En la concentración en memoria de Charlie Kirk celebrada en septiembre, Donald Trump rechazó el espíritu de perdón del nacionalista cristiano asesinado. "En eso discrepaba con Charlie", confesó Trump. "Odio a mis oponentes y no quiero lo mejor para ellos. Lo siento". Pocos dudaron de que lo decía de corazón. Casi un año después de la victoria electoral de Trump -decenios si se mide por la magnitud de lo ocurrido desde entonces-, el presidente de Estados Unidos se encuentra inmerso en lo que un antiguo colaborador suyo denomina su "gira de venganza". Trump ha enviado señales contradictorias al mundo. De repente, logra un alto el fuego en Gaza y se postula para el Premio Nobel de la Paz, y al momento siguiente destruye barcos no identificados en el Caribe y se plantea la anexión de territorios de países vecinos. En casa, sin embargo, su dirección ha sido siempre la misma. Días después del funeral de Kirk, Trump afirmó ante una reunión de unos 800 generales, almirantes y otros altos mandos militares estadounidenses en Quantico (Virginia) que su prioridad era luchar contra "el enemigo interno". En las últimas semanas, los fiscales federales han dictado acta de acusación formal contra el exdirector del FBI, James Comey; la fiscal general del estado de Nueva York, Letitia James, y John Bolton, exasesor de seguridad nacional de Trump. Todos ellos están acusados de delitos punibles con penas de prisión, que en el caso de Bolton pueden alcanzar los 180 años. Además, Trump ha pedido el arresto o encarcelamiento de dos gobernadores demócratas, un alcalde de una gran ciudad, un senador estadounidense en activo, altos generales retirados, un exdirector de la CIA y muchos funcionarios más, con nombres y apellidos. Cualquier intento de adivinar el alcance de la fase inicial del segundo mandato de Trump será, probablemente, erróneo. La sobreabundancia es intencionada, y Steve Bannon, antiguo estratega jefe de Trump, lo llama "llenar la zona de mierda". Algunas de las cosas que dice Trump van en serio, como sus amenazas de venganza, pero una parte de su discurso no debe tomarse tan a pecho: por ejemplo, su queja recurrente sobre la muerte de aves a causa de las turbinas eólicas. Sin embargo, cada declaración de Trump, ya sea verdadera o falsa, en serio o en broma, es un recordatorio de su supremacía. Desde la perspectiva actual, el primer mandato de Trump parece un modelo de moderación constitucional. En esta ocasión, Trump domina el Congreso, los principales miembros del gabinete se deshacen en elogios hacia él en sus reuniones al estilo norcoreano y el Tribunal Supremo apenas logra controlar sus acciones. Al menos por el momento, la separación de poderes en Estados Unidos es teórica. ¿Qué ha cambiado? Resulta evidente: esta vez, la gente tiene miedo de contradecir a Trump. Para investigar para este artículo, entrevisté a docenas de personalidades, entre ellas legisladores, ejecutivos del sector privado y altos mandos militares jubilados. Tal es el temor a la cárcel, la quiebra o las represalias profesionales, que la mayoría insistió en mantener el anonimato. A veces, me parecía estar informando sobre la política en Turquía o Hungría. "Una de las razones por las que Trump me tiene en el punto de mira es porque lo critico en público", asegura Andrew Weissmann, profesor de Derecho de la Universidad de Nueva York. "Entiendo perfectamente por qué mucha gente prefiere pasar desapercibida". Trump suele citar a Weissmann como uno de los "malos" que merecen ir a la cárcel. La venganza es una de las tres obsesiones de Trump. Las otras dos son ganar dinero y dominar los medios. Los disidentes manifiestan su malestar. Rectores de universidades, consejeros delegados de empresas de la lista Fortune 500, socios de bufetes de abogados y altos mandos militares se quejan en privado por los métodos de Trump. Pero todos tienen razones de peso para no airear sus preocupaciones en público. Las universidades se arriesgan a perder miles de millones de dólares en fondos federales para investigación; los ejecutivos y sus empleados se enfrentan a represalias; los bufetes de abogados pueden acabar en listas negras federales, y los soldados están entrenados para respetar la cadena de mando. Las infames pruebas de lealtad a Trump van mucho más allá de su Administración. Son numerosos los antiguos funcionarios de Biden que no han podido encontrar trabajo. En circunstancias normales, su experiencia en el Gobierno les situaría en primera línea. "Todos los empleadores vienen a decir: 'Nos encantaría contratarte, pero no nos compensa el riesgo que eso entraña", afirma un antiguo miembro del personal no político de la Casa Blanca con Joe Biden. El mes pasado, Trump pidió a Microsoft que despidiera a Lisa Monaco, fiscal general adjunta de Biden, que había sido contratada para dirigir la oficina de asuntos globales de la empresa. Era una "amenaza" para la seguridad nacional de EEUU y su nombramiento "no puede permitirse", escribió en Truth Social. Monaco sigue en su puesto, pero las palabras de Trump han tenido un efecto disuasorio sobre otros empleadores. Por regla general, cuanto más tiene que perder una empresa, más probable es que se pliegue a las exigencias de Trump. Ante la amenaza de ser excluidos del gobierno federal y, por tanto, de perder clientes corporativos, muchos grandes bufetes de abogados se han negado a contratar o representar a quienes figuran en la lista de enemigos del actual presidente. Ninguno de los miembros del equipo que trabajaba para Jack Smith, el fiscal especial de Biden que acusó a Trump de intentar dar un golpe de Estado en las elecciones de 2020, ha encontrado trabajo desde entonces. La familia tampoco se libra. Maurene Comey, hija del exdirector del FBI, fue despedida como fiscal federal en julio. Las súplicas del personal al director del FBI, Kash Patel, para que no despidiera a un alto funcionario cuya esposa estaba muriendo de cáncer cayeron en saco roto. En los primeros puestos de la lista de represalias de Trump se encuentra Mark Milley, general retirado y presidente del Estado Mayor Conjunto cuando Trump intentó dar el golpe de Estado en las elecciones de 2020. Milley perdió la protección del Gobierno tras el regreso de Trump al cargo. Ahora recibe frecuentes amenazas de muerte y lleva un arma de fuego personal. Tampoco el mensaje a los militares en servicio resulta difícil de interpretar. Por un lado Pete Hegseth, secretario de Defensa de Trump, que se ha rebautizado a sí mismo como "secretario de Guerra", sigue sermoneando a los veteranos curtidos en mil batallas sobre la necesidad de reavivar el "espíritu guerrero". Esto incluye instrucciones sobre el cuidado del vello facial, el peso y la apariencia masculina. Asimismo, Hegseth se ha comprometido a proteger a los soldados contra las reglas de combate woke, lo que quiere decir, de forma eufemística, que está permitido incrementar los daños colaterales. Por otro lado, Trump y Hegseth repiten a las fuerzas armadas estadounidenses que su principal enemigo está en casa: la "escoria", los "animales" y los "terroristas" que se encuentran entre los millones de inmigrantes ilegales de EEUU y quienes los protegen. La zona cero de la versión trumpista de la doctrina Monroe son las calles de EEUU. "Estamos siendo invadidos desde dentro; es como si nos invadieran soldados extranjeros, pero más difícil, porque no llevan uniformes", declaró Trump ante los altos mandos de Quantico. Todos los generales y almirantes retirados con los que he hablado se han mostrado alarmados por el hecho de que Trump estuviera cruzando líneas rojas sagradas en las relaciones entre civiles y militares. A finales de 2020 y principios de 2021, el actual presidente intentó utilizar al ejército estadounidense para recontar votos en los estados indecisos que se habían decantado por Biden. Se lo impidieron. Su fiscal general, Bill Barr, y los jefes del ejército, la marina, la fuerza aérea y los marines rechazaron las peticiones de Trump, y le recordaron que habían jurado lealtad a la Constitución, no a él personalmente. En la actualidad es más que dudoso que los actuales altos mandos -incluido Dan Caine, presidente del Estado Mayor Conjunto elegido personalmente por Trump-, se enfrentaran al presidente de la misma manera, por más que su formación les haya inculcado el deber de desobedecer órdenes ilegales. Al igual que dos de los cuatro jefes de servicio, el predecesor de Caine, CQ Brown, fue despedido por Hegseth. Aun así, ¿quién decide lo que es legal? Otra de las primeras medidas de Hegseth fue despedir a los tres principales jueces abogados militares (Jags), que asesoran jurídicamente a los altos mandos del ejército. El nombre de John Yoo aparece a menudo en las conversaciones. Yoo fue asesor jurídico de la administración de George W. Bush en los años posteriores al 11-S, y durante la invasión de Irak en 2003 proporcionó base jurídica para las "técnicas de interrogatorio mejoradas" y los centros clandestinos del extranjero donde se llevaban a cabo. Yoo, al igual que el grupo de expertos de Donald Trump en la actualidad, creía en la teoría del ejecutivo unitario de un presidente con superpoderes. A muchos les tranquiliza que el presidente aún no haya admitido explícitamente haber desobedecido una orden judicial, lo cual sería abiertamente dictatorial. Esto es importante, ya que los tribunales inferiores y de apelación han dictado más de 300 mandamientos judiciales y suspensiones contra sus acciones. Las sentencias adversas han ralentizado la deportación por parte de Trump de presuntos migrantes indocumentados (entre los que han caído en la red se encuentran residentes legales e incluso ciudadanos estadounidenses) a vastos centros de detención, especialmente en El Salvador. En general, los tribunales han respetado el debido proceso. Los jueces han suspendido o anulado de diversas maneras los intentos de Trump de rescindir los gastos autorizados por el Congreso, confiscar registros fiscales y de la seguridad social de ciudadanos estadounidenses y enviar a la Guardia Nacional al menos a un estado donde no era bienvenida. Pero se ha hecho caso omiso de numerosas órdenes judiciales, con lo que el desacato está a un paso. El Tribunal Supremo de Estados Unidos guarda silencio sobre la mayoría de las grandes cuestiones. Tres de sus nueve magistrados fueron nombrados por Trump. Seis aprueban habitualmente sus actos. Entre los asuntos pendientes del Tribunal se encuentran los relativos al uso que hace Trump del ejército para vigilar las calles, su rechazo a la ciudadanía por nacimiento de la 14ª enmienda y su capacidad para decidir por sí mismo qué constituye una emergencia. Una de las muchas emergencias que ha declarado ya le otorga el poder de imponer aranceles a su antojo. "El poder judicial resiste, pero a duras penas", arguye el abogado Moss. "Queda por ver si el Tribunal Supremo seguirá socavando la labor de los tribunales inferiores para detener nuevas acciones inconstitucionales e ilegales de esta administración". Por su parte, algunos abogados señalan que Vladimir Putin tiene cuidado de actuar dentro de la ley, al igual que hace Viktor Orbán en Hungría. Hitler, de igual modo, era muy puntilloso a la hora de proporcionar fundamentos jurídicos para sus acciones. Nadie afirma en serio que Trump sea nazi. Pero muchos están convencidos de que tiene en el punto de mira la democracia estadounidense. Mark Warner, senador demócrata centrista de Virginia, lo expresa de otra manera: "A principios de año, cuando algunas personas advirtieron que no podíamos contar con elecciones libres y justas en 2026 o 2028, admito que al principio me mostré escéptico", explica Warner. "Pero ya no descarto esa posibilidad tan fácilmente". A diferencia de los ejecutivos, los magnates estadounidenses no tienen pelos en la lengua a la hora de expresar su opinión. Sin embargo, sus declaraciones son en su mayoría elogiosas hacia el presidente. Días después de que Trump asumiera el cargo en 2017, el cofundador de Google, Sergey Brin, se sumó a una protesta contra sus políticas de inmigración, que amenazaban "valores fundamentales" de EEUU. En enero de este año, Brin fue uno de los invitados a la toma de posesión de Trump, junto con varios de los hombres más ricos del mundo. Su apoyo ha dado sus frutos. El segundo mandato ha sido también muy lucrativo para los negocios de la familia Trump. Aunque en su día calificó al bitcoin de "estafa", durante la campaña electoral cambió radicalmente de opinión. Días antes de su toma de posesión, lanzó una memecoin llamada $TRUMP. La primera dama, Melania, lanzó la suya propia. La participación de Trump y su familia en el boom de las criptomonedas les ha reportado más de 1.000 millones de dólares en beneficios antes de impuestos durante el último año, según una investigación de Financial Times. No es de extrañar que nadie critique a Trump en público. En el Washington actual, incluso los desaires pueden acarrear castigos. Por ejemplo, los aliados que intentan adivinar qué hará Trump con Ucrania no tienen casi nada en qué basarse. "Estamos bastante seguros de que el secretario de Estado Marco Rubio, e incluso Witkoff, no está presente cuando se toman las decisiones", afirma el embajador en Washington de uno de los aliados de EEUU en la OTAN. "Trump es el único que toma las decisiones". ¿Quién puede frenar a Trump? A diferencia de la mayoría en Washington, Nancy Pelosi, ex presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, disfruta hablando sin rodeos. Ante el derrumbe de las instituciones, cree que el pueblo estadounidense es el último control que le queda al presidente al que describe como "la peor alimaña que ha salido del pantano de la evolución". Pelosi recuerda que "Abraham Lincoln dijo que la opinión pública lo es todo. Con ella, nada puede fallar; contra ella, nada puede tener éxito". Las elecciones presidenciales de 2024 demostraron que los votantes estadounidenses no se inmutan ante las amenazas al orden constitucional. Por eso, la batalla por la sanidad -que lideran los demócratas- tiene como objetivo volver a centrar la atención en lo que de verdad motiva a la población estadounidense. "La democracia se salva en la despensa. Tenemos que empezar por ahí", sostiene Pelosi. El sentimiento de la opinión pública que comparte Pelosi quedó plenamente de manifiesto en las marchas de protesta contra Trump No Kings (No a los reyes) que se celebraron en todo el país. En una contramanifestación a las afueras de Los Ángeles, el vicepresidente JD Vance se dirigió a los marines y observó un ejercicio en el que participaron miles de personas en una playa del Pacífico. A continuación, afirmó que los días de influencia partidista de la izquierda sobre el ejército estadounidense habían terminado: Trump, Hegseth y él representaban una "firme barrera contra esa basura". Incluso en el caso de que los republicanos pierdan la Cámara de Representantes en las elecciones de mitad de mandato del año que viene y no consigan mantener la presidencia en 2028, los demócratas heredarán una república que será desconcertantemente diferente de la que dejaron. La tentación de mantener los métodos de Trump -utilizar sus guerras legales contra los republicanos y otros enemigos internos- será muy fuerte. Además, los demócratas heredarían los estragos causados en áreas normales de gobernanza. Tomemos como ejemplo a Mike Abramowitz, director de la organización de noticias Voice of America, que Trump ha cerrado casi por completo. Su presidenta, Kari Lake, fiel seguidora de Trump, afirma que el Partido Comunista de China se ha infiltrado en Voice of America. Irónicamente, Abramowitz, que ha tenido que reducir la programación a una o dos horas al día en solo cuatro de los 49 idiomas de la emisora, ha sido sancionado por China. Voice of America tenía 100 millones de espectadores y oyentes en África, según Abramowitz. Hasta un tercio de los iraníes sintonizaban regularmente la emisora. China, donde la cadena está bloqueada, es también un mercado enorme, aunque imposible de medir, ya que los consumidores chinos utilizan VPN ilegales para eludir el gran cortafuegos de su país. El Sur Global puede convertirse en el tablero de un "gran juego", como lo llaman algunos analistas, entre Rusia, China, EEUU y, en cierta medida, los europeos, para ganarse amigos e influencia. Pero Trump está jugando a un juego diferente que los demás. Entre las audiencias más fieles de Voice of America se encontraba Venezuela, durante sus muy disputadas elecciones del año pasado. La RT de Rusia y la CCTV de China están llenando el vacío. En el mundo legal de Washington, en su mayor parte domesticado, destacan uno o dos pequeños bufetes de abogados. Un abogado, Abbe Lowell, dejó su bufete en mayo para crear un despacho especializado que demanda a la Administración Trump y defiende a las víctimas de sus ataques, entre ellos James y Bolton. Lowell, de 73 años, había asumido todos los años uno o dos juicios contra el Gobierno desde que Ronald Reagan era presidente en la década de 1980. Ahora asume uno o dos a la semana. Es un hombre muy ocupado. "Tengo necesidad de que creer que, en algún momento, los magistrados se negarán a aprobar órdenes de registro, los soldados se negarán a apuntar con sus armas a estadounidenses y el Congreso recordará su función constitucional", afirma Lowell. "Para vivir, se necesita esperanza". Una vez le preguntaron al ministro de Asuntos Exteriores de Putin, Serguéi Lavrov, qué asesores influían en su jefe. Al parecer, Lavrov respondió con ironía que Putin escuchaba a los difuntos Iván el Terrible y Catalina la Grande. El cliente de Lowell, Bolton, asegura que Trump solo consulta a un asesor: el difunto Roy Cohn, infame abogado de la mafia neoyorquina y figura clave en la caza de comunistas de McCarthy en la década de 1950. Fue de Cohn de quien Trump aprendió que, cuando alguien te ataca, hay que devolverle el golpe con el doble de fuerza. "Cohn es clave para Trump", zanja Bolton. El reinado del terror de Joe McCarthy, que transformó a la sociedad estadounidense y arruinó tantas carreras, llegó a su fin en 1954 cuando un abogado del ejército le preguntó al senador republicano: "Entonces, señor, ¿no tiene usted ningún sentido de la decencia?". Es impensable que una pregunta así tuviera el más mínimo efecto en Trump. A falta de decencia, ahora hay poder. Estados Unidos es en la actualidad como un concurso de televisión tipo "todo o nada", en el que Trump es tanto el presentador como el concursante principal. Habrá un solo ganador. Bannon mantiene que "el tren ha salido ya de la estación y no va a reducir la marcha". Desgraciadamente, es probable que se produzcan más asesinatos como el de Kirk, predice. Algunas personas, como Lowell, Abramowitz, Moss, varios jueces de tribunales inferiores y algún que otro rector universitario, se están enfrentando a Trump. Pero sus batallas son aisladas y discretas. La mayoría de Estados Unidos sigue manteniendo la cabeza gacha. "Tenemos que encontrar la manera de que personas de todos los ámbitos se unan en defensa del Estado de derecho: del mundo empresarial, el ejército, la sociedad civil y los medios de comunicación", afirma el senador Warner. "Ya no creo que nuestras instituciones políticas lo vayan a hacer".