

La faceta que Cocó Chanel le mostró al mundo sobre sí misma, como una figura delicada, elegante y ambiciosa, no era el único reflejo de su persona.
Ella, la diseñadora emblema de Francia tuvo un costado gris y solitario. Inadvertido quizá por el glamoroso mundo que la admiraba, pero aceptado por la mismísima Cocó.
Los claroscuros de su vida profesional y amorosa (bailó en un burdel y tuvo varios y ruidosos amores y desencantos), tuvieron su germen en dos hechos que la marcaron en la infancia: la muerte de su madre y el abandono de su padre en un orfanato. Pero Gabrielle "Cocó" Chanel tenía ambición, deseo de fama y ansias de trascender.
Cocó de París, el unipersonal escrito y dirigido por Daniel Mañas -quien participó en El diario privado de Adán y Eva, El beso de la mujer araña, entre otras obras-, recorre la vida de esta diseñadora, insignia inmortal de la moda, desde un ángulo más intimista y en primera persona.
"Soy el símbolo de una mujer poderosa, pero bien sabe Dios que en la vida me faltó el amor", reza parte del relato de la obra, a modo ejemplo de la situación.
De la mano de Esther Goris, que logra en la sala del Centro Cultural Caras y Caretas, una brillante composición con toques de humor, elegancia e ironías varias, Cocó se reencarna como lo que fue: una creativa, transgresora y rebelde del mundo de la moda, pero deja al desnudo su perfil más árido: el desamparo y la añoranza de un amor.









