
Hace más de 20 años, la declaración de principios que surgieron de las conversaciones de paz en Oslo abrió un atractivo horizonte con dos estados, Israel y Palestina, viviendo pacíficamente uno al lado del otro. Compartirían la tierra prometida y trabajarían como socios en un Medio Oriente revitalizado por lo que parecía ser un pasaporte para salir de una patología de conflicto que tanto conducía a la parálisis.
Hasta se propuso un programa multimillonario en dólares para convertir el valle jordano en un centro de prosperidad regional, desarrollado conjuntamente por Israel, Jordania y una Palestina que en futuro sería independiente.
Después de muchísimas discusiones inútiles, seriales acuerdos no cumplidos y varias guerras pequeñas, sobrevuela un plan, viable a medias, para poner fin a este conflicto. Se trata de un acuerdo marco diseñado por John Kerry, el secretario de Estado de Estados Unidos, después de una minuciosa negociación.
Kerry todavía tiene que publicar su proyecto. Pero, a medida que se empiezan a filtrar los detalles, se observa gran apuro por distribuir la culpa de lo que los líderes de ambos lados claramente anticipan como un fracaso.
Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel, está enfrentado con Naftali Bennett, ministro de Economía y líder del intransigente partido La Casa Judía en su coalición de ultraderecha.
En esencia, Netanyahu está enfurecido de que su colega denunciara un bloqueo defensivo por parte del premier en cuanto a los asentamientos judíos en la ocupada Cisjordania.
Sin querer abordar prematuramente el explosivo tema de desplazarlos como parte del retiro de las fuerzas israelíes, Netanyahu vagamente sugirió que algunos colonos podrían permanecer regidos por el gobierno palestino en un futuro estado palestino.
Los comentaristas israelíes sostienen que él esperaba que esa idea fuera criticada por Mahmoud Abbas, presidente interino de la Autoridad Palestina, revelando que los interlocutores de Israel tienen ánimo de rechazo. Pero Bennett se adelantó y puso en riesgo a la coalición gobernante.
En medio de la pelea, la verdadera pregunta es si el plan de Kerry, aunque aún sea por ahora un borrador, es políticamente realista o territorialmente viable.
El hecho es que no hay señal de que el gobierno de Netanyahu, o cualquier otra coalición israelí concebible, esté dispuesto o pueda retrotraer la ocupación de Cisjordania y Jerusalén árabe oriental a las fronteras que convertiría en viable un Estado palestino.
Netanyahu tiene bastante para decir sobre cómo los palestinos deben reconocer a Israel como estado judío, o porqué las tropas israelíes deben permanecer en el valle jordano. Sobre el centro de la cuestión (cuánto debe retirarse Israel del territorio ocupado) no dice nada.
El plan de Kerry toma como referencia las fronteras de 1967, antes de que Israel tomara Cisjordania y Jerusalén oriental en la guerra árabe-israelí de ese año. La idea es que Israel debería retirarse hacia esa línea, intercambiando algunos grandes bloques de asentamientos de Cisjordania y que Jerusalén será una capital compartida.
Sería mucho mejor que Kerry tenga mucho más que un borrador.











