La de ayer fue una elección legislativa diferente. Los resultados no despejaron ninguna incógnita porque antes de votar estaba claro que el próximo presidente de los argentinos va a surgir de una lista que integran Sergio Massa, Daniel Scioli, Mauricio Macri, Hermes Binner y Julio Cobos. El intendente de Tigre es hoy quien se proyecta con más protagonismo y los otros cuatro candidatos tendrán que modificar esa sensación a fuerza de voluntad, talento y buena suerte. Pero el dilema mayor de la Argentina actual supera la elección. La sociedad y su núcleo dirigente, que forman los políticos, los empresarios, los jueces y algunos otros influyentes ocasionales, desesperan por saber cómo evoluciona la salud de la Presidenta para determinar cuándo se pondrán poner en marcha los cambios indispensables que necesita la economía de un país que está sintiendo los efectos de la decadencia kirchnerista.


El último parte de médico de Cristina y las palabras de sus colaboradores y su hijo Máximo sólo agregan incertidumbre. La Argentina es, hasta que haya precisiones sobre el regreso de la Presidenta, un país sin conducción ni liderazgo político. Después de una derrota como la que el Gobierno sufrió anoche y la que venía de sufrir en las PASO está claro que ya no hay margen para la radicalización o las posturas extremas. A partir de hoy, el estilo agresivo con el que Guillermo Moreno monopolizó las negociaciones económicas en los últimos tiempos o la soberbia militante de Axel Kicillof se encontrarán con una resistencia mucho más activa. La frase que Massa eligió en la última semana de campaña fue sintomática: A Moreno en un gobierno mío no lo tendría ni de barrendero.


Descartada la variante de profundizar la confrontación tras la avalancha de votos opositores, a Cristina le queda un sólo camino para dotar a su gestión de la templanza necesaria para llegar a 2015 sin precipitar al país hacia una nueva crisis económica como la de las décadas anteriores. La Presidenta está obligada a recrear la solidez política de su gobierno estrechando lazos con el peronismo y está obligada también a reemplazar a su equipo económico para recuperar la credibilidad perdida. Sin caras nuevas en su gabinete no habrá progresos en la lucha contra la inflación; ni habrá posibilidad de volver a los tiempos de los superavits gemelos y la carrera suicida contra el dólar será finalmente una competencia con el destino marcado: el de las devaluaciones precipitadas que terminan empobreciendo a los sectores más desprotegidos.


Además de completar sus días de reposo, Cristina debe en su regreso dejar atrás este interregno con un presidente a cargo (Amado Boudou) que el Gobierno prefiere esconder en un segundo plano. Y debe superar los enfrentamiento permanentes de sus funcionarios, la mayoría de ellos devaluados en su imagen y en la consideración del resto de la dirigencia nacional. Si la respuesta al tremendo mensaje que la sociedad le envió anoche al kirchnerismo es seguir negando la realidad y simular que fueron revalidados como fuerza política nacional van a terminar estrellándose contra las evidencias. El problema es que en la nave que conduce la Presidenta vamos todos. Va el destino de una Argentina que espera signos de cambio.