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El sector de petróleo y gas global se encuentra en un momento de transformaciones profundas. La transición energética demanda un cambio en la forma en que se produce y consume energía. En este contexto, el gas natural licuado (GNL) surge como un elemento central: es un combustible fósil, pero más limpio que el carbón o el fueloil, que emite menos gases de efecto invernadero.

Para la Argentina, que cuenta con vastos recursos, el gas natural es una oportunidad para posicionarse como proveedor estratégico, pero también para aprovechar esa energía accesible y desarrollar industrias. No es exportación o consumo interno; es exportación y consumo interno.

Para lograr esto, hay que despojarse de ideologías y ser lúcidos: regular con pragmatismo y concentrarse en los detalles, donde como dice el dicho, se esconde el diablo. Estatismo o acratismo pueden funcionar bien en los papeles, pero fracasan en el terreno. La oportunidad requiere coordinación entre los sectores público y privado. La mirada debe ser integral para aprovechar este combustible como puente hacia una matriz de desarrollo.

La Argentina tiene recursos humanos y energéticos abundantes, no es imposible pensar un desarrollo industrial a partir de ellos, financiado por la exportación de GNL y de servicios de conocimiento. Pero para esto hay que pensar estratégicamente y afinar el lápiz, escribir, borrar, ajustar, volver a escribir. Planificar y trabajar.

Obstáculos estructurales

En primer lugar, debemos evaluar cuáles son los principales obstáculos que debemos superar. Tenemos que mejorar nuestra infraestructura limitada: la falta de gasoductos que conecten las cuencas productoras con los puertos de exportación, insuficiencia de plantas de licuefacción y terminales portuarias retrasan la capacidad para exportar a gran escala. Sin infraestructura no hay GNL, y sin GNL no hay escala industrial posible.

Además, padecemos una inestabilidad regulatoria crónica: la ausencia de un marco legal claro, estable y consensuado genera incertidumbre entre los inversores. Los cambios frecuentes en reglas, ya sea por ideología o por falta de previsibilidad, desalientan proyectos de largo plazo que son críticos.

Y todavía sufrimos restricciones macroeconómicas: volatilidad cambiaria, dificultades para acceder a financiamiento y controles que limitan la entrada de capital privado, tanto nacional como extranjero. Esto frena la expansión de proyectos estratégicos.

Qué hacer para destrabar el potencial

¿Cómo lo resolvemos? Con políticas públicas de largo plazo, realistas y consensuadas. Es indispensable diseñar una estrategia energética nacional que incluya al GNL como componente central de la transición, con objetivos claros que trasciendan gobiernos.

El Estado debe garantizar un marco regulatorio estable, transparente y previsible, que otorgue seguridad jurídica para inversiones significativas en infraestructura y tecnología. La articulación público-privada debe ser sólida, promoviendo cooperación en proyectos, capital humano y promoción comercial.

Las políticas deben buscar maximizar la seguridad energética interna, garantizando el abastecimiento en picos de consumo y, al mismo tiempo, impulsar la capacidad exportadora para aprovechar mercados globales.

Un contexto global favorable

El contexto permite ser optimistas. El mercado global de GNL está en expansión, impulsado por la demanda de energía más limpia y la sustitución de combustibles más contaminantes. Esto genera un entorno favorable para que la Argentina se inserte como proveedor estratégico.

El desarrollo de la cadena de valor del GNL —desde la producción, transporte y licuefacción hasta la regasificación— permitirá diversificar la matriz productiva nacional y generar nuevos empleos directos e indirectos.

Las tecnologías como las unidades flotantes de almacenamiento y regasificación (FSRU), que permiten un despliegue más rápido y confiable, reducen barreras iniciales de inversión.

Argentinos, de una vez por todas, a las cosas.