

El cordobés Roger Mantegani es un artista plástico que ha sabido sostener un estilo lúdico y original a lo largo de su carrera. En su pintura se vela -implícita- su firma, dado que es portador de una identidad que el observador no puede eludir. En cada uno de sus recientes trabajos al óleo son inmanentes las huellas del tiempo, así como cierto aporte al ADN del arte figurativo que parece convivir, en improbable pero posible armonía, con el clásico.
Pero, que quede claro: Mantegani no pretende abrazar al hiperrealismo. Ni siquiera al realismo, movimiento que suele exponer temas más descarnados. Con carácter más bien intimista, en sus óleos -y también en sus recientes trabajos en papel y carbonilla- desarrolla escenas protagonizadas por hombres que componen un acto esencialmente teatral donde elementos y vestuario del pasado coexisten con secretos e indicios del presente. Así, Mantegani propone un juego de espejos, e invita a aventurarse en una búsqueda que no cesa, ya que algunos de sus personajes cambian de disfraz en una serie, se multiplican en otra, narran siempre diferentes historias o, acaso, la misma. ¿Una alusión a la variedad de facetas que puede asumir quien posa, quien retrata, quien contempla?
Libre, creativo y entusiasta, Roger Mantegani expuso por primera vez en su Córdoba natal y más tarde en Buenos Aires y Tucumán. Incluso participó en ferias internacionales como Art Miami y en subastas de Christie’s y Sotheby’s, en Nueva York. Atrás quedaron los amargos recuerdos de sus primeros pasos en la disciplina, que evoca como ‘muy traumáticos. Empecé a pintar a los 14 años y me fascinaban el arte figurativo y los clásicos. Tuve que luchar contra todos los que me decían que eso ya había pasado de moda, que debía mirar otro tipo de obras. Pero a mí me mostrabas a Diego Velázquez y... ¡Fue el padre de todas las corrientes contemporáneas! En fin, trabajé mucho para aceptar que, para que lo mío fuera valorado, tenía que ser auténtico‘, sostiene.
Y sin respiro destaca a tres personas que supieron apreciar su talento y confiar en su virtuosismo: ‘No han sido artistas sino grandes conocedores del arte que marcaron mi carrera. Inicialmente, mi primer marchand, Eduardo Lascano, quien me dio la posibilidad de hacer mi muestra debut a los 17 años. Después, el galerista Ricardo Coppa Oliver, que entendió que necesitaba alguien que me guiase. Y, especialmente, el reconocido Carlos Alonso, quien personalmente me avaló porque considera que tengo la mejor técnica del país‘. Con esos padrinos, la estética y el lenguaje teatral en que abreva el pincel de Mantegani se traduce en un ejercicio de realismo mágico pictórico.
A diferencia de quienes trabajan a partir de fotografías, Mantegani prefiere la opción de modelo vivo. Y, más concretamente, de uno solo, a quien el artista sabe transformar para interpretar géneros, roles y escenas diversas. ‘Una de las principales dificultades es encontrar alguien que acepte posar cinco horas por día, de lunes a viernes, siempre a disposición de las marcaciones que uno hace para percibir y capturar la luz, el volumen, las texturas y la vitalidad que desprende el ser humano con su sola presencia‘.
¿También le pide que vista de cierto modo o utilice accesorios como una máscara?
¡Todo! La chaqueta esa, por ejemplo (N. de la R: Señala el óleo Figura con chaqueta y esgrima), es de lona. Y el almohadón es de terciopelo. Esa pequeña escenografía que compongo, como una instalación, me permite pintar lo que es como es. Por esto, trabajo siempre en un taller cerrado -cuanto más, mejor-, con luz artificial y a cualquier hora, aunque tampoco pretendo que la gente esté posando hasta las 2 de la mañana. Antes era más noctámbulo, pero con la edad me moderé. Aunque sigue siendo por la noche cuando estoy con todas mis luces.
Tiene una rutina, entonces...
Pinto todos los días. Esto es como la actividad física: demanda continuidad. Aunque no es necesario trabajar muchas horas. Cuando regreso de mis viajes, me cuesta muchísimo reincorporarme a ese esquema. Pero creo que hay que estar en actitud de taller siempre, así se trabajen diez o dos horas.
¿Por qué pasó del óleo a la carbonilla en sus series más recientes?
Empecé a bosquejar carbonillas porque estaba un poco saturado del óleo. Poco a poco, fui armando una serie completa. Y cuando me propusieron exponer en Coppa Oliver, en agosto pasado, me pareció una buena oportunidad para mostrarla porque, además, si bien soy un pintor de raza, pienso que tiene que haber una base de dibujo para poder pintar.
¿Pero no estaba acostumbrado a trazar bocetos antes de encarar el óleo?
¡Para nada! Si yo me tiro a la pileta sin tener ni idea de qué va a pasar después... Lo fascinante son las endorfinas y la adrenalina que te provoca el hecho de llegar al taller y no saber qué te espera, eso de no tener idea ni de cómo va a empezar ni de cómo va a terminar el cuadro.
Como si la mano le dictara al cerebro...
Bueno, las carbonillas tienen muchos pentimentos o arrepentimientos, que es cuando borro y recalco arriba. Y también hago cambios cuando el óleo se seca. Hay muchos cuadros que tienen varias versiones previas debajo que he ido transformando hasta encontrar algo que sí me guste.
¿Ha hecho autorretratos o se ha incluido en alguna pintura?
No. En su momento, me aconsejaron que, para aprender a hacer figuras humanas y rostros, era conveniente que me pusiera delante de un espejo y me retratara a mí mismo. Luego me di cuenta de que, en cada cuadro, uno se pinta a sí mismo, incluso en una naturaleza muerta.
Mantegani vive en la ciudad de Córdoba pero viaja habitualmente porque encuentra en aquella experiencia una fértil y nutritiva fuente de inspiración. ‘Todo lo que implique ver la vida, es fascinante‘, afirma. Décadas atrás, con sólo 23 años, llegó a París para complementar sus estudios -cursados en la Escuela Provincial de Bellas Artes Dr. Figueroa Alcorta- junto al profesor Lucio Loubet. ‘Esa experiencia me generó alegría pero también miedos e inseguridades típicas de la edad. Sin embargo, siempre tuve en claro que no me iba a quedar en el largo plazo. Mi lugar en el mundo siempre ha sido Córdoba. Aunque ahora intuyo que será Buenos Aires‘.
Y califica como fabuloso al recuerdo de aquella aventura parisina: ‘Mi maestro no sólo nos incentivaba a conocer a los grandes artistas visitando los museos sino que tenía especial locura por Rubens, a pesar de ser él mismo un geométrico. Lo más importante que me enseñó fue composición a nivel de abstracción. Aprendí más técnica que oficio. Para eso estaba la calle, que es lo que más te enriquece en las grandes urbes si sabés aprovechar bien cada lugar y contacto‘, detalla. Ya de regreso en el país, Mantegani se dedicó a cultivar un bajo perfil inusual en un artista de su rango: ‘Soy la persona más ermitaña que pueda existir. No me vas a ver en ningún lado, sea una inauguración o un evento social. En los viajes sí estoy todo el día en la calle, pero donde vivo y trabajo no puedo salir porque me absorbe mucha energía y me quedo vacío‘.
Comenzó a pintar siendo muy joven, ¿cuál fue, antes, su primera aproximación al arte?
En mi niñez había descubierto al artista Francisco Vidal por una cuestión de parentesco, ya que un sobrino suyo estaba casado con una prima mía. En casa de unos parientes había cuadros suyos y yo me quedaba horas mirándolos. Él me marcó muchísimo: muchos creen que fui su discípulo, pero lo que aprendí fue a través del ejercicio de observar su trabajo. Más primariamente, mis primeros acercamientos fueron a través del libro Así se pinta al óleo, de la editorial española Parramón. Siempre fui bastante autodidacta, inquieto y no muy buen alumno (ríe). Es que siempre fui un poco rebelde y preferí investigar por mi propia cuenta.











