

Rápidamente pasamos de la etapa postelectoral a los preparativos de la etapa preelectoral 2011. La proyectada reforma política, es claramente una modificación del régimen electoral, formas de financiamiento y publicidad política, apuntando a nuevos modalidades para dirimir la presidencial venidera. Es también la conclusión de una serie de leyes destinadas a reposicionar al oficialismo, y recuperar competitividad electoral.
Puede leerse en el proyecto señales que marcan lo que metafóricamente podría denominarse como el embudo. Las fuerzas políticas ingresan por una boca ancha y a medida que se avanza en las primarias se va angostando el camino hasta la pequeña boca de salida que es la conformación de una opción electoral de pocos contendientes, y que deriva, muy posiblemente, hacia el ballotaje. La intención es reconfirmar la prevalencia de los partidos con mayor posicionamiento nacional: el PJ y la UCR, y disciplinar a sus afiliados y adherentes al efectuarse primarias abiertas y obligatorias. Está claro que con este esquema y con el piso que se exige, se hace casi imposible que una corriente o tendencia pueda jugar por afuera del partido nacional. O sea, que eso vetaría la posibilidad de la existencia de neolemas como fue en el justicialismo en el 2003. Es materia negociable por parte del oficialismo, el piso de caudal de votos necesarios, que siendo elevada dejaría a sus aliados menores en la intemperie.
Esto obliga a las pequeñas fuerzas a hacer alianzas y subsumirse en organizaciones más grandes que cumplen los prerrequisitos. Ahí el panperonismo y el panradicalismo quedan disciplinados dentro de un tubo que tiene una salida angosta.
Como viene ocurriendo con otras leyes, el Gobierno envía un proyecto de máxima y luego permite la negociación para incrementar el consenso parlamentario.
Si uno observa detenidamente el conjunto de las recientes normas y decretos, constituye un rompecabezas que al unirse forman una intención acorde a la voluntad del kichnerismo a mantenerse en el poder, y ser protagonista en 2011.
La política nacional tiene claramente un eje ordenador alrededor del cual se vertebran las fuerzas políticas y sociales y los sectores de interés. Oficialismo y oposición se organizan en función del Gobierno y de la jefatura política. Esta fuerte actuación del Gobierno y Néstor Kirchner en estos meses evitó un éxodo parlamentario postelectoral que hubiera constituido una afectación a la gobernabilidad. El oficialismo cerró filas, que si bien son más raleadas que antes, mantienen vertebrada su voluntad de ejercer al poder hasta el límite.
Asoma una genuina impronta peronista en el ejercicio del dominio que convierte a los opositores en subordinarse a la agenda, logrando inclusive, enclaves favorables a algunas reformas. El oficialismo piensa que puede revertir el humor social adverso, con la imposición de una ejecutividad innegable frente a una oposición timorata. La realidad es que en los últimos meses la imagen de todos los políticos desciende y el prestigio de la política también, ante una opinión pública que creyó que luego de las elecciones algo nuevo sobrevendría. Menos mal que la realidad económica sostiene sino el escenario tendría mayor virulencia. No obstante, asoma el peligro que algunos grupos que reclaman por su inserción en los planes sociales, quiere victimizarse frente al gobierno. El tema de inseguridad, que si bien no consagra ni sepulta las posibilidades de ningún candidato, bordea la frontera de lo tolerable.
La sumatoria de quejas en la vía pública por los movimientos sociales pro y anti oficialistas, los conflictos intrasindicales que colocan una presión por izquierda al Gobierno, la morbilidad que genera el delito, las investigaciones sobre mafias que derivan hacia la nada, el problema de la gripe A y luego será el dengue, inundan las pantallas de los argentinos que consumen día a día la sospecha de que están huérfanos de Estado.










