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En 1986, la catástrofe de Chernóbil dejó una de las zonas más contaminadas del planeta. Lo que parecía un territorio muerto se transformó en un laboratorio natural donde la vida encontró caminos imprevistos. Entre estos organismos destacan los hongos negros de Chernóbil, capaces de crecer en presencia de radiación letal.

A finales de los años 90, equipos liderados por la microbióloga ucraniana Nelli Zhdanova descubrieron moho negro adherido al reactor número 4. Los investigadores observaron que las colonias aumentaban su crecimiento cuando se exponían a cesio-137. Como describen los estudios, esta capacidad se conoce como “radiosíntesis”.

¿Por qué los hongos negros de Chernóbil pueden convertir la radiación en energía?

Los hongos melanizados mostraron una característica sorprendente. Según los trabajos de Ekaterina Dadachova y Arturo Casadevall, estos organismos “aumentaban su velocidad de crecimiento en un 10 % cuando se exponían a radiación ionizante”. Esta observación confirmó que no solo resistían la radiación: la utilizaban para potenciar su metabolismo.

El secreto está en su melanina. Este pigmento actúa como un conversor energético avanzado. Igual que la clorofila capta luz para la fotosíntesis, estos hongos aprovechan la radiación. La comunidad científica llamó a este proceso “radiosíntesis”.

Sin embargo, no todas las especies presentan esta habilidad. De 47 hongos analizados, solo 9 mostraron crecimiento orientado hacia fuentes radiactivas. Esto subraya la singularidad de Cladosporium sphaerospermum, el organismo que más interesó a la NASA.

Pruebas en la Estación Espacial Internacional: un crecimiento del 1,21 veces frente a la radiación cósmica

Para evaluar su potencial, la NASA envió muestras del hongo a la Estación Espacial Internacional (ISS). Allí se enfrentó a radiación cósmica continua. Los sensores registraron que “la tasa de crecimiento fue 1,21 veces superior a la de las muestras de control en el suelo”.

Además, la fina capa de micelio “logró reducir parcialmente el flujo radiactivo”, actuando como un escudo natural. Estos resultados alentaron la idea de desarrollar materiales basados en biomasa fúngica para futuras misiones.

Los científicos consideran que esta protección no depende solo de la melanina. También influirían otros componentes biológicos, como el agua acumulada en su estructura celular.

Cómo los hongos negros podrían proteger a astronautas en Marte y la Luna

La NASA planea misiones tripuladas a Marte y la Luna, donde la radiación es uno de los mayores riesgos. Los hongos negros de Chernóbil podrían ser clave en este desafío. Podrían emplearse para crear blindajes vivos, ligeros y autorreparables.

Transportar plomo o metales pesados al espacio es extremadamente caro. En cambio, los hongos pueden “cultivarse” directamente en destino, reduciendo costos y aumentando la autonomía. Un escudo que se regenera por sí solo resolvería problemas que los materiales sintéticos aún no pueden enfrentar.

El desastre de 1986 dejó claro que la radiación puede devastar poblaciones humanas. Pero, como se repetía en Chernóbil, “la vida se abre camino”. En este caso, podría abrirlo también para la exploración espacial.

Chernóbil hoy: un ecosistema que desafía a la radiación

Aunque se estima que algunas zonas no serán habitables por miles de años, la región está llena de vida. Hay lobos, alces, ciervos, aves, anfibios e incluso especies de insectos que prosperan en este entorno extremo.

En 1997, Zhdanova observó hongos cuya atracción por la radiación desafiaba la lógica biológica. Lo que para otros organismos es un agente letal, para ellos funciona como un recurso energético.

Este fenómeno podría tener aplicaciones en biotecnología, medicina y seguridad nuclear. Podría inspirar tratamientos protectores en radioterapia o materiales resistentes para zonas altamente irradiadas.

Un descubrimiento que redefine la relación entre vida y radiación

Los hongos negros de Chernóbil demuestran que la vida puede adaptarse a condiciones extremas. Su radiosíntesis, su capacidad para reducir radiación y su potencial para crear escudos vivos los convierten en una de las claves más prometedoras para el futuro de la exploración espacial.

Aunque aún quedan preguntas por responder, estos organismos ya cambiaron la manera en que entendemos la biología, la energía y la supervivencia en ambientes hostiles. En una ironía histórica, el desastre nuclear más devastador podría aportar la tecnología natural que proteja al ser humano a millones de kilómetros de la Tierra.