

El asesinado presidente de los EE.UU, John F Kennedy, hizo famosa una frase en la que invitaba a los norteamericanos a no preguntarse que podía hacer su país por ellos, sino que podían hacer ellos por su país.
Por estos días la frase del malogrado mandatario demócrata aparece como necesaria, casi imperiosa para el actual momento argentino.
Todos los días se escuchan voces altisonantes, beligerantes y quejosas justificando acciones de hecho, vedadas por la ley, donde una y otra vez se repite el derecho del transgresor de turno que vocifera sus exigencias, pero que nunca se toma el tiempo para dar cuenta de sus obligaciones.
Casi todo lo que disgusta puede ser motivo suficiente para experimentar una amnesia total en materia de obligaciones propias y una aparición torrencial de demandas variopintas que siempre son la excusa perfecta para sobredimensionar mi derecho y anular por completo el de aquel que resulta perjudicado por mi accionar.
A esto habrá que agregarle la siempre presente proclama por la cual el Estado todo debe resolverme y es así como, si mi novia me deja, amenazo con colgarme de un puente y paralizo la autopista cinco horas, o si me procesan por cortar la calle me indigno cortando la calle, o si designan a alguien en la empresa de la que no soy dueño sino empleado dejo sin subir al avión a miles de personas, o si no me dan un aumento salarial en lugar de negociarlo como corresponde les impido a miles de ciudadanos el derecho de transitar ya que mi derecho es el que cuenta, aunque ese derecho no figure en ningún libro de Derecho.
Esta trampa en la que se encuentra una mayoría inerte, que además como contribuyente financia al Estado, la ha dejado anestesiada y resignada frente a una minoría extorsiva que exige desde el mito del país rico que ya no somos.
Así como los seres crecen en la vida cuando es más lo que dan genuinamente que lo que especulan recibir, los países se desarrollan de igual modo, sin pensar que el Estado debe resolver todo, desde la caída del granizo, hasta el regreso de los turistas de Machu Pichu, sin mayores contraprestaciones por parte de los demandantes que habitar el suelo argentino. Además el acto de “pedir no debe obviar el hacerlo de manera correcta ya que, de otro modo se convierte en el acto de imponer, situación que se vincula con obligaciones que no siempre el Estado tiene, más allá de la voracidad de quien así lo exige, quien además no exhibe igual énfasis a la hora de cumplir con sus deberes.
Como siempre en la vida, el audaz prueba sus límites midiendo hasta donde llega su margen de maniobra; es ahí donde el sistema reacciona con los resortes activados por las normas, y la audacia da lugar a la prudencia. Tal vez, ya sea hora de repintar las borrosas líneas de cal y volver a jugar dentro de los límites de la cancha. El karma no es otra cosa que vivir lo que se provoca. El éxito es el resultado imperioso de esfuerzos concentrados en una causa digna de un propósito. Recuperemos la dignidad, dejemos de sobrevivir en el país, empecemos a servirle.









