América Latina se acerca a la mitad de la maratón de elecciones y traspasos presidenciales de este año. Aunque hubo pocas sorpresas, quedaron en claro varias características y muchas de ellas no auguran nada bueno para Estados Unidos. De hecho, la región influye más en la seguridad y la prosperidad norteamericanas que otros problemas más distantes y candentes, como Siria o Corea del Norte.

En Cuba, la semana pasada, el burócrata del Partido Comunista Miguel Díaz-Canel asumió la presidencia en una sucesión cuidadosamente orquestada del gobierno de Castro. El mensaje predominante fue la continuidad: a pesar de los graves problemas económicos, el estado unipartidista de Cuba por el momento va a permanecer en su lugar.

Venezuela tendrá elecciones en mayo en las que seguramente el presidente Nicolás Maduro será reelegido en un proceso fraudulento. Una vez más, incluso cuando se acelera la crisis del país, el profundamente corrupto y dominante partido socialista se aferra al poder. Esto tiene consecuencias regionales, especialmente para su vecino Colombia, el mejor aliado regional de EE.UU.. El país sufre las consecuencias de la inestabilidad venezolana por el éxodo de refugiados, y también celebrará elecciones en mayo. En México, el nacionalista de izquierda Andrés Manuel López Obrador mantiene una ventaja indiscutible en los sondeos. Si todo sigue como hasta ahora, será el próximo presidente del país, lo cual complicaría más las relaciones en toda la frontera entre EE.UU. y México.

Esta mezcla potencialmente tóxica se vuelve aún más nociva tras los comentarios despectivos de Donald Trump sobre los mexicanos; la promesa de campaña del presidente estadounidense de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta); los débiles elogios de su administración para el proceso de paz de Colombia y la sangrienta lucha de 40 años contra los narcotraficantes; y la reducción de la presencia diplomática estadounidense en La Habana. Eso limita la posibilidad de Washington de comprender los acontecimientos que se producen en Cuba durante un momento de transición. Estos problemas vecinales (algunos de los cuales, generados por EE.UU.) tienen su origen en historias que preceden a la administración anterior. Y se prolongarán más allá del actual gobierno. La pregunta es qué se puede hacer. La buena noticia es que hay medidas sencillas para reducir los riesgos para la región y EE.UU.

El más obvio está relacionado con México y el Nafta. Por interés propio, Estados Unidos necesita mostrar más flexibilidad en las negociaciones comerciales. El objetivo debería ser lograr un nuevo acuerdo comercial, en principio antes de la votación presidencial del 1 de julio en México. Sería mucho más fácil cerrar un pacto ahora que con un gobierno de López Obrador con ansias de difundir sus credenciales nacionalistas.

Cuba es otra victoria fácil. A todos les gustaría ver el fin del partido comunista en el país. Mientras tanto, a Estados Unidos le conviene mantener la estabilidad. Es imprudente sugerir, como hicieron algunos republicanos, que Norteamérica debería promulgar el llamado Título III de la Ley Helms-Burton. Permitir a los ciudadanos estadounidenses, incluyendo antiguos ciudadanos cubanos, iniciar acciones legales por el ‘tráfico‘ de propiedades confiscadas por el gobierno cubano representaría una aplicación extraterritorial de la ley estadounidense que ofende a los aliados. También podría profundizar la inestabilidad económica y aumentar el potencial de una crisis migratoria.

Venezuela es más espinoso. Debe continuar el enfoque multilateral que ha adoptado EE.UU., centrado en trabajar junto a otros países del hemisferio. Sin embargo, con ese fin Norteamérica necesita amigos y aliados regionales, y Colombia es uno de los más importantes.

La adicción a las drogas, la inmigración y el empleo son fundamentales en la agenda nacional de Trump. La inestabilidad en el sur de Estados Unidos es una amenaza directa para todos esos temas. América Latina no necesita favores estadounidenses. Definitivamente no los espera de Trump.

Pero tal como dice una metáfora inmobiliaria de Nueva York: enemistarse innecesariamente con los vecinos sólo lleva a tener mayores problemas con el departamento de al lado.