Pobreza, higiene y salud: hay 6 millones de personas ‘sin baño’

Hay 1,5 millones de hogares sin agua o inodoro en el baño. Ese déficit es un foco de enfermedades y vuelve insuperable la pobreza. Solo con lo que se malgastó en el Argentina Sonríe se podría haber resuelto el problema a 15 mil familias.

Cada vez que se informa la cantidad de pobres que hay en la Argentina, queda visible la situación dramática que vive un tercio de la población. Pero entre leer el número y ver la realidad hay un abismo. Un recorrido por algunos asentamientos precarios del Conurbano Bonaerense, muestra lo que se vive dentro de muchas de esas viviendas precarias.

No se trata solo de hacinamiento, viviendas en riesgo de derrumbe, niños que duermen de a 2 o 3 en la misma cama, casas sin piso, con humedad permanente, y techos dañados por donde se filtra agua en cada lluvia. Hay viviendas sin baño, que no tienen un lavatorio, una ducha y solo cuentan con un inodoro incompleto o un pozo.

La falta de infraestructura sanitaria es un foco latente de infecciones. No casualmente en esos asentamientos hay más frecuencia de enfermedades como trastornos dentales, infecciones urinarias, problemas cutáneos, cuadros recurrentes de gastroenteritis, que complican la vida diaria de la familia, obstaculizan la asistencia al trabajo, incrementan el gasto en medicamentos y aumenta la tasa de mortalidad, especialmente en niños.

Según el último censo poblacional del INDEC, un 12,7% de los hogares del país no tienen descarga de agua o inodoro. Son más de 1,5 millón de familias en esa situación o peor, 6 millones de personas. Un número alarmante. Lo más serio ocurre en Santiago del Estero, Chaco y Formosa donde casi 4 de cada 10 hogares tiene esa condición. También en Misiones la falta de agua o inodoro en el baño afecta al 30,5% de los hogares, en Salta al 24%, y en Jujuy al 21%. En el conurbano bonaerense hay 1,7 millones de personas sin baño. Cierto que el problema es mundial, típico de países en desarrollo: según la ONU hay 2.400 millones de personas en el mundo sin lavatorio ni inodoro, y para concientizar sobre esa emergencia declaró el 19 de noviembre como Día Internacional del Baño.

La situación es grave y sorprende que las cifras del INDEC no sean utilizadas por los gobiernos para resolver un problema que es tan urgente como básico. Es la contracara del progreso: no debería existir una sola familia sin un baño completo donde higienizarse. En esas condiciones la pobreza se vuelve insuperable. Y no se trata de debatir si sí o no a la caridad. La pobreza extrema no es algo natural, es consecuencia de altas inequidades, de políticas que miran hacia otro lado, y de una sociedad que no logra sentir responsabilidad de revertirla en la medida que no nos afecta.

El tema es que sí nos afecta. Las enfermedades se propagan, la baja calidad de vida de esos sectores impide el funcionamiento armónico de la sociedad, y obligan a subir el gasto público en salud por falta de prevención básica como la que se lograría en condiciones dignas de higiene.

Los gobiernos tienen la responsabilizar de proveer infraestructura sanitaria básica. Y no es falta de recursos, sino de cómo se definen las prioridades. Un ejemplo cercano de las ineficiencias: en 2014, el gobierno kirchnerista puso en marcha el programa Argentina Sonríe para llevar atención odontológica móvil por el país. Se gastaron

$ 80 millones en comprar 50 ómnibus y equipamiento. Pero sólo se hicieron 11 viajes y en ciudades sin mayores problemas bucodentales. Por ese dinero se podrían haber construido baños o instalado descargas de agua en al menos 15.000 hogares y aminorar los déficits dentales a partir de una mejor higiene.

En términos económicos, lo que gastarían los gobiernos en obras para garantizar un baño, sería inferior a lo que se ahorrarían en salud por la reducción de enfermedades.

Claro que junto con la asistencia económica hay que generar consciencia. Cuando se indaga entre las familias sin baño, surgen dos realidades: por un lado, individuos que no tiene recursos para construirlo. Y por otro, familias donde algún miembro del hogar se dedica a la construcción y podrían hacerlo, pero no lo ven prioritario porque se acostumbraron a vivir así y desconocen los riesgos. La solución no es compleja. Solo requiere atenderla, no para ganar votos sino para salvar gente.

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