

Las relaciones entre Estados Unidos y América Latina han oscilado, históricamente, entre la tensión y la distensión, entre la cooperación y el antagonismo. El vecino del norte ha gozado de una hiperhegemonía en estas latitudes.
La llegada de Obama a la Casa Blanca auguraba el inicio de una relación madura con la región, como él la denominó “una nueva asociación para las Américas”. Signo de este cambio fue la posibilidad de reincorporación de Cuba a la OEA en junio de 2009, chance que el gobierno isleño desechó. Afianzados en su poder merced a la bonanza del petróleo venezolano, los Castro se mantuvieron incólumes a las políticas y presiones de Washington.
Cuba fue quien trazó la línea divisoria de aguas entre aquellos que estaban con Cuba y aquellos que acompañaban a los Estados Unidos. Desde tiempos de la revolución hasta ahora, cada bando tuvo sus defensores y sus detractores. Los gobiernos se alineaban según las conveniencias de cada uno. Esta línea ha comenzado a borrarse desde que los viejos antagonistas decidieron, en un giro puramente pragmático, recomponer sus relaciones diplomáticas.
Una nueva etapa se abre e impacta en las relaciones hemisféricas, donde ya no serán los Castro ni Chávez quienes marquen los tiempos del antinorteamericanismo. Aquella fractura que recorría la región ha desaparecido, ya no hay un lado y otro lado o “quien no está conmigo está con ellos”.
La dialéctica impuesta por la lógica amigo-enemigo se desdibuja, se termina. Esta situación abre una oportunidad inédita para la región. Hasta ahora, de un lado se encontraban aquellos que estrecharon lazos con Washington a través de distintos instrumentos de cooperación, pero fundamentalmente de Tratados de Libre Comercio (TLC). Entre ellos encontramos a muchos países del Caribe, aglutinados en el Tratado de Libre Comercio de América Central (CAFTA), y también a los miembros de la Alianza del Pacífico, que firmaron TLCs bilaterales con el país del norte y México, que desde los ‘90 forma parte del NAFTA junto con Canadá.
Los estados parte del Mercosur y algunos de sus asociados (como Bolivia, por ejemplo) han rechazado abiertamente las políticas de Washington, amparados en la retórica del ideario de la revolución.
Todos ellos se verán cara a cara en la VII Cumbre de las Américas, a realizarse en abril en Panamá. Hasta la fecha, sería la primera vez que Cuba participaría de una cumbre de este tipo. Puede ser la oportunidad para revitalizar las relaciones hemisféricas de la mano del tema que convoca “Prosperidad con equidad: el desafío de la cooperación en las Américas”.
Como declaró el año pasado José María Insulza, secretario general de la OEA, “la desigualdad ya no es un tema de América Latina, sino más bien un tema hemisférico”.
¿Será el gobierno de Maduro quien releve a los Castro en su prédica anti-norteamericana? ¿Empañará para el resto esta histórica oportunidad o sabrán sus pares mantener su retórica alejada del enfrentamiento infructuoso?












