

La política argentina ha entrado en un período en que lo controversial es parte de la agenda diaria. El oficialismo ha perdido la supremacía en el Senado, completando de este modo su situación parlamentaria; ya debilitada, por la desventaja más ostensible en diputados. Finalmente, el resultado del 28 de junio se plasmó en representación política; y del cambio en la relación de fuerzas se da una situación compleja por el choque entre el diseño presidencialista y un parlamento adverso. Da la impresión que, con la dinámica belicosa de estos días, será muy largo el camino hacia el 2011; y también muy estrecho.
Es más; parece lejano y extraño a la vez , el acto electoral por el nivel actual del enfrentamiento. Hay que atravesar el día a día de la agenda con triunfadores y perdedores cotidianos; y ese es, por ahora, el único futuro.
El abroquelamiento que manifestaba el oficialismo lo iba colocando contra la pared; ante una oposición que no quiere simplemente sustituirlo sino terminar con él; aunque cuide las formas republicanas. Igual propósito tiene el gobierno respecto al arco opositor.
Este escenario confrontativo se sobrepone y se convierte en protagonista, sin que podamos vislumbrar las acciones positivas del gobierno y de la oposición; y sin que ante la sociedad pueda exponerse un debate profundo de las ideas. La dialéctica amigo-enemigo, está planteada en el marco de que el triunfo de uno es la abdicación del otro; y parece que esto debe darse por fuera del campo electoral.
Si al clivaje que planteó la presidenta entre la realidad real, digamos, y la realidad mediática; se le suma la oposición profesional; se logra una sumatoria de relación de fuerzas claramente desventajosa para el kirchnerismo. La oposición se va fortaleciendo en su negatividad, unificado por el propio discurso de su adversario y demora, por un tiempo, la expresión de sus diferencias intrínsecas; que también presuponen otros nubarrones a futuro.
Esta dinámica interrelacionada y potenciada, puede ser un cruzamiento que puede poner en peligro la armonía de la convivencia republicana. Estos son momentos dilemáticos para la dirigencia política y de gran responsabilidad, por lo delicado que es involucrar a las instituciones. Estamos bordeando una crisis institucional, debido al compromiso de los poderes entre sí . Emerge la judicialización de la política como un déficit de las instituciones estrictamente políticas.
Pero, a todo esto: ¿qué dice la opinión pública?. Repite en general, un anhelo imposible: una democracia sin conflictos; pero considera, con razón, que la dimensión de los mismos ha sobrepasado los límites. Pide armonía, y razonabilidad. Ve el espectáculo dirigencial y eso se traduce con la caída de popularidad generalizada. Lo peor es que no comprende muchos de los ejes de la controversia; y la política se convierte en un juego de élites.
A pesar, de que cualquier observador sabe que detrás de las formalidades y procedimientos, se discuten temas estratégicos: sobre modelos de desarrollos, políticas económicas y sociales; el ciudadano común, solo ve la contienda que lo fatiga, porque es lo que ocupa todo el escenario. Es una pena que no se advierta lo sustancial del conflicto; porque, se acentúa la retracción de la sociedad civil, ya de por sí bastante indiferente.
El otro clivaje es entre la sociedad política y la sociedad a secas. Vuelve a manifestarse un abismo que se había estrechado a partir del 2003. El retorno de la política había sido auspicioso , luego del 2001; pero ahora, los profesionales de la política vuelven a tropezar; y nadie quiere repetir la crisis.
En un estudio reciente sobre confianza en las instituciones; los políticos y la justicia comparten los últimos lugares de la credibilidad pública. La pregunta es, si no será hora de volver al debate elevado; y abandonar esta guerra, con comandantes pero sin soldados; que eclipsa los fundamentos de cada proyecto de país.










