La historia recordará al ex presidente de Honduras, el bolivariano Manuel (Mel) Zelaya, por bastante poco o casi nada, en rigor. No por sus logros, ni por el éxito de su muy pobre gestión de gobierno. Lo recordará por su participación en el episodio en el que, hace ya casi dos años, en junio de 2009, Zelaya (con la complicidad bolivariana) intentara sin éxito violar abiertamente la Constitución de su país, que impedía -y aún impide- su reelección, provocando así un auténtico conflicto de poderes, que terminó en su destitución por parte del Congreso hondureño, que fuera avalada por la Suprema Corte y todas las instituciones locales.

La reacción indignada del frustrado Mel Zelaya como consecuencia de ese episodio fue simple, pero no tuvo éxito. Se envolvió en la bandera populista bolivariana y comenzó a victimizarse. Procurando ser defendido (y repuesto) por vía de la presión política de los países del eje bolivariano, que movilizaron a la región toda en su favor, incluyendo a la Argentina, Brasil y hasta -inicialmente- los Estados Unidos.

Recordemos que tratando de sa

car provecho político de la situación, la presidente de la Argentina estacionó a la vista de todos, en Managua, Nicaragua, por un buen rato, el avión presidencial en procura de utilizarlo para llevarla victoriosamente hasta Tegucigalpa para participar triunfalmente, ante las cámaras de televisión adictas, en lo que algunos equivocados creyeron iba a ser una fácil reposición del bolivariano Zelaya en su cargo. El presidente Lula del Brasil, por su parte, le cedió a Zelaya la residencia de su representación diplomática en Tegucigalpa por espacio de largas semanas, con idéntica ilusión.

Pero ambos se equivocaron. De medio a medio. La pequeña Honduras se empeñó tozudamente en defender la letra y el espíritu de su Constitución y, pese a las intensas presiones que se hicieron en su contra, pudo mantenerse ejemplarmente alineada tras los preceptos de su Constitución y convocar rápidamente a elecciones libres, reemplazando así a un gobierno interino que fuera conformado en cuestión de horas luego de la deposición de Zelaya, por un nuevo presidente. Porfirio Lobo resultó elegido por una abrumadora e ininpugnable mayoría.

La voluntad popular se expresó así sin margen para las dudas. Clara e inequívocamente. Pese a ello, Honduras sigue castigada por la región en una actitud de desgraciada arrogancia, quizás con algunos países sangrando por la herida abierta como consecuencia de no haber podido intimidar, ni someter, al decidido pueblo de Honduras, que rechazó la estafa política que quiso consumar Zelaya, asesorado y financiado por el venezolano Hugo Chávez.

Las cosas han comenzado a cambiar. Era hora. El nuevo gobierno de Honduras ha sido reconocido por decenas de países en la región, incluyendo Estados Unidos. Pero ciertamente no por la Argentina, ni Bolivia, Brasil, Ecuador, o Venezuela, países que inexplicablemente aún lo tienen en la fea categoría de castigado.

Gracias a las gestiones del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, que organizó en su país una inesperada reunión a la que concurrieron el presidente de Honduras, Porfirio Lobo, y el caribeño Hugo Chávez, ahora parecería que el regreso de Honduras a la Organización de Estados Americanos, que suspendiera su membresía en el 2009 cuando la deposición de Zelaya, puede ocurrir pronto. Quizás hasta antes de la próxima reunión de la OEA en El Salvador, el 5 de junio venidero.

Tan es así que el mismísimo Mel Zelaya, aún confortablemente refugiado en la República Dominicana, podría volver a la brevedad a Honduras, luego de que la Suprema Corte de ese país dejara de lado las acusaciones de corrupción que se habían acumulado contra él.

A su regreso, como ya es habitual en el escenario teatral en que los bolivarianos y sus compañeros de ruta han convertido a la política en nuestra región, donde todo es simbolismo y nada sustancia, seguramente habrá una multitud alquilada en el aeropuerto, vitoreándolo a cambio de algún per diem. Como es habitual. Lo que es parte del kabuki al que lamentablemente nos estamos acostumbrando todos. También en casa.