
Lo más extraño del primer debate demócrata fueron los tweets en vivo de Donald Trump. El magnate republicano se refería a los candidatos llamándolos "payasos", describió el debate como un "chiste" y se comparó con Winston Churchill. Sin embargo, quitando sus intervenciones, fue el primer intercambio sin insultos del ciclo presidencial 2016.
El foco puesto en sus diferencias en las políticas, y no en la personalidad, recalcó las fortalezas de Hillary Clinton. Y las aprovechó al máximo. Probablemente fueron sus mejores dos horas desde que lanzó su campaña en abril. También recibió cierta ayuda inesperada. Cuando a su único verdadero contrincante Bernie Sanders se le preguntó por el uso privado del servidor de emails que hizo Clinton, él descartó que tuviera alguna importancia. "Los norteamericanos están cansados de escuchar sobre tus malditos emails", dijo. "Hablemos de los verdaderos temas". Durante la mayor parte del tiempo eso fue lo que sucedió. El contraste con el tono de los debates republicanos fue notorio.
Sin embargo, el debate en Las Vegas probablemente no produzca ningún gran cambio en el campo demócrata. La enérgica actuación de Clinton hará que Joe Biden se sienta menos tentado a entrar en la contienda. Los simpatizantes de Biden empezaron a demostrar que se les acaba la paciencia frente a su indecisión. Cuanto más delibere más parece estar esperando que Clinton se equivoque. Si entra ahora, necesitará una lógica más sólida.
Clinton también tuvo ayuda de otro lugar inesperado: Kevin McCarthy, el líder de la mayoría republicana. La semana pasada dijo que la investigación sobre la muerte de cuatro diplomáticos estadounidense en Bengasi, a cargo de un comisión republicana, se condujo con el objetivo de dañar a Clinton. Al igual que todas las metidas de patas, McCarthy sin querer reveló la verdad. Le quitó peligro a la presentación de Clinton ante el comité la semana próxima.
Otra gran ventaja que tuvo ella el martes fue la presencia de tres candidatos de segundo nivel notoriamente de calidad inferior: Lincoln Chafee, ex gobernador de Rhode Island, Martin OMalley, ex gobernador de Maryland y James Webb, ex senador por Virginia.
Al contrario de Clinton, Chafee y Webb parecían no haberse preparado para el debate. Sería una sorpresa si alguno de ellos aparecieran en el estrado para el siguiente de diciembre. El principal estribillo de Webb fue quejarse por su poco tiempo para debatir. Cuando llegó el momento Chafee, éste no pudo explicar porqué había abolido la ley Glass-Stegall en 1999, una ley que ahora quiere recuperar. Era nuevo en Washington, dijo, y no comprendía lo que decía el proyecto de ley. OMalley probablemente todavía participe del próximo debate. Pero sus ataques al carácter de Clinton no dieron fruto. Su argumento para un "nuevo liderazgo" sonó a una pálida copia de la campaña de Barack Obama 2008. Clinton tuvo pocos problemas para bloquear la crítica de OMalley por su voto en 2002 que autorizó la guerra en Irak. Como Obama la había elegido como su primera secretaria de Estado, ella afirmó: "El presidente claramente valoró mi decisión". Ninguno de los tres tiene más de 1% en las encuestas por lo que habrá poco para redistribuir cuando se apaguen sus precandidaturas.
Eso deja a Sanders. Fiel a su costumbre, el socialista de Vermont desató un enérgico debate sobre el argumento contra el "capitalismo de casino" y los motivos a favor de llevar a juicio a los ejecutivos de Wall Street. Otros, incluyendo Clinton, siguieron esa línea. Se negó en varias oportunidades a criticar los cambios de posiciones que hizo Clinton. Hasta evitó hablar de la decisión que tomó ella de mostrarse en contra de la Asociación del TransPacífico (TPP por sus siglas en inglés), un acuerdo de comercio que ella misma defendía cuando era secretaria de Estado. Clinton puede considerarse afortunada. El aporte de Sanders fue extrañamente apolítico.
El efecto será que la carrera no sufrirá cambios. Clinton probablemente continúe siendo la favorita. Sanders seguirá presentando una amenaza seria, en particular en los estados de Iowa y New Hampshire. Y la decisión de Biden ahora parece más complicada que el lunes.














