En su modesta oficina de la Escuela de Economía de París, Thomas Piketty, el economista más famoso del momento, no parece afectado y reacciona con humildad ante el estruendoso éxito de su libro El Capital en el Siglo XXI, una obra sobre la historia del dinero, del patrimonio y del aumento de la desigualdad en el mundo, que está tornándose el centro del debate económico.

Al recibir a Valor, Piketty confirmó que firmó un contrato para publicar el libro en portugués y que se vendieron los derechos para la publicación en otros veinte idiomas. Comentó con naturalidad que se vendieron 250.000 ejemplares en Estados Unidos. Piketty se convirtió en una especie de economista "rock star" de la economía más grande del mundo. El auditorio en el que se presentó en la City University de Nueva York el mes pasado estaba tan repleto que su discurso tuvo que transmitirse por un canal cerrado a otro espacio. Después fue a la Casa Blanca, en Washington, invitado por el secretario del Tesoro, Jacob Lew, para discutir las conclusiones de su libro.

Piketty dijo que el libro surgió de investigaciones que realizaron a lo largo de quince años no solo él, sino un grupo de economista. Después reconoció que su mérito fue mostrar, por primera vez, los datos sólidos para un debate permanente sobre la desigualdad.

Argumentó que la tendencia general es a un mayor desequilibrio de las sociedades, y de no más igualdad económica. Una de sus principales conclusiones es que el mundo va hacia un capitalismo patrimonialista, con acumulación de renta ininterrumpida mientras persiste una tasa de retorno financiera mucho más alta que la del crecimiento económico.

Piketty desarmó la tesis de que el mundo desarrollado vive en una meritocracia, un sistema en el que las desigualdades tienen lugar en un contexto en el que prevalece la selección por mérito y dedicación al trabajo, más que por influencia de factores vinculados a la filiación y la renta. Afirmó que el discurso de la meritocracia está lejos de la realidad: entre los millonarios, 60% heredaron su fortuna. Es una sociedad dominada por la riqueza, el dinero compra poder y la desigualdad no se elimina.

Está convencido de que la dinámica mundial de acumulación y reparto de patrimonios camina en la dirección de trayectorias explosivas y espirales de desigualdad fuera de control. "El piloto, en esa historia, no está en el avión", dijo Piketty en la entrevista.

Para salvar al capitalismo de los capitalistas, como resumió el Financial Times, Piketty propuso un impuesto mundial sobre el capital. Pero dijo que antes hay mucho para hacer, en términos nacionales, para la imposición de un verdadero impuesto progresivo sobre la renta y las herencias.

Se lo llama el gurú de los críticos de las desigualdades, Marx I, el economista 'rock star'. ¿Cómo reaccionó a la repercusión de su libro?

Para mí está bien si todo esto incita a las personas a leer el libro y a un debate basado más en hechos sobre la desigualdad. El libro es exitoso porque ofrece, por primera vez, una historia del dinero, de la renta, del patrimonio que se apoya en numerosas fuentes históricas y precisas. Es el resultado de un proyecto de relevamiento de datos, de muchas personas, en varios países. Buscamos incluir el mayor número posible de países, eso fue lo nuevo. Las personas desde siempre discuten sobre la desigualdad y eso va a continuar, pero la novedad es que el libro puso a disposición una base histórica larga y mejor, que puede ayudar en un debate más racional. De todas maneras, hay gente de derecha e izquierda que critica el libro.

¿Hasta qué punto la fuerza desestabilizadora del rendimiento privado del capital es más alta que el crecimiento de la renta y la producción?

Existen fuerzas tanto para el aumento de la desigualdad como para su reducción. El conocimiento, la educación, la calificación permiten, en cierto momento, reducir las desigualdades, tanto entre países -como entre emergentes y desarrollados-, como también dentro de países, si hay instituciones educativas que permiten que cada uno ascienda a funciones con mejor remuneración. Pero puede ser insuficiente. Existen fuezas que amplifican las desigualdades, en especial en países con débil crecimiento. A largo plazo, todos los países tendrán un crecimiento débil, porque no es posible crecer eternamente a 5% o 10% al año. La experiencia histórica sugiere que, cuando estamos en la frontera tecnológica mundial, el crecimiento se reduce.

¿En qué orden están las desigualdades de renta y patrimonio?

En Estados Unidos, el 10% con ingresos más altos pasó de entre 30% y 35% de la renta total a más de 50% hoy, antes de impuestos y transferencias. Es un gran cambio. El tema es hasta donde llega. Entre países más igualitarios, como Suecia en 1985, el 10% más rico concentró entre el 20% y el 25% de la renta total. En los más desiguales, subió al 60%. Sobre el patrimonio, la diferencia es mucho más extrema. En los países más igualitarios, incluso en Suiza, el 10% más rico tiene un 50% del patrimonio. En los más desiguales, varía de 80% a casi 100%. Antes de la Primera Guerra, Francia creía que, gracias a la Revolución (Francesa), era un país más igualitario. Era una ilusión. La desigualdad no disminuyó porque cortaron la cabeza de la aristocracia. Cerca de 80% del patrimonio estaba en manos del 10% más rico, no había clase media. En el siglo XX, el desarrollo de una clase media con patrimonio es la principal fuente de reducción de la desigualdad en los países desarrollados. Creo que hoy tenemos el mismo tipo de desarrollo posible en los países emergentes. Una de las conclusiones del libro es que no existe un determinismo económico en ese tema. El desarrollo patrimonial de la clase media corresponde a hechos históricos particulares, a instituciones sociales, políticas, educativas, fiscales. Hay varias dinámicas posibles. El libro no le da la razón ni a Karl Marx ni a Simon Kuznets (economista nacido en Ucrania, naturalizado estadounidense, que falleció en 1985, autor de las primeras cuentas nacionales americanas y de las primeras series sobre desigualdades). Marx pensaba que las desigualdades aumentarían hasta la explosión final. Kuznets, en el extremo opuesto, creía que en la etapa avanzada del desarrollo económico las desigualdades disminuirían y se estabilizarían en un nivel inferior. Los dos estaban equivocados. Hay varias evoluciones posibles que dependen de las instituciones, a veces de shocks políticos. La Primera Guerra tuvo un enorme papel en la reducción de la desigualdad en el siglo XX (en Europa), de manera trágica.

Estados Unidos creó el impuesto progresivo y, sin embargo, la desigualdad es todavía enorme

Cada país tiene una historia complicada de combate a las desigualdades, con dudas, retrocesos, peculiaridades de identidad nacional. Estados Unidos que quería ser desigual como la vieja Europa. Crearon en los años 1920-1930 el impuesto progresivo sobre los altos rendimientos y sobre la herencia, con un vigor fuertísimo. Entre 1930 y 1980, la tasa superior sobre la renta en Estados Unidos era de 82%. No había ningún país en Europa occidental con un nivel parecido. En la tasación sobre las herencias, la diferencia también era espectacular. En Estados Unidos y el Reino Unido, las herencias más altas se tasaban en 70-80%, mientras en Francia y Alemania eran más bajas. Bajo Reagan, Estados Unidos cambió. Jugaron al yo-yo con sus ricos en el siglo XX. En un momento fueron muy redistributivos, quisieron poner fin a la desigualdad extrema y tenían un ideal de sociedad igualitaria. Pero en los años 1970-1980, caminaron hacia otra dirección con el mismo entusiasmo y el mismo vigor, y esa es una de las explicaciones de la fuerte subida de las desigualdades y los súper-salarios.

¿Hasta qué punto llegará la propagación de súper-salarios, en contraste con el lento crecimiento de las ganancias de la mayoría de la población?

Existe el riesgo de que otros países, en particular en Europa, sigan el ejemplo americano. Europa está repartida en pequeños países en la escala de la economía mundial. Las sedes de grandes empresas pueden ácilmente irse de Bruselas a Amsterdam, aprovechando la competencia fiscal entre los países. En ese pequeño territorio de Europa occidental, si no hay más cooperación fiscal, lo que sucederá es que aumentará la competencia para atraer grandes salarios. Por la fuerza de la globalización, pequeños países se encuentran en una dinámica muy diferente de lo que desearían inicialmente. Actualmente, el impuesto sobre el lucro de las empresas en países europeos es más bajo que en Estados Unidos, que tiene una tasa de 35%. En Francia, es 33%, pero puede caer a 30% o 25%, porque hay una presión fiscal para bajarlo a 15% o 20%. Europa reduce el impuesto sobre empresas y aumenta el impuesto sobre el consumo, sobre los salarios. Es absurdo.

En los emergentes, cayó el número de pobres, aumenta la clase media, pero los más ricos continúan ganando más que antes. ¿Las desigualdades que aumentan se repetirán en países donde la sociedad ya es bastante desigual?

El libro muestra que la tendencia de largo plazo de rendimiento del capital superior a la tasa de crecimiento lleva a una fuerte concentración patrimonial. Parece lógico que esa cuestión aparecerá de la misma forma en los emergentes. Pero puede llevar tiempo. En los países con crecimiento fuerte, la problemática principal para reducir la pobreza es el acceso a la educación, a la formación. Evidentemente, el propio crecimiento es la fuerza principal que permite aproximar los salarios de esos a los de los desarrollados. Pero hay emergentes, como China, donde el tema de la tributación del patrimonio merece gran atención, frente a la desigualdad de acceso a la propiedad inmobiliaria en las grandes ciudades. No tenemos que olvidar el estancamiento, incluso la disminución de la población, que se ve en Asia. El aspecto demográfico tiene un papel importante en mi libro. Cuando se ve una población que cae 30% en China, el tamaño de la actual generación que es inferior a la de sus parientes, el patrimonio que se transmite por la herencia se torna muy importante.

Es decir que también en los emergentes los rendimientos más altos continuarán obteniendo una parte desproporcional del crecimiento, pero mientras sigan creciendo se puede atenuar la desigualdad.

Sí. Si Estados Unidos hubiera tenido un fuerte crecimiento desde los años 1980, el aumento de la desigualdad habría sido inferior y las diferencias serían mejor aceptadas. Pero vimos una suba de los súper-salarios, de la desigualdad, pero no del ritmo de crecimiento. En el período 1980-2012, el PBI por habitante subió solo 1,5%, en promedio. Si tres cuartos van para el 10% más rico, no resta gran cosa para la clase media.

Usted critica el discurso de la meritocracia principalmente en Estados Unidos

El discurso sobre meritocracia es exagerado. Los ganadores en el sistema económico -por ejemplo, los que ganan súper-salarios, buscan justificarse en base al mérito. Pero, cuando comparamos las empresas que pagaron u$s 10 millones a sus dirigentes, en lugar de u$s 1 millón, e intentamos ver el desempeño de esas empresas, no hay nada excepcional. Por encima de cierto nivel de salarios, se trata simplemente de captación de renta, el mérito poco tiene que ver.

-¿Al mismo tiempo el mundo ingresa en una etapa de convergencia entre países ricos y pobres?

Entre países, sí. Pero continúan aumentando las desigualdades dentro de los países. Si tomamos los últimos 30 años, vemos que la parte más alta del patrimonio, en términos mundiales, progresó tres veces más rápido que el patrimonio promedio. Eso no es evidente para mucha gente, porque, al mismo tiempo, existe una disminución en la distribución del patrimonio mundial entre la parte media y la parte baja, gracias a los emergentes. Pero la parte alta, los más ricos, se distancia de la media. Cuando las fuerzas de la desigualdad hayan caído en la parte baja, restará la fuerza de la desigualdad proveniente de los patrimonios más altos. Mucha gente no se da cuenta de eso, porque con el crecimiento de los emergentes, sigue habiendo una fuerte renovación de las elites mundiales, con los nuevos ricos en China, Brasil, Rusia. Es preciso pensar que, cuando hablamos de un PBI mundial que aumenta 3% en 2014, la mitad es crecimiento de la población mundial. Es decir que, una gran parte del crecimiento mundial, de la renovación de las elites, es ese aumento de la población. Pero, de acuerdo a las previsiones de la ONU, ese crecimiento caerá casi a cero alrededor de 2040. Esa reducción demográfica es un fenómeno nuevo, que puede dar más importancia que en el pasado al patrimonio y a la herencia.

¿Quién poseerá el mundo en el futuro: los fondos soberanos de los países productores de petróleo o China?

No tengo la capacidad de decir quién poseerá el mundo en 2050. Pero es cierto que, con el nivel de acumulación de los fondos soberanos, las cosas pueden ir muy rápido. La acumulación es gigantesca, sobre todo como efecto de los rendimientos altos, de 5% a 7% por año, comparados con el crecimiento de entre 1% y 2% de la economía de los países ricos. Noruega (con fondo soberano de u$s 700.000 millones) se tornará un país de rentistas. Incluso cuando no tenga más petróleo, los rendimientos de su fondo soberano en el extranjero representarán mucho más que toda su producción industrial y todas sus exportaciones de bienes y servicios. Eso perturba mucho en una identidad socialdemócrata. Noruega es un país pequeño, pero si tomamos el conjunto de los países productores de petróleo, y China, con reservas de casi u$s 4 billones, sin duda existe una dinámica bastante explosiva de reparto del patrimonio a nivel mundial. Si no hay una regulación colectiva que permita, ahora, que haya más transparencia sobre quién posee qué, el riesgo de una reacción nacionalista puede ser muy fuerte.

En el caso de los emergentes, Usted hace referencia a un "agujero negro" sobre las informaciones de repatriación de la riqueza

Es verdad que, en el caso de Brasil, existe mucha dificultad para tener los datos sobre la renta. Una lección de eso es que el impuesto es también un instrumento de transparencia democrática. Cuando no se tiene el impuesto progresivo, o está más administrado, se pierde la fuente de información y se limita la capacidad para que la sociedad se conozca a sí misma. Eso alimenta los fantasmas. Conocer bien los altos rendimientos o patrimonios no sirve para cortar cabezas, sino para intentar soluciones pacíficas, nacionales. Porque, en el fondo, incluso en los países más desiguales, no es suficiente imponer tasas más altas a los patrimonios para resolver el problema.

Su propuesta de imponer un impuesto mundial sobre el patrimonio provoca mucho debate. ¿Cómo sería esa tasa?

Antes de llegar a eso, se pueden hacer muchas cosas a nivel nacional. En Estados Unidos y Europa, existe el tributo sobre el patrimonio, en general con la forma de impuestos sobre la tierra, pero no se consideran los activos financieros. Lo que podría hacerse es adoptar un impuesto progresivo sobre el patrimonio libre de deuda. Si un departamento cuesta 400.000 euros por ejemplo, pero tiene una deuda de 390.000 euros, el impuesto sería bastante reducido. En contrapartida, la tasa sobre el patrimonio más importante aumentaría un poco más. El objetivo no es aumentar el total del impuesto sobre el patrimonio, sino tornarlo más progresivo, para permitir la participación de la clase pobre y media en el patrimonio nacional y limitar la concentración entre las clases altas. Después, se necesitaría ir más lejos. Pero se necesitaría más cooperación internacional. La Unión Europea y Estados Unidos negocian un tratado comercial, y creo que sería importante incluir en ese tratado una base común de tributación sobre empresas, y el registro de títulos financieros. Es preciso proceder por bloques. Estados Unidos tiene un cuarto del PBI mundial, Europa otro cuarto, China 20%...La novedad de mi libro sobre eso es que, si no tenemos un objetivo fiscal, con tasa mínima de tributación de activos financieros trans-fronteras, toda la discusión en el G-20 sobre el área fiscal no va a ningún lugar l