

El agua trepó hasta las jaulas muy rápido. Los pájaros del Tano comenzaron a estrellarse contra los barrotes y a piar enloquecidos. El logra salvar a su familia. Ayuda a su madre y esposa a subir a la terraza, pero sus más de cien ‘bichitos‘ mueren ahogados. "Quise salvarlos, los tuve que dejar", dice.
Esta historia ocurrió a fines de abril de 2003 en la inundación que diezmó a Santa Fe y la cuenta el periodista y escritor Reynaldo Sietecase en No hay tiempo que perder (Aguilar), su nuevo libro que resume 20 años de escritura periodística.
"De repente, veo un tipo muy angustiado y me acerco. Pensé que se le había muerto un familiar. Y me cuenta que se le habían ahogado los pájaros. Eso te da la idea de la tragedia. Todo es narrable en definitiva si se narra bien. El gran secreto es encontrar una buena historia y soy como un cazador de historias. Además, estas son crónicas que tienen reflexiones, pensamientos. Hace tiempo que tomé la costumbre de apuntar, de tomar notas todo el tiempo. Con esta mudanza tiré 200 libretas. Las conté”, dice Sietecase en la cocina de su casa del Abasto.
Pausa. Suena el timbre. Dice que regresa en cinco minutos. Se acaba de mudar y le llegan algunos muebles, también el carpintero le trae una silla; enseguida todo se acomoda en el living sobrio, sin estridencias, con gran cantidad de libros sobre una pared, con CDS y vinilos al lado de una mesita. Sietecase vuelve con algunos papeles y una caja entre los brazos que apoya sobre la mesada. Mientras la abre, comenta que está contento, que le editaron recientemente una novela al italiano.
El autor rosarino se define como un poeta y en esta compilación de sus “crónicas personales” la poesía se filtra sin remedio, brotan de ellas como una música interna. Una cadencia. Textos amables al oído.
"Como quien sigue el rastro de un pez, busco a los padres de mis abuelos y a sus hijos. Los busco hoy cuando ya nadie se burla de sus sacos raídos, sus bigotes espesos y sus oscuros apellidos. Revuelvo sus señas particulares, sus angustias. Veo en las fotos amarillas historias de partidas y regresos. Veo en sueños los barcos, los sombreros negros, el revólver de mi abuelo Luis, las manos de mi abuela sobre la masa fresca. Sé que huyen y beben. Sé que huyen y cantan", arranca el texto 'El viaje', que narra la historia de Giuseppe Setticasi.
-Varios de sus textos tocan el tema de la inmigración y de los viajes. ¿Por qué?
La aventura de la inmigración es una aventura increíble, es el despojo, el abandono. No sólo abandonás tu país, sino también la lengua. Es un desgarro tremendo. Tengo la teoría de que eso marca a los argentinos, tengo la teoría de que los argentinos somos melancólicos un poco por eso. Por otro lado, me gusta mucho viajar a cualquier lado y entonces escribo.
-¿Puede escribir en cualquier lugar?
Sí, no tengo que estar en París para escribir. Me siento cómodo en cualquier sitio. Puede ser Bolivia, Jujuy; siempre le encuentro la vuelta al viaje para contar algo. Me gusta el estado de viaje, la situación de viaje me pone contento, de buen humor. Por eso escribí textos sobre los aeropuertos, los hoteles.
¿Viajar en qué lo modifica?
Viajar es como leer mil libros. Para mí, en un viaje uno esta más abierto, tenés cosas para mirar, para aprender. Te pone en estado de aventura. El escritor inglés Bruce Chatwin dice que el estado natural del hombre es el movimiento, estar detenido es antinatural. Incluso dice una cosa maravillosa: ¿Por qué los bebes se acunan moviéndose? Porque el hombre tiene en su marca genética el movimiento. Yo vivo en un estado de viaje permanente. Tengo a mis hijos en Rosario. Voy, vengo, me muevo, los viajes no me pesan nunca. Además, los tránsitos son interesantes para leer, para escribir. Los lugares extraños nos llenan de claridad, decía Tomás Eloy Martínez.










