos que el agua empiece a cotizar en estos mercados. Significa que, por primera vez, el mercado percibe que existe una posibilidad de que el agua falte en un futuro cercano. Habla de una probabilidad que hasta hoy no existía.

¿Cuándo y en qué magnitud faltará el agua? Esa es la pregunta que hoy nadie puede responder. El entramado de variables que hacen a una posible crisis de agua dulce es demasiado complejo. A diferencia de lo ocurrido en los siglos pasados, hoy el destino de la la ecología, la economía y lo social es global e interdependiente. Todo está empezando a depender de todo en el mundo en qué vivimos. No sabemos si de a acá a 50 años habrá un éxodo masivo de las ciudades costeras por la suba del nivel del mar. No sabemos si habrá una desertización o tropicalización extrema en algunas áreas del planeta producto de la contaminación generada en otras áreas. No sabemos si atravesaremos una crisis alimentaria para gran parte de la población por el agotamiento de los suelos, tras el abuso consistente de los agrotóxicos y fertilizantes. Y -claro está- no sabemos si faltará agua dulce como consecuencia de su utilización industrial y contaminación de ríos y lagos, entre otras cosas. Tal vez haya un poco de cada escenario. Suficiente para generar caos económico y social a escala global.
Como consumidores finales, ya es vox populi las cosas que uno puede hacer o dejar de hacer (lo que excede el contenido de esta nota). Va llegando la hora de que agentes más poderosos hagan también su aporte: quizás Wall Street podría buscar desalentar las inversiones en empresas de energía sucia, o altamente contaminantes. Es inentendible la gente que ahorra para el futuro en acciones o bonos de empresas que, con sus actividades, destruyen ese mismo futuro.
Los mercados a veces olvidan que no negocian la materia prima en sí misma, si no que lo que negocian es un proxy de la materia prima: un índice, o un futuro de índice. Y que, en escenarios más extremos, no alcanzará con haberlo comprado. Porque no va a haber agua, más allá de cualquier ganancia monetaria.













