

Lo que siguió fue el episodio más caliente de una larga pesadilla en la city porteña, digno de ver en una película como la que protagonizó Michael Douglas en Wall Street, en los 80. Los testimonios recogidos para este libro coincidieron en los trazos gruesos del relato de los hechos ocurridos aquel 8 de enero de 2010.
Pasadas las nueve, Miguel Pesce ingresó a ejercer el cargo ejecutivo como flamante titular del Central. Su primera misión de relevancia era transferir al Tesoro los 6.569 millones de dólares dispuestos en el decreto de necesidad y urgencia 2.010, iniciativa votada por el directorio la jornada anterior. En la era de la tecnología y cuando las aperturas de cuenta y transferencias se realizan en el instante y online, a Pesce le resultó una odisea concretar la primera tarea: la apertura formal de la cuenta especial para este fondo del Tesoro en el Banco Central.
Como primerísimo paso, anterior a la apertura de la cuenta, Pesce convocó a una reunión de urgencia del directorio para nombrar a un nuevo subgerente del área jurídica, Marcos Moiseff, el autor del informe legal que avalaba la postura oficial y que desautorizó a Redrado. Ahora Moiseff se convertía en jefe de Urquiza. Cerca de las once de la mañana, Pesce instruyó al gerente general del Banco Central, Hernán Lacunza, para que abriera la cuenta del Tesoro. Sin embargo, Lacunza, hombre del riñón de Redrado, se atrincheró encima de las reservas y se negó a activar la cuenta.
"Lacunza invocaba el patriotismo para negarse a entregar las reservas, y se mostraba como el protagonista de una hazaña histórica, apelando a la defensa de los ahorros de los argentinos", relató un técnico del Central. En ese sentido, colaboradores de Pesce repararon en la "convicción" de Lacunza, un hombre que rondaba los cuarenta años y de perfil más técnico que político. "A Lacunza lo respetábamos por sus convicciones si bien no estábamos de acuerdo. Redrado, claramente, quería otra cosa", apuntaron, en referencia a que veían en él "oportunismo político". En tanto afuera, en la calle, con la fachada del Banco Central de fondo, las páginas web de los diarios y los canales de televisión transmitían la noticia de la medida cautelar de una jueza, María José Sarmiento, que congelaba la aplicación del decreto 2.010 y por lo tanto impedía activar la cuenta que creaba el Fondo del Bicentenario (Fobi).
Adentro, en el Central, se vivía otra película, más parecida a la anarquía que a la autarquía que invocaban los hombres de Redrado.
"Nosotros adentro no teníamos la notificación formal de la jueza Sarmiento, y continuamos avanzando para cumplir con el mandato del directorio", relató Sergio Chodos, quien admitió las dificultades para abrir la cuenta del Fobi, debido al desconocimiento de los pasos intermedios necesarios para tal proceso, tarea habitual para un gerente general pero no para un director.
Fueron Pesce y Chodos los encargados de realizar personalmente la apertura de la cuenta, ante la negativa de Lacunza. Ambos miembros del directorio comenzaron "una peregrinación", oficina por oficina, para dar luz verde a la apertura de la cuenta." bamos oficina por oficina para cerciorarnos de que los trámites se realizaban, algunos empleados ofrecían resistencia, nos decían que necesitaban firmas de superiores, con lo que los íbamos a buscar, hasta que logramos activar la cuenta. Fue un día de locos", recuerda Chodos. Néstor seguía la película de terror
Minuto a minuto
Pesce y Chodos lograron la hazaña unos minutos después del mediodía. Se había obtenido la apertura de la cuenta, pero no la transferencia de los fondos.
En el ínterin, y con un timing que levantó suspicacias, llega una llamada del estudio que representaba al Banco Central, Sullivan & Cromwell, "alertando de un pedido de información de la Corte" del juez Thomas Griesa, quien reúne todos los casos contra el default argentino en Estados Unidos. Los abogados decían que iban a tener un call con Griesa "en cinco minutos" y querían "apurar" una reunión con los hombres del Central en Buenos Aires para definir el pronunciamiento argentino ante el juez. La justicia de Estados Unidos también entraba en escena en la pelea por las reservas. Participaron de la conferencia telefónica Juan Barboza (gerente de reservas), el vicepresidente y presidente en ejercicio, Pesce, Juan Ignacio Basco (de operaciones externas) y un director, Chodos, entre otros. Ante la posible amenaza de un juicio en Estados Unidos, Pesce y Chodos no tuvieron más remedio que interrumpir su tarea operativa con la cuenta, que ya estaba abierta, para participar del call. Desde el inicio, la conversación se desarrolló con tensión, cuando Barboza lo presenta a Pesce como el "gobernador del Banco Central". Y el abogado de Sullivan lo interrumpe: "¿Perdón? ¿El presidente, dijo?". Y Barboza contesta: "El vicepresidente, pero el presidente en ejercicio".
Los hombres de Buenos Aires preguntaron qué quería Griesa. "No sabemos de qué se trata", pero, agrega el hombre de Sullivan,"pudo haber visto artículos periodísticos sobre los eventos de estos días y querría tener más información al respecto". El resto de la conversación giró sobre cómo presentarle a Griesa la situación planteada por el nuevo decreto, que "no afectaba la independencia del Banco Central".
"La independencia del Banco Central esta aún garantizada, pero lo que no debería tener es la independencia de su cuerpo institucional de la Argentina Esta ley crea un fondo específico que no está relacionado a reservas generalmente usadas para uso comercial en Estados Unidos No hubo irregularidades, el gobernante en ejercicio es el vicepresidente", justificaban desdeBuenos Aires.
Con total desconocimiento de lo que solicitaría Griesa, la idea era transmitirles a los abogados que "la decisión del directorio (que creó la cuenta del Fobi) se realizó bajo los términos legalesde un cuerpo colegiado independiente".
La reiterada utilización de la palabra "independencia" fue elocuente del nerviosismo imperante en torno a los próximos pasos que daría el magistrado neoyorquino. Asimismo, dio cuenta de la visión que había en ese momento de parte de muchos de los técnicos del Central, relacionada con las funciones de la entidad de contralor monetario respecto de otros poderes de Estado.
Luego de este traspié con Griesa, llega finalmente a mesa de entradas cerca de las trece la noticia de la jueza Sarmiento, que trabó todo movimiento de la nueva cuenta. Más allá de la resistencia de los empleados leales a Redrado y del proceso técnico, que "podía demandar días", el traspaso de los fondos ahora era imposible.
Sucedió que, mientras se desarrollaba la conferencia telefónica, un Lacunza leal a Redrado fue en persona a mesa de entradas a averiguar si había llegado la cautelar. Encontró el documento y rápidamente lo notificó. "Me puse delante del tren", le confesó a otro colaborador de Redrado, explicando su fin en el Central.
Pesce, presidente en ejercicio, se permitió realizar una acción más. Pasadas las catorce, resolvió echar a Lacunza del cargo de gerente general. Y con él se fue Pedro Rabassa, un técnico que justificaba desde el punto de vista económico la inconveniencia de utilizar reservas para pagar deuda privada.
Luego, Pesce y Chodos hicieron un alto en la fatídica jornada para almorzar unos "fideos del restaurante Broccolino" junto con Boudou, a quien fueron a visitar a su despacho para analizar el nuevo escenario.
Pesce, 24 horas en el trono
Pero no tuvieron mucho tiempo para degustar el delivery de "las mejores pastas italianas de Buenos Aires" sin atragantarse.
"Mientras almorzábamos, nos enteramos mirando la televisión de que había entrado la nueva medida cautelar de Sarmiento, que dejaba sin efecto también el decreto que removía a Redrado del Central", indicaron los funcionarios, quienes recordaron el llamado de Kirchner.
Redrado había logrado conseguir en tiempo exprés la medida que le permitía retornar al sillón del Central. Pesce había durado en la presidencia unas veinticuatro horas. Sarmiento hizo lugar al pedido de Redrado de manera ugente, con los mismos argumentos con los que frenó la aplicación del decreto 2.010. La batalla por las reservas se había judicializado. Esa tarde, Redrado volvió al Banco Central y saboreó su victoria cual campeón de box paseando por el ring. Lo primero que hizo fue echar a Moiseff, de quien Cristina utilizó sus argumentos para justificar el decret con que había despedido al golden boy. Pero Redrado sólo había ganado un round. z we
* Autora de Los buitres de la deuda. (con la colaboración de Carlos Arbía)Fichan Título: Los buitres de la deuda
n Autora: Mara Laudonia (con la colaboración de Carlos Arbía)
n Editorial: Biblos
n Páginas: 368
n Primera edición: febrero 2013










