El surgimiento de China en el centro de la economía internacional altera en forma estructural los patrones del comercio mundial con precios récord en los productos primarios y deflación –caída– en los precios de las manufacturas intensivas en mano de obra de baja calificación. Este cambio económico estructural representa una oportunidad histórica pero también un serio desafió para la Argentina.

La acelerada industrialización china, con los procesos asociados de urbanización y aumento de los ingresos per capita, ha aumentado fenomenalmente la demanda de commodities y productos energéticos del ‘Dragón Hambriento’.

China es ya el principal demandante mundial de productos como el estaño, el zinc y el cobre y el segundo de bienes como la soja y el aluminio; en todos ellos supera o se acerca al 20% del consumo mundial.

Este cambio en la estructura de la demanda mundial se ha traducido en precios récord para los productos primarios y la energía. En los últimos tres años, el barril de petróleo cruzó la barrera simbólica de los U$S 60. El índice de commodities no energéticas del FMI aumento más de un 15%, los metales más de un 70% y los alimentos casi un 30%.

China abre entonces una oportunidad impresionante para países ricos en recursos naturales, que poseen un sector agroalimenticio competitivo y con capacidad para ampliar su producción minera y forestal, como Argentina.

Más allá de las commmodities, el aumento del consumo per capita de alimentos, y sobre todo la acelerada ‘occidentalización’ de la dieta china, abren la puerta para exportarle al Dragón cada vez más productos alimenticios como el vino, las carnes, los alimentos procesados, y los lácteos que no solo incorporan mas valor sino que también son grandes creadores de empleo.

De hecho, hacia el 2020, de acuerdo a estimaciones de UNCTAD, China podría convertirse en el mayor importador mundial de alimentos, con compras cercanas a los u$s 22.000 millones, superando a los Estados Unidos y Japón.

Por el lado de la oferta, la incorporación de más de 700 millones de trabajadores chinos, junto con los de otras economías ‘ballena’ como India y los ex países comunistas, ha duplicado en la práctica la fuerza laboral del mundo en los últimos 25 años. En 1989, la población económicamente activa del planeta era alrededor de 1.500 millones de trabajadores, ahora se acerca a los 3.000 millones.

El principal efecto de esta virtual duplicación de la cantidad de trabajadores en el mundo es una tendencia en el largo plazo a la caída de los retornos del trabajo, es decir, los salarios, en especial los de los trabajadores menos calificados. Según datos de la UNCTAD, el número de trabajadores con baja calificación se ha mas que duplicado en todo el mundo, pasando de 200 millones a 500 millones.

Este impacto en el mercado de factores mundial se ha traducido a su vez en una caída notoria en el precio de las manufacturas, en particular de aquellas intensivas en el uso de mano de obra de baja calificación, como textiles y calzados, pero también de productos electrónicos terminados, a nivel internacional.

Por ejemplo, según estadísticas del Departamento de Estadísticas Laborales de los Estados Unidos, el precio de los productos importados de vestimenta e indumentaria ha caído un 30% en términos reales, solo en los últimos tres años. En promedio, el precio de las manufacturas provenientes de países en desarrollo cayó casi un 10% en el mismo periodo.

Para países en desarrollo con escasa población como Argentina, esta tendencia estructural de fondo vuelve inviables las estrategias de desarrollo basadas en la exportación de bienes masivos y sin diferenciar cuyo insumo principal es mano de obra poco calificada con bajos salarios. China, de esta manera, obliga al sector industrial a dar un salto de calidad hacia segmentos de la producción con mayor valor agregado y contenido tecnológico, y donde la competencia china no es tan intensa.

China no es un espejismo sino una realidad estructural que llego para quedarse. Su población de dimensiones mundiales, sus elevadísimas tasas de ahorro e inversión, su acendrada integración a las redes de producción compartida globales, su inédito proceso de urbanización que agrega anualmente 20 millones de trabajadores al mercado laboral, y sobre todo, la aceleración del ritmo de reformas, coinciden la OCDE y Goldman Sachs, permiten entrever tasas de crecimiento de entre el 7% y 9% en la próxima década para la economía china.

En síntesis, China cambia los precios relativos internacionales impulsando una verdadera reconfiguración de la economía mundial. La oportunidad y el desafió están ya delante de nosotros. Cabe ahora a Argentina ver esta realidad y actuar en consecuencia.