Igual que los tres mosqueteros, nuestro ABC son cuatro. Es decir, el 90% de nuestras prioridades de política exterior está concentrado en el eje Brasil, Chile, Argentina y Uruguay. Esta definición no excluye, por supuesto, a nuestros vecinos y hermanos Bolivia y Paraguay ni a las superpotencias como los EE.UU. o China ni a la Unión Europea, ni a grandes y pequeñas naciones emergentes y amigas de los cinco continentes. Pero dictar una política es siempre elegir y priorizar y tener ‘10 estrategias’ equivale a no tener ninguna.

El pivotear sobre nuestro ‘espacio geopolítico vital’ no es un objetivo en sí mismo, sino que incluye constituir el instrumento que nos permita relacionarnos con los otros desde una masa crítica suficiente para que nuestros intereses sean considerados seriamente. Equivocarnos en esto puede ser trágico. Por ejemplo, pretender tener una ‘estrategia hacia China’ desde sólo la República Argentina suena inteligente, pero es insuficiente. Y esto es así porque el mosquito no puede tener una estrategia respecto del elefante. Una relación bilateral Argentina-China, o es una política de adhesión argentina a la política exterior china, o es la inexistencia de la relación. En la actualidad, la necesidad alimenticia china ha generado un negocio exportador sojero extraordinario pero, a cambio y razonablemente, China aspira a aumentar sus exportaciones en Argentina. El aumento exponencial de esas exportaciones ha producido que estas se traben administrativamente para evitar la destrucción de sectores de nuestra industria nacional. En este contexto, hablar de inversiones chinas es una entelequia. En los casos de EE.UU. o la UE, hemos llegado a ciertos techos y disputas de poca flexibilidad y limitado futuro. No tenemos escala productiva ni tamaño de mercado, ni mecanismos de financiación o estímulo para alcanzar objetivos justos pero imposibles.

La escala regional ABCU+BP (Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Bolivia y Paraguay), nos aporta la dimensión física, tecnológica y financiera para aspirar a participar de las grandes corrientes de inversión y comercio mundiales.

Brasil ya lo está haciendo per se y, por eso, el original Mercosur, se está convirtiendo (por nuestro retroceso) sólo en una Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas) como política sub-regional del Brasil para con sus vecinos.

Sino revertimos pronto esta situación, habremos perdido el tren de la historia por mucho tiempo y quedaremos relegados a ser furgón de cola de la locomotora brasileña.

Nada podemos imputarle al Brasil ni a Chile que, por nuestra decisión de cortarles el gas, ha desarrollado una estrategia de abastecimiento por el cual pronto estará en condiciones de exportarnos su gas a nosotros (que nos estamos quedando sin reservas).

Alcanza con ver la dinámica negociadora de Chile y Brasil con China para entender cómo cada día nos alejamos más de los objetivos integradores regionales y de las mesas de negociación internacional (sino, ver nuestra presencia-ausencia en la OMS de Ginebra)

Lo mismo se verifica en las tratativas gasíferas de Bolivia y las hidroeléctricas del Paraguay con Brasil. Ambos países han cerrado importantísimos acuerdos con Brasilia ignorando en forma casi absoluta los compromisos preexistentes con nosotros.

Podríamos plantear otro tanto con la congelada relación con la Unión Europea y los EE.UU. o la casi inexistente con India o la disminuida con Rusia.

Los daños perpetrados durante los últimos años no podrán ser revertidos por una nueva administración por mejores que sean sus intenciones sino se alinean los instrumentos de política económica nacional con el objetivo integrador como partes de un todo y no sólo el utilizar la política comercial exterior como pauta de ajuste de ocasionales superávits del flujo local.

Cada día que pasa nuestro margen de maniobra es menor y nuestra falta de credibilidad es mayor. Nuestros tres vecinos han alcanzado una ubicación excepcional en el concierto de naciones, más allá de su volumen relativo.

Ellos todavía nos esperan y creen en nosotros. No los defraudemos tratando de implementar en el futuro esquemas imposibles producto de nuestra permitida soberbia.