La victoria nacional de Cambiemos ratificó las tendencias electorales vigentes desde hace un año y medio. Nuestra última medición, de la primera semana de agosto, reflejaba una diferencia de diez puntos, producto de su triunfo en los principales distritos del país, con porcentajes muy similares a los obtenidos ayer en todo el país.

A pesar de que esta tendencia fue casi invariable a lo largo de los meses, la atención de los grandes medios prefirió centrarse en la estrategia de polarización en la provincia de Buenos Aires, propuesta con idéntico furor por las estrategias tanto del gobierno nacional como del kirchnerismo. Aun así, la amplia victoria nacional de Cambiemos es el dato político más relevante del 13/8.

El resultado era esperable. A lo largo de todo el año, Cambiemos ha aventajado a la oposición en casi todos los indicadores tanto políticos como sociales, a excepción de la compleja circunstancia electoral de la provincia de Buenos Aires. El gobierno domina las expectativas, salvo en el aspecto económico, donde una mayoría sustancial de la sociedad sigue con escepticismo los esfuerzos de la conducción económica por convencer a propios y extraños de las posibilidades de un "modelo" que tarda en consolidarse. De allí que un 57,5% de la opinión nacional juzgue incierto el futuro económico del país y que Mauricio Macri haya declinado en sus indicadores de evaluación de desempeño hasta un modestísimo 38,1%.

Las dudas tienen que ver más con el presente -sobre todo económico- que con el futuro. De allí que, a la hora de plantear opciones fundamentales, la opinión publica prefiera inclinarse en favor del gobierno. El índice de apoyo político marca, por ejemplo, un 63,2% de apoyo al gobierno, frente a un 45% de rechazos. A pesar de sus dificultades de implementación de la mayor parte de sus compromisos electorales, Cambiemos sigue beneficiándose de lo que podría calificarse como una esperanza preocupada. Baste considerar que un 54,7% cree que las cosas mejoraran en lo que resta del mandato, a impulsos sobre todo del 57,7% de expectativas positivas respecto a la capacidad de gestión del gobierno en su conjunto. Un amplio 64,1% cree que los elencos gubernamentales saben y pueden enmendar el rumbo económico. La mayoría de los ministros suscitan índices de confianza muy similares a los de etapa inaugural, a pesar de que los resultados tardan en llegar. Tal es el caso, por ejemplo, de Frigerio, Stanley, Garavano, Dietrich o Triaca. No son sus éxitos los que los mantienen, sino la imagen que logran todavía respetar en una sociedad que aspira a un auténtico y definitivo cambio generacional.

La sociedad vuelve, ya a través del voto, a plantear condiciones y exigencias que tanto el gobierno como la oposición se resisten a asumir. La primera condición, por lejos, es la de una política de concertación política, económica y social. La demanda de consenso alcanza en la actualidad a un 44,5% de la población frente al 18,4% que sigue apoyando la idea de un gobierno monocolor, concentrado en sus propias ideas y convicciones. Una proporción creciente, cercana al 30,3% exige avanzar a través de una combinación entre firmeza de convicciones y apertura a un dialogo constructivo y superador de antinomias superadas.

El mensaje de las urnas ilumina una Argentina que está muy distante de la imagen del péndulo que intentaron forzar las campañas del oficialismo y la oposición. En el caso de Buenos Aires, los resultados están muy lejos de proporcionar al gobierno nacional los instrumentos para una posición de hegemonía. El pais que viene, es un pais saludablemente empatado, en el que nadie puede aspirar atropellar o exterminar al adversario y en el que los liderazgos que vienen están muy lejos de toda posición extrema. Maria Eugenia Vidal, la gran triunfadora de cara al futuro, sintetiza perfectamente esta demanda básica de una sociedad definitivamente curada del virus del fundamentalismo.

La mayor parte de las reformas pendientes - el marco laboral, el sistema tributario, financiero y bancario, la educación y la salud pública y, sobre todo, la seguridad ciudadana- son sencillamente impensables sin la articulación de esquemas de concertación hacia el medio y largo plazo.

El gobierno -todos los gobiernos- carece de toda capacidad de imponer sacrificios presentes en nombre de beneficios futuros. Mal que pese a los aprendices de brujo de la "nueva política", el futuro solo es posible si media entre todas las fuerzas políticas un compromiso fundamental, proyectado hacia el futuro.

Cambiemos ha sido hasta ahora una alianza electoral exitosa, precisamente por su capacidad de comprender las ventajas de una política consecutiva. Ello le permitió a su vez enhebrar una alianza legislativa con logros apreciables, aunque sin duda insuficientes. ¿Podrá en lo que resta el mandato de Mauricio Macri, articular por fin una alianza también gubernativa?

Este parecería ser el gran desafío, en la medida en que, al cabo de la campaña, retornen los dilemas del gradualismo. No hace mucho el ex presidente del Consejo de Europa, Hermann Von Rumpoy reseñó el drama que ha visto atenazando los impulsos de cambio del gobierno Macri. "Sabemos perfectamente lo que hay que hacer. Lo que no sabemos es cómo hacer que nos voten después de haber intentado hacerlo".