La porción de pizza envuelta en papel manteca y comida a las corridas es uno de los combustibles esenciales de la ciudad de Nueva York. Y, como ocurre últimamente con todos los combustibles, su precio está en alza.

El costo del queso trepó de

u$s 1,60 a u$s 2,90 en los últimos meses, lo que llevó el precio de la porción de pizza a u$s 2 en cadenas como Pronto Pizza.

En Nueva York se considera que los precios de la pizza y el subterráneo son barómetros no oficiales de la economía de la ciudad. Y en este momento la aguja marca claramente un aumento de la inflación.

Los datos oficiales coinciden con estas evidencias anecdóticas: el índice de inflación de Nueva York llegó a 1,1% en marzo. Este índice es el más alto de todas las ciudades de Estados Unidos y el mayor incremento inflacionarios que registró la ciudad en los últimos 14 años.

Los principales culpables del aumento fueron los precios de la vivienda –el precio promedio de un departamento de dos dormitorios pasó de u$s 453.298 en 1993 a u$s 1,06 millones en 2003–, y los incrementos en combustibles y servicios públicos básicos. En los últimos meses, el temor a una suba en las tasas de interés disparó aún más la demanda en el sector inmobiliario.

Además de la pizza, hay otros clásicos de Nueva York que también aumentan. Después de ocho años sin cambios, los precios de los famosos taxis amarillos subieron 26% y por primera vez se cobra u$s 1 adicional en horas pico.

Los economistas observan con atención para ver si la inflación se está quedando con un bocado de la frágil recuperación económica de la Gran Manzana.

En 2003, con la ayuda de un buen año en Wall Street, Nueva York comenzó a emerger tras dos años de recesión. Los restaurantes de la ciudad pasan por su mejor momento en años y los minoristas acumulan ganancias vendiendo artículos de lujo, como en las épocas de esplendor. Le Parker Meridien, un hotel de Manhattan, fue centro de una oleada de publicidad tras poner en su menú un omelette con caviar a u$s 1.000.

Aunque estos detalles exóticos y desmesurados son típicos de la ciudad, los neoyorquinos temen que si los precios se disparan demasiado el brillo recién recuperado vuelva a opacarse.