La cadena del maíz ocupa un lugar prioritario en el desarrollo de varios países por su capacidad de generación de empleo e inversiones, tanto donde se producen grandes volúmenes de maíz, como en Brasil, los Estados Unidos, China o Argentina, como donde deben importarlo para abastecer sus industrias, como es el caso de Japón.

El actual escenario internacional se caracteriza por un aumento de la demanda de alimentos. Según la FAO, para el año 2050 nuestro planeta deberá duplicar la producción de alimentos para satisfacer la demanda de una población creciente.

En el caso particular del maíz, el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA según sus siglas en inglés) estima que el consumo mundial podría aumentar 3,6% sólo para la campaña 2009-10, una tasa que supera a las del resto de las commodities agrícolas.

Además, el mundo demandará 32,5 millones de toneladas más de maíz entre 2009 y 2010 que lo que se consumido en la campaña 07-08, lo que equivale a algo más de dos cosechas argentinas del cereal. El consumo está motorizado principalmente por la industria de los biocombustibles y los biomateriales en los Estados Unidos, y también por China.

Está claro que, a pesar de la crisis global, la demanda internacional de maíz continúa sostenida. Sin embargo, esta oportunidad no podrá aprovecharse sin alcanzar acuerdos básicos en toda la cadena de valor del maíz, incluyendo al sector público, que podría aumentar sus niveles de recaudación a través de un aumento de la producción.

El normal funcionamiento de los mercados de futuros y a término y su transparencia son algunos de los desafíos a enfrentar. La formación de precio en forma transparente estimula las inversiones al generar un horizonte previsible tanto para el productor como para los proveedores de insumos.

Un precio cierto estimula la financiación de insumos al productor, los contratos de canje y la prefinanciación de exportaciones, otorgando liquidez a la cadena de producción. Además, permite el correcto funcionamiento de los mercados de futuros, que son esenciales para acotar el riesgo de variaciones en los precios en los distintos eslabones de la cadena agropecuaria.

En nuestro país, la producción de maíz supera la demanda del mercado interno. Históricamente ha sido así, y para esta campaña también está asegurado el abastecimiento interno. Pero para lograr una mayor área de siembra deben mantenerse abiertos los registros de exportaciones durante todo el año, sin cupos ni limitantes.

De esta forma, se estimula la inversión y la producción de maíz para nuestras industrias y para la exportación, y se tracciona toda la cadena de valor, generando inversión y más empleo.

Las retenciones a las exportaciones también afectan a toda la cadena, quitándole capacidad de inversión al productor, y reduciendo su posibilidad de acceder a la mejor tecnología disponible, situándolo en condiciones menos favorables que las de sus competidores en otros países.

En la Argentina, la campaña pasada estuvo marcada por una fuerte sequía, la crisis económica mundial y las trabas internas a la comercialización. De esta forma, se cosecharon 12,6 millones de toneladas, un 40% menos que en el ciclo anterior, perjudicando no sólo al productor sino a toda la cadena de valor del maíz, compuesta por una amplia gama de sectores: carne vacuna, lácteos, pollos, huevos, carne de cerdo y productos de las moliendas húmeda y seca y almidón, como así también a las industrias proveedoras de insumos, al comercio, los transportistas y contratistas rurales. Perjudicando, en suma a toda la economía del interior del país.

Las proyecciones para 2009-10 indican que la siembra se ubicaría en 1,9 millones de hectáreas de maíz comercial, una de las más bajas superficies en décadas. El desafío es, entonces, trabajar para integrar todos los eslabones de la cadena y lograr mejores condiciones para que el maíz pueda ser lo que es en otros países: uno de los principales motores de la economía.

La oportunidad está. No la desaprovechemos.