Un presidente carismático y showman, con cabellera abundante, toma el poder en Argentina prometiendo desbrozar la asfixiante maraña de regulaciones peronistas. Encuentra un espíritu afín, ideológico y temperamental, en el presidente de Estados Unidos, quien lo celebra en Washington y lo rescata con préstamos. Pero tras un prometedor estallido de liberalización, el argentino se ve acosado por la disfunción política, defendiendo un peso ruinosamente sobrevaluado y encaminándose a un default de la deuda soberana.

Donde dice los años 2020, léase los 90; donde dice el desaliñado Javier Milei con motosierra en mano, léase el tecnócrata de traje impecable Carlos Menem; donde dice el reaccionario Donald Trump, léase el centrista Bill Clinton. En cuanto a la disfunción política argentina, bueno, nada nuevo allí.

Tras asumir el cargo en diciembre de 2023, Milei tuvo un comienzo prometedor, recortando, entre otras cosas, los aranceles a la importación; su similitud con Trump suele ser más retórica que real. Pero luego de dejar inicialmente que el peso se depreciara para recuperar competitividad, Milei chocó de frente con el problema tradicional de Argentina: la alta inflación deshaciendo su trabajo y elevando el tipo de cambio real. Consciente de las amenazas a su popularidad -su partido perdió recientemente una elección regional-, Milei ha mantenido el peso sobrevaluado para reducir la inflación, agotando las reservas de divisas.

Tal como en Argentina en los años 90, y de manera más exitosa con la crisis financiera de México en 1994, entra en escena Estados Unidos y el FMI siguiéndole obedientemente detrás. El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, anunció la semana pasada que EE.UU. extendería una línea swap de 20.000 millones de dólares para ayudar a Argentina.

Como antes, el motivo es en gran medida geopolítico. En los 90 y 2000, Clinton y los presidentes Bush querían atraer a Argentina y México, en la era posterior a la Guerra Fría, hacia la órbita de libre mercado. Los objetivos de Trump son bastante más específicos: contrarrestar la creciente influencia china en América Latina, incluida la línea swap que el Banco Popular de China ya ha extendido a Argentina.

El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, anunció la semana pasada que EE.UU. extendería una línea swap de 20.000 millones de dólares para ayudar a Argentina. Foto: Archivo.

Los préstamos motivados políticamente a un país célebre por sus problemas crónicos de deuda y moneda rara vez terminan en una mejora económica. Como señalaron Brad Setser y Stephen Paduano en otro artículo del FT esta semana, la línea swap propuesta por Estados Unidos parece no tener condiciones económicas adjuntas.

Su anuncio dio un impulso a los precios de la deuda argentina, y la noticia puede ayudar a Milei en las elecciones legislativas de medio término a finales de este mes. Pero los problemas permanecerán. Un verdadero ajuste fundamental para Argentina implicaría una fuerte depreciación del peso, seguida, si fuera necesario, de un ajuste fiscal drástico para evitar que la inflación eleve nuevamente el tipo de cambio real. Si Milei tiene el coraje para arriesgar la contracción económica que seguiría es incierto, y la oposición de las autoridades regionales y del parlamento siempre constituye una seria limitación.

Aparte de Milei mismo, otro actor que arriesga su reputación es el FMI, una vez más repitiendo la historia. El fondo se acercó demasiado a Menem, invitándolo imprudentemente a pronunciar un discurso en sus reuniones anuales en 1998, un año antes de que fuera expulsado del cargo y apenas tres años antes del colosal default argentino de 2001. Ahora ha estado peligrosamente cerca de avalar la presidencia de Milei. Kristalina Georgieva, directora gerente del fondo, puso recientemente en riesgo la imparcialidad del FMI en una foto con el ministro de desregulación de Argentina, en la que ambos llevaban pines con la motosierra.

El fondo, por supuesto, está desesperado por mantener a EE.UU. involucrado en la organización, dada la aversión de Trump al multilateralismo. Pero su dirección pone en peligro su credibilidad al aceptar prestar dinero pese a las dudas de otros gobiernos. Es absurdo -conocido, pero absurdo- que un país de ingresos medios-altos como Argentina represente el 35% del total del crédito pendiente del FMI.

Gran parte de la controversia en torno a Milei se centra en su programa radical de desregulación. En realidad, aunque esa cruzada pueda ir en la dirección correcta, actualmente no es el principal problema. Como dirán los veteranos de los programas de préstamos del FMI, incluso las "reformas estructurales" exitosas tardan en surtir efecto y hacen poco o nada para estimular el crecimiento en los pocos años que suelen cubrir los préstamos. El cambio es disruptivo, y las empresas deben adaptarse a nuevas oportunidades.

Es poco probable que los planes de liberalización de Milei sean reivindicados o desacreditados en mucho tiempo. Las privatizaciones de Menem y otros esfuerzos desregulatorios inicialmente parecieron impresionantes hasta que quedó claro que habían alimentado la corrupción y creado monopolios privados sin control. Mauricio Macri, antecesor de Milei dos mandatos atrás, también comenzó con un rápido impulso desregulador antes de ser arrasado por los problemas de deuda y de divisas.

Se entiende por qué Trump quiere respaldar a Milei, especialmente dado que Estados Unidos está perdiendo rápidamente aliados en América Latina. Trump ha castigado a Brasil, rival tradicional de Argentina, con aranceles del 50%, pero en todo caso ese país no exporta mucho a EE.UU. Mientras tanto, los productores de soja brasileños, líderes mundiales, llenan con entusiasmo el vacío en el mercado chino dejado por el boicot de Beijing a los agricultores estadounidenses (como, para ser justos, también lo hacen los argentinos).

Como mercado agrícola de exportación, así como fuente de financiamiento e inversión extranjera, en particular en vehículos eléctricos, la China de Xi Jinping a menudo parece una apuesta más segura que el EE.UU. de Trump. Es muy posible que Estados Unidos termine simplemente sosteniendo la mano de Argentina mientras tropieza por el camino de rosas hacia otro default de deuda.

La desregulación es la política emblemática de Milei, pero ahora lo que importa es la macroeconomía. Es demasiado fácil imaginar que los problemas crónicos de tipo de cambio y el sistema político obstructivo de Argentina repitan el desenlace tantas veces visto antes.