

El principal afán hoy es la construcción de mayorías, que significa en términos de la lucha política: el mantenimiento del poder por parte del kichnerismo o la obtención del Gobierno por parte de la oposición. O sea, que esas mayorías puedan imponer su voluntad al resto de las fuerzas existentes, y constituir un dominio efectivo. En el caso del oficialismo sería recuperar espacio perdido y en la oposición inaugurarse un turno, una oportunidad.
El kichnerismo, contraviniendo las leyes de la física, saca potencia de su impotencia; mientras los átomos de la oposición no logran amalgamarse. Sin embargo, el resultado del 28 de junio pasado ha generado un empate virtual entre el oficialismo y la oposición con su epicentro en el parlamento. Es decir, un avance de las fuerzas adversarias a gobierno, que no han logrado plasmar, hasta ahora, una estructuración de mayor poder de fuego, ante el límite impuesto por el 70% de la ciudadanía con su voto. Los goles a favor y en contra provienen del mismo equipo que es el único que juega con convicción y dientes apretados su partido de campeonato. La capacidad de iniciativa del oficialismo le ha permitido sobrevivir en condiciones de pelea. No obstante la vitalidad del conflicto permanente genera el espejismo de la fortaleza de la política, y oculta un fondo estructural de notable debilidad y presagia turbulencias a futuro. Parece fatal que la crisis política sea recurrente con cualquiera que esté gobernando, mientras la política no transite por lugares de mayor racionalidad asentada en nuevas organizaciones o en la renovación de las existentes.
La acción política requiere de prerrequisitos que determinan la mayor o menor eficacia , las mayores posibilidades sobre la realidad, y la fortaleza para manejar los desafíos de la gestión.
Y en la política democrática esos prerrequisitos consisten en articular intención, voluntad, y consenso sobre la base de una estructuración orgánica; y si esta no está expresada través de Partidos Políticos, está la legitimidad que otorga la mayoría de la opinión pública.
Con solo la voluntad o la intención no es suficiente para asegurar dominio más allá de las fortalezas transitorias de los mandatos legislativos, de las pequeñas ventajas temporales. Inclusive, descansar exclusivamente sobre la popularidad inorgánica, es una alternativa riesgosa por la volatilidad del humor colectivo y la continua insatisfacción del ciudadano medio. Con la voluntad militante no alcanza y con los beneficios de la televisión tampoco.
Y mucho más, si alguno pensara que puede construir gobernabilidad solamente apoyado en los fastos de una noche providencial.
Es fundamental, entonces, otorgarle a la intención, a la voluntad: consenso y organicidad. Y estos últimos necesariamente unidos, complementados.
Hoy existe una mayoría silenciosa cuya homogeneidad es que no muestra afecto por nadie en particular, que no soporta la continuidad de conflictos, y que no se siente representada por ningún partido político. Pero, sigue siendo el peronismo el único que alcanza a influir o controlar entre un 20% a 30% de la población, manteniéndose como electoralmente poderoso. Y además, o por eso, domina gran parte del poder institucional nacional, provincial y municipal. No obstante, las elecciones pasadas mostraron una ruptura del voto peronista en pro o contra el kichnerismo que abrió grietas en algunas provincias decisivas y genera esperanzas en la oposición para el 2011.
Pero, un triunfo opositor sería casi impensado sin un pacto previo de gobernabilidad con el justicialismo o parte de él; aunque la tarea de construcción sea impostergable gane quien gane. Porque lo peor sería repetir una historia ya conocida e inmortalizada en el cuento infantil del gato y el ratón. Cimientos débiles nos darán más tempestades.










