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En un contexto de crecientes tensiones entre las principales potencias del mundo, la Ruta del Mar del Norte, corredor marítimo que va por la costa del Ártico ruso desde Europa hasta el Pacífico, se ha convertido en uno de los focos más delicados de la geopolítica mundial.
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En los últimos años, China ha mostrado un interés cada vez más agresivo por el Ártico, una región históricamente dominada por Rusia y las potencias del norte. Su mirada apunta principalmente a la Ruta del Mar del Norte (NSR), el pasaje marítimo que recorre la costa ártica rusa y que se perfila como una alternativa al Canal de Suez para el comercio entre Asia y Europa.
Es que la ruta reduce en hasta 40% el tiempo de tránsito marítimo entre China y Europa, lo que representa miles de millones de dólares en ahorro logístico y combustible y contiene reservas inmensas de gas natural, petróleo, litio y tierras raras, todas materias primas esenciales para la industria china.
Aunque Rusia y China cooperan actualmente en el desarrollo de la ruta, Moscú mantiene el control total sobre los permisos, tarifas y operaciones en el corredor. Sin embargo, el creciente peso económico de China y su influencia financiera sobre proyectos rusos podrían desequilibrar esa relación.
Algunos observadores advierten que Pekín podría intentar imponer mayor participación o autonomía, lo que abriría una disputa política o incluso militar indirecta en el Ártico.

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En la actualidad, la Ruta del Mar del Norte pertenece, en los hechos y en la práctica, a Rusia. China, aunque avanza en su objetivo de convertirse en una potencia ártica, sigue siendo un invitado en territorio ruso.
Esa dinámica de control y necesidad mutua convierte a la Ruta del Mar del Norte en un escenario estratégico donde convergen alianza, competencia y riesgo, con implicancias que van mucho más allá del comercio. Es un tablero donde se juega el futuro equilibrio del poder mundial.













