La semana próxima, la Reserva Federal de EE.UU. tiene la chance de recuperar parte de la credibilidad perdida en los últimos meses a fuerza de idas y venidas en sus consideraciones sobre la política monetaria.

Pasado mañana, miércoles 19, cuando Ben Bernanke brinde su testimonio de mitad de año ante el Senado, contará con los datos de la inflación de junio: la mayorista se dará a conocer mañana, y la minorista, el miércoles por la mañana.

Esto cobra inusitada relevancia al ser la “data-dependencia uno de los mensajes más claros del último comunicado de la Fed: las decisiones del banco estarán supeditadas a la información entrante sobre la evolución de las variables macro.

En la reunión de fines de junio, en la que se decidió un alza de la tasa de interés de 5% a 5,25% anual, Bernanke suavizó su discurso, destacando que la desaceleración económica podría ayudar a mitigar las presiones inflacionarias.

En este sentido, las minutas correspondientes a dicha reunión, que serán publicadas el jueves 20, posiblemente brinden indicios acerca de la percepción que los miembros de la Fed poseen sobre los niveles de inflación.

La realidad es que la crítica a la autoridad monetaria estadounidense no pasa por las políticas que emplea, sino por la falta de consistencia en sus mensajes. Esto es aún más evidente si se considera la retórica de Trichet, presidente del Banco Central Europeo, anunciando una aceleración del ritmo de tightening; o la de Fukui, su par japonés, señalando el fin de la “Política de Tasa de Interés Cero , que dotó de liquidez al mundo por más de un lustro.

Es sabido que los cambios de mando en la Fed durante las últimas cuatro décadas no han escapado a las turbulencias propias de una transición de tal magnitud.

Pero también es cierto que los tiempos se acortan; y en un marco de endurecimiento monetario a nivel internacional, la autoridad monetaria más poderosa del globo no puede darse el lujo de ser inconsistente.