

En la primera mitad del año se registró un saldo negativo de u$s 4.500 millones entre las divisas que ingresaron los turistas extranjeros y lo que los argentinos gastaron en pasajes y estadías internacionales. Un drenaje equivalente al tan mentado déficit energético, que tiene como causa fundamental el atraso cambiario y que induce a muchos a suponer que el gobierno podría tomar alguna medida al respecto luego de las elecciones.
En lo que va del año los subsidios a la energía insumieron unos $ 40.000 millones, y más del 40% de ese dinero benefició al 20% más rico de la población. Una absurda erogación del tipo Hood Robin que supera el monto anual que insume la Asignación Universal por Hijo.
Semejante despilfarro está complicando seriamente las cuentas fiscales, y eso induce a muchos a suponer que el gobierno podría tomar alguna medida al respecto luego de las elecciones.
En lo que va del año la venta de autos de alta gama totalmente importados aumentó considerablemente. Las de Mercedes Benz, por ejemplo, crecieron más de un 50%.
Es la elección de personas de altos ingresos que se apuran a aprovechar la posibilidad de acceder a esos vehículos al valor del dólar oficial porque suponen que el gobierno podría tomar alguna medida restrictiva luego de las elecciones.
Se supone que el Gobierno podría intervenir en estos tres temas después de las elecciones porque se asume que quiere evitar el costo político de los anuncios. Lo interesante y paradójico del tema es que el costo político que genera ese tipo de medidas no se debe a que perjudican más de lo que benefician, sino a que los perjudicados castigan pero el beneficio no es premiado.
Se trata del tipo de políticas que el politólogo estadounidense James Quinn Wilson definió como de Beneficios Dispersos y Costos Concentrados, es decir cuando una medida es desfavorable para un pequeño grupo bien definido, pero con consecuencias positivas para el bienestar general que no son apreciadas fácilmente por los individuos. Por lo tanto, una intervención socialmente conveniente provoca más costo que rédito político.
En el libro The Government Taketh Away: The Politics of Pain in the United States and Canada (El Gobierno Quita: La Política de Dolor en Estados Unidos y Canadá), Leslie Alexander Pal y Kent Weaver se refieren a los dos ejemplos que Wilson ponía como arquetipos de medidas con costos concentrados y beneficios dispersos: las leyes ambientales y las regulaciones de seguridad en los autos, que son normas a favor del público en general pero con altos costos para sectores específicos. Al respecto los autores señalan: Leyes de este tipo que son inherentemente difíciles de sancionar, requieren de la habilidad política para movilizar al público y a los dirigentes mediante apelaciones a sus ideas y valores antes que a sus intereses individuales. Este tipo de medidas también requieren de la simpatía y adhesión de formadores de opinión, de los medios de comunicación, y de las organizaciones no gubernamentales.
Palabras que se aplican perfectamente al desafío que enfrenta el Gobierno si es que, efectivamente, está evaluando tomar las tres medidas que muchos suponen para frenar el gasto en turismo al exterior, atacar el despilfarro de subsidios a la luz y el gas que consume la clase media-alta y alta, y desestimular la adquisición de vehículos de lujo que no tienen ni una tuerca de partes nacionales.
Entre otros atributos, un buen gobierno es aquel que sabe como contrarrestar el dolor que impone a las personas o grupos que daña con intervenciones que mejoran el bienestar general. O sea, que es capaz de lograr que una medida con costos concentrados y beneficios dispersos no tenga costo político neto. Y eso se logra ejerciendo buena política que, como se vio, significa convencer, generar apoyos y alianzas, buena comunicación, pero también la sintonía fina en el diseño técnico de la medida.
El desafío es aún más complicado por lo que señala Marcelo Leiras, el politólogo que dirige la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad de San Andrés. Si bien coincide en que una de las funciones representativas de la política es hacer visibles e inteligibles los beneficios dispersos, sobre alguna eventual medida que el gobierno podría tomar para frenar el gasto de divisas en turismo, acota: Aún cuando el beneficio fuera discernible, ¿no podría decirse que el problema de divisas fue generado por el Gobierno? ¿Quién puede sentirse agradecido por una medida de emergencia? Exagero para reforzar el punto: Si el jefe de hogar se timbea el sueldo ¿le agradecemos cuando consigue detener el remate de la casa?
Por otra parte, la sucesión de restricciones para comprar divisas puede ser leída como señal de incompetencia en el diseño de la política macroeconómica. En síntesis, creo que la medida debería generar efectos netos negativos en la opinión pública. Así y todo, tal vez sería mucho peor dejar que sigan goteando reservas por esa grieta.
Para terminar, dejando de lado la coyuntura y retomando uno de los clásicos ejemplos de Wilson sobre costos concentrados y beneficios dispersos, ¿no es hora de obligar a las terminales a limitar la velocidad de los autos que fabrican en beneficio de una sociedad en la que los accidentes de tránsito son la principal causa de muerte evitable?










