
Hacia fines del siglo 19, Londres estaba cerca del pináculo de su poder. Según un comentador, era el negocio más grande, la tienda más grande, el mercado de commodities, oro y títulos valores más libre, el país con mayor disposición de capital y crédito y el centro de intercambio más importante del mundo.
Pero le faltaba algo. Mucho alarde imperial y ninguna fuente de información confiable. Este era el contexto del lanzamiento, en 1884, del Financial News y, cuatro años más tarde, el Financial times, los dos periódicos que luego se fusionaron, convirtiéndose en la piedra angular del Financial Times moderno.
Hoy el Financial Times celebra su 125 aniversario. Aún se imprime en su formato rosado registrado (una treta de marketing inventada en 1893), pero sus noticias y opiniones ahora se dirigen a lectores más globales en tiempo real y múltiples plataformas: teléfonos smart, tablets y computadoras de escritorio. La revolución digital cambió radicalmente la distribución y organización del contenido, pero los valores editoriales del Financial Times -su perspectiva internacional liberal, la falta de afiliación política y el compromiso con noticias y comentarios de peso- siguen inalterables. Por cierto, en la era de Internet, en que abunda la información, el estilo periodístico conciso, la autoridad y la independencia editorial del Financial Times son activos invalorables.
Con el tiempo, el Financial Times se convirtió en un éxito de exportación, si no en un tesoro nacional. Los ejecutivos de redacción y ventas más importantes entendieron, antes que muchos rivales del Reino Unido, que nuestros negocios debían traspasar la frontera del mercado nacional para sobrevivir y prosperar. La circulación internacional pronto aventajó la edición del Reino Unido.
Nuestros horizontes se expandieron, reforzando nuestros instintos y respetando el legado del editor más distinguido del Financial Times, Gordon Newton (1949-73). Newton definió la misión del Financial Times: llegar a aquellas personas que influyen o pretenden influir en asuntos empresariales, financieros o públicos en todo el mundo.
Newton, junto con un joven y brillante editor extranjero, J.D.F. Jones, fue quien construyó la red de corresponsales internacionales que hoy constituye el activo más preciado del periódico. Abrió el camino una organización con una perspectiva internacional única y capaz de atraer talentos de todo el mundo.
El ascenso del Financial Times como una publicación global en las últimas dos décadas coincidió con historias que favorecieron nuestros puntos fuertes: el colapso de la Unión Soviética y la unificación de Alemania; la creación de la moneda única de Europa; la globalización y la cuadruplicación del mercado laboral mundial entre 1999 y 2009, cuando China, India, Rusia y muchas partes de Latinoamérica se transformaron en economías de mercado; el nacimiento de Internet y la burbuja dotcom; y, por último, la crisis financiera más grave desde la Depresión.
Las crisis presentan oportunidades. Según Richard Lambert -editor de 1991 a 2001, que lideró personalmente el lanzamiento de la edición de Estados Unidos-, el caos financiero asiático de fines de la década de 1990 fue una bendición. "La gente quería saber qué sucedería en Indonesia y cómo afectaría a los titulares de hipotecas estadounidenses un default en Rusia."
Por momentos, debo decir que nuestra embestida en el mercado de Estados Unidos fue increíblemente audaz. El New York Times, el Washington Post y Los Angeles Times nos superaban ampliamente. Pero nos considerábamos fuerzas especiales diestras, no casacas rojas empantanados. Más que la escopeta, usamos el rifle, seleccionando historias y temas relevantes y vendiéndolos a una categoría de lectores subestimada hasta el momento: "estadounidenses con mentalidad global".
Robert Rubin, antiguo secretario del Tesoro de Estados Unidos y presidente de Citigroup, fue uno de los primeros en convertirse. Una vez me dijo que el Financial Times siempre era más útil que su resumen de noticias diario de la CIA. El inversor Warren Buffett describió al Financial Times como una guía fundamental de historias de monedas y comercio.
Principalmente, los estadounidenses dieron la bienvenida a un competidor, en particular, del Wall Street Journal. Se sucedieron numerosas primicias de peso pesado. Mi favorita es una exclusiva del Día de Acción de Gracias de 1998 sobre la fusión de las petroleras Exxon y Mobil que arruinó el almuerzo de pavo de nuestros rivales de Estados Unidos. Otra noticia atrayente, de 2002, completada luego de una investigación minuciosa, fue "Los Barones de la Bancarrota", una lista de los 25 ejecutivos más importantes que se llevaron su buena tajada vendiendo acciones antes del colapso de sus compañías luego del boom dotcom.
Durante este período, el Financial Times incluyó muchas más primicias y su lectura se volvió más amena. Tradicionalmente, los ejecutivos de redacción preferían dar información correcta antes que dar la primicia. (En 1974 Jurek Martin, editor de noticias internacionales por ese entonces, receloso del personaje "Tricky Dicky" Richard Nixon, insistió en demorar la primera plana arguyendo que no podía ser cierto que el presidente republicano fuese a cesar en su cargo.)
Tampoco el Financial Times era inmune a la controversia. Nuestro apoyo tibio al líder laborista Neil Kinnock en las elecciones de 1992 causó consternación en Londres, pero no en Pearson, donde nuestros dueños mantenían su respeto tradicional por la independencia editorial.
Nos llevó mucho tiempo darnos cuenta de que la membresía de Gran Bretaña del ERM (mecanismo de tipo de cambio que antecedió a la moneda común) no era deseable ni defendible, aun cuando se alinease con nuestra visión pro-europea. Lo mismo ocurrió con nuestro flirteo con la membresía del Reino Unidos de la eurozona. Pero sobre temas tales como la guerra de Iraq, a la que nos opusimos firmemente, demostramos estar en lo cierto.
El segundo cambio cultural ocurrió en 1989 cuando el Financial Times se mudó de Bracken House, su sede imponente en la Catedral de San Pablo, a One Southwark Bridge (OSB), por entonces un diminuto barrio situado en el lado "incorrecto" del Támesis, ahora un área floreciente La sala de redacción y las máquinas de imprenta ya no estaban en el mismo lugar. Esto presagió la revolución cultural más grande de todas: el lanzamiento de FT.com en 1995.
David Bell, antiguo periodista del Financial Times y ejecutivo senior de Pearson, recuerda haber dicho que la página web un día podía ser más importante que el periódico. "La mayoría de los presentes quedaron pasmados ante la idea y nadie sabía qué futuro tendría Internet, y ni pensar en las tablets." En ese período, la inspiración fue Peter Martin, editor de 1980 a 1990 del Economist. Tanto Martin como Lambert coincidieron en que FT.com debía compartir los mismos valores y criterio editoriales que el periódico. Lambert recuerda hablar con un recién llegado que consideraba que si el Financial Times dejaba de ser tan aburrido, podía valer una fortuna.
Cuando la burbuja dotcom estaba a punto de estallar, en 1999-2000 se decidió integrar las ediciones impresas y online. Los periodistas debían trabajar para ambos medios, una práctica muy común en las salas de redacción del mundo en la actualidad. Los editores y el personal de producción se sumaron seis años después, un tributo a las prácticas laborales flexibles.
La decisión más importante, sin embargo, fue cobrar el contenido. Olivier Fleurot, un ejecutivo de un periódico, sentó las bases del modelo de suscripción actual. Pero el gran salto cualitativo llegó en 2006-07 cuando la gerencia actual a cargo de John Ridding introdujo un modelo de cobro con web dedicada y aplicaciones móviles.
En 2012, la cantidad de suscriptores digitales (316.000) superó la circulación del periódico (300.000) por primera vez. La cantidad total de usuarios registrados alcanzó los 5 millones.
Esta audiencia sigue tan influyente como siempre. El Financial Times siguió la máxima de Newton de llegar a los responsables de la toma de decisiones, no solo con información y noticias relevantes, sino también con comentarios incisivos, particularmente sobre economía internacional. Samuel Brittan fue el pionero; Martin Wolf es el actual abanderado.
La crisis financiera global y su impacto en el capitalismo liberal occidental una vez más ofrecieron una nueva oportunidad al Financial Times de cubrir una crisis que afectó a Nueva York, Londres, Dubái, Moscú y Beijing. En este sentido, se cerró el círculo de la historia. Londres puede haber restado importancia a la crisis reciente, pero sigue siendo uno de los grandes centros financieros, abierta a los inmigrantes, la innovación y el talento. Sería grosero comparar a los bloggers de hoy con las hojas de sugerencias desreguladas del siglo XIX. Pero en esta segunda ola de globalización, la prima está en la exactitud y la autoridad.
Una vez un colega preguntó a un embajador chino en frica por qué llevaba una copia del diario rosado. "En la embajada siempre leemos el Financial Times porque los capitalistas nunca mienten." Esto quizás fue un halago; con más seguridad, se trató de un testimonio de que las publicaciones financieras perduran o no conforme al suministro confiable de información.
En ese sentido estricto, luego de 125 años la norma de oro sigue vigente.
Traducción: Victoria Vincent











