El problema argentino de justificar la micro con la macro
Rodolfo De Vincenzi, rector de la UAI y una de las mentes más brillantes de nuestro país respecto a temáticas de gestión educativa a nivel nacional e internacional, me repetía la misma frase cada vez que yo intentaba justificar un resultado negativo como consecuencia de un contexto adverso: "No me expliques la micro con la macro".
La vida ha tenido la bondad de ponerme delante a esa clase de maestros. Esos que te obligan a repensar tus argumentos. El resultado de cualquier discusión terminaba siempre en el mismo lugar: "Si dependemos del factor externo (que la gente no tiene plata, que no suben los sueldos para quienes están interesados en nuestros servicios, que la gente tiene otras prioridades) para explicar los malos resultados en algún área, ¿cuál es tu injerencia en la operación? ¿Si todo depende del afuera, para que estás vos? ¿Tenemos que esperar a que el factor externo nos beneficie?, mientras tanto, ¿no hay nada que se pueda hacer para modificar el rumbo?"
Por supuesto la discusión tiene matices y mi argumento "si no hubiéramos hecho lo que hicimos estaríamos peor" era un contra-fáctico imposible de validar. Pero sin duda, el ejercicio de no justificar nada, salvo que se reconociera como error o aprendizaje es una herramienta que el empresariado y los dirigentes argentinos necesitarían incorporar en su día a día. Uno de los grandes valores de los ejecutivos argentinos es capear la imprevisibilidad del contexto, sea político, económico o social. ¿Será por eso por lo que no hay una planificación clara, con objetivos y resortes para cuando el contexto cambia? ¿Será por eso por lo que en la práctica el único resorte es la rentabilidad de los negocios -en algunos casos increíblemente extraordinaria- que afecta a los propios consumidores? ¿Será que ser tan buenos capeando lo impredecible nos convierte en eso: en impredecibles?
Así vivimos respondiendo a los contextos, antes que a las coordenadas previamente consensuadas, analizadas y planificadas: 7 de cada 10 argentinos considera que Argentina no es un país confiable.
Pareciera que dependemos de épicas individuales o grandes actuaciones, ideas salvadoras o hasta de la vida de otros. Dependemos de que Messi crea más en él que nosotros. "Que alguien se cargue esto", "que aparezca el que lleve la cruz",... Mientras nosotros gritamos, pataleamos y culpamos a factores externos para justificarnos.
Aún no he escuchado al Gobierno, ni a la oposición, ni a los empresarios, ni a los sindicalistas, decir: "Creo que nos hemos equivocado y hemos sido partícipes por acción u omisión de errores que nos condujeron a este lugar como sociedad", "es difícil encontrar soluciones dónde no se puede identificar el problema; cuando el discurso sólo resalta a genios revelados y/o problemas de otros", "es difícil pensar que el argentino sea confiable".
Alguien podrá decirme que esto es humano, que sucede en todo el mundo, pero es acá donde un 25% de la población está sumergida en la pobreza; donde quedamos subyugados por movimientos de mercado impredecibles ante vaivenes internacionales que nos afectan más que a nadie. Acá es donde el consumo es afectado por la confianza de que "todo seguirá igual", mientras nos convertimos en especialistas del "que todo cambie".
Si entendemos que el marco de trabajo es la planificación y el orden, que se trata menos de justificarse por lo que pasa afuera y más de investigar lo que hacemos dentro, seguro tendremos más éxitos que fracasos, más profesionales que hacedores, más logros y menos épica. Al fin y al cabo, quizás, mayor bienestar para todos los argentinos.