

Pese a las mejoras en materia de seguridad, la violencia nunca está demasiado lejos en Irak. Sin embargo, durante el fin de semana ocurrió un ataque que produjo conmoción y recordó las matanzas de 2006 y 2007. Hombres vestidos con uniformes militares cayeron sobre un pueblo sunita ubicado al sur de Bagdad y avanzaron de casa en casa, esposando a los residentes antes de dispararles. Entre las víctimas había cinco mujeres y 19 hombres.
No está claro quién fue responsable pero un ataque tan estremecedor –sumado a atentados con bombas que mataron por lo menos a 41 personas en la capital y a un atentado frustrado en un santuario chiíta– en un período de debate político poselectoral elevó las tensiones en una nación frágil, y sin duda aumentará el temor de la gente sobre el futuro.
Se ha hablado de las elecciones del 7 de marzo como del momento más decisivo en la historia reciente de Irak desde la invasión dirigida por Estados Unidos hace siete años. La relevancia se debe, en parte, a que se está decidiendo quién gobernará en el país cuando Washington complete su retirada militar, para fines de 2011.
Pero también es una prueba crucial de la madurez del proceso democrático. Antes de las elecciones de marzo, iraquíes de todos los sectores hablaban de su deseo de no volver nunca a los violentos enfrentamientos entre sunitas y chiítas que casi destrozan la nación. Insistían en que no eran los iraquíes comunes los que alimentaban ese derramamiento de sangre; los responsables eran los políticos.
Pero la realidad es que las posiciones sectarias y los factores étnicos volvieron a determinar los resultados de la votación. “Por laico que uno sea, siempre necesita alguien que le cuide las espaldas , me explicó un iraquí.
Aunque, según los resultados preliminares, la lista del candidato laico Iyad Allawi se impuso por escaso margen en las elecciones, obteniendo dos bancas más que la alianza Estado de Derecho, de Nouri al-Maliki, sería un error considerar que esto indica que el sectarismo ha quedado marginado.
Allawi es un chiíta laico pero su alianza está dominada por los sunitas –quienes se quejan de haber sido dejados de lado desde la caída de Saddam Hussein– y fueron ellos los que aseguraron su éxito.
En cambio, el primer ministro Maliki, que es un chiíta islámico, obtuvo pocos votos en las áreas sunitas pese a haberse relanzado como un líder nacionalista, no sectario. Tuvo que depender de la mayoría chiíta y competir con listas de ese sector. En cuanto a los kurdos, votaron por los kurdos. Y, dado que nadie está cerca siquiera de la mayoría en el Parlamento de 325 bancas, se intensifican las negociaciones para formar alianzas que permitan a un bloque liderar el gobierno.
En medio de estos tironeos, los ataques más recientes muestran la amenaza que presentan los extremistas dispuestos a hacer descarrilar los tentativos avances de Irak. Los políticos deben demostrar que pueden elevarse por sobre el hambre de poder para trabajar por los intereses del país y asegurar que ningún grupo se sienta excluido.










