

Estamos en una transición entre la preparación electoral y la acción, que tomará mayor forma a partir de marzo. Desde allí hasta llegar a octubre, el cronograma ratificará o negará a los oficialismos en cada elección local que confluirá a la gran competencia de octubre. Si bien cada acto electoral local tiene su propia historia, irá anticipando el clima sobre la gran final presidencial.
Ahora se van orejeando las cartas, los candidatos se miran de reojo y esperan que el otro juegue primero para desentrañar cuál va a ser la táctica. No obstante, hay dos candidaturas definidas: Carrió y Lavagna.
El oficialismo se mueve con mayor comodidad que la oposición fragmentada. La conducción unívoca del Presidente asegura la concentración de las decisiones. Tanto Néstor Kirchner como la senadora Cristina Fernández, pueden ganar y en primera vuelta; aunque el Presidente en un nivel más abrumador.
Es muy alta la correlación entre nivel socioeconómico e intención de voto. La diferencia que obtiene el oficialismo en los sectores medios hacia abajo respecto a la oposición, es notable. La popularidad de Macri queda neutralizada en esos estratos sociales.
Si Macri se sumara a la competencia presidencial, favorecería el paso a Cristina Fernández, ya que la mayor fragmentación permite que el abismo que separa oficialismo y oposición, se ensanche. También se modificaría el escenario porteño, considerando que el líder del PRO encabeza hoy las preferencias de los vecinos de la ciudad de Buenos Aires. En ese caso, podría López Murphy ser el candidato de la alianza, porque logra un número de votos que aleja a la coalición de la insignificancia. Por supuesto que en esta jugada, se sacrificaría a la vertiente peronista porteña del macrismo.
También es cierto que la ciudad de Buenos Aires encierra un peligro para el líder del PRO, y es la segunda vuelta. Si Macri volviera a perder, afectaría fuertemente su futuro político.
En cambio, la estrategia de competir nacionalmente y obtener un segundo lugar en el ‘07, puede proyectarlo como jefe de la oposición con vistas hacia el 2011. En este punto, también a él le conviene la candidatura de Cristina Fernández.
En realidad, los dirigentes opositores luchan por el liderazgo; y a veces lo hacen lidiando entre sí. A esta altura, si los opositores van separados, es inevitable que además compitan entre ellos.
Los cercanos a Lavagna creían que, en el último trimestre del año pasado, al trascender la pretensión presidencial, iban a ver una reacción de la opinión pública más generosa con el ex ministro.
En realidad, el posicionamiento de Lavagna es muy difícil; autodefine a su espacio como centro-progresista, también como justicialista; y hace una alianza con Alfonsín y con algunos duhaldistas. El primero cuenta con una estructura reducida y los segundos con pocos votos. La dificultad estriba en que ese lugar (progresismo más peronismo) está ocupado por la figura dominante del Presidente. Y al ex ministro lo complica ser y no ser opositor al mismo tiempo de un oficialismo que tiene consenso.
Es difícil plasmar la superación de lo que está, cuando el oficialismo goza de buena salud. Tampoco puede girar hacia la derecha, porque se pondría en contradicción con sus principios, además del veto que impone la UCR.
Ahora, tiene que apostar todo a la carrera electoral, en la que larga rezagado. De partida, su mejor performance se produce en los sectores medios hacia arriba, sobre todo entre empresarios, empleados jerarquizados y profesionales. Su penetración en la base de la pirámide es, por ahora, casi nula.
Lavagna no suma aritméticamente los votos de Macri si este no se presentara, porque hay cierta refracción entre algunos núcleos de uno y otro. Pero, al primero le conviene sin duda, que Macri compita por la jefatura de Gobierno, debido a que queda un excedente electoral a conquistar.
Por último, Carrió ha decidido continuar con su posicionamiento testimonial y, desde afuera del tablero de negociaciones, apunta a seducir a sectores de un radicalismo en implosión, y a los que apoyan sus expresiones denunciativas. Es posible que recoja a electores críticos de la política de izquierda a derecha, pero no puede evitar que el ARI pierda sustancia política.
La opinión pública mayoritariamente no está pensando en una alternativa, tampoco está expectante sobre las elecciones. La sociedad mantiene varias demandas; sin embargo, las orienta hacia el gobierno actual; no considera que dichas exigencias deberían ser resueltas por otro presidente. El default partidario continúa, pero nadie está golpeando las puertas de los deudores.
La recuperación económica, el mayor consumo, la disminución de la desocupación y de la pobreza son los factores de consenso. Pero también lo es, la recuperación de la gobernabilidad, una sensación que anida en la subjetividad colectiva. Las críticas sobre la calidad institucional que elevan los dirigentes opositores no tienen suficiente eco en la mayoría de los votantes.










