Con la pesada carga de las consecuencias del mal desempeño económico del año pasado estamos comenzando un año desafiante marcado por una recesión considerable y por las inminentes elecciones.

A pesar de los múltiples riesgos, es probable que tengamos buenas probabilidades de transitar exitosamente la actual coyuntura, por lo menos en cuanto a no sufrir nuevamente una crisis cambiaria ni una profundización de la caída de la actividad económica para, luego, comenzar una recuperación.

El 2019 no será un año positivo en sus resultados, pero sí puede sostenerse que finalizará con focos de incertidumbre cerrados, dando pie a un punto de partida mucho más "sano" para 2020 del que 2018 le dejo a este año.

Estas líneas toman por base un informe divulgado por ABECEB en enero y presentan respuestas a algunos interrogantes relevantes que permiten respaldar una visión "cautamente optimista" del futuro inmediato.

¿Fue positivo el acuerdo con el FMI?

Dada la profundidad de la recesión y la inflación parecería que no aunque, reconociendo lo duro de la situación, no debería juzgárselo por sus costos asociados sino por su propósito excluyente: la estabilización. El préstamo de u$s 57.000 millones y el endurecimiento de la política económica fueron hijos de la grave crisis de confianza. Si el gran problema era la descomunal demanda de dólares en un contexto de alta incertidumbre, la solución tenía que venir por la estabilización del mercado cambiario, aun cuando esto implicara enfriar fuertemente la economía. En ese sentido, el programa ha tenido un logro en cuanto a la estabilización de la cotización del dólar y drástica reducción del atesoramiento, desde su pico en mayo de 4620 millones a 410 millones. La opción era estabilización o caos. En estos términos, la opción elegida parece haber sido una decisión acertada.

¿Seguirá siendo dura la política económica?

Definitivamente. La necesidad de cumplimiento de lo acordado con el Fondo en cuanto a las metas fiscales y monetarias no permite laxitudes. El llegar a déficit primario cero en 2019, desde 2,5% del PBI en 2018, significa un ajuste durísimo. Aun con una presión tributaria altísima para la economía registrada, el gobierno se vio obligado a aumentar impuestos incluyendo los derechos a las exportaciones y a recortar fuertemente los subsidios y la obra pública.

El tener que mantener casi constante la base monetaria le pondrá un piso muy elevado a las tasas de interés. Adicionalmente, en un año con incertidumbre política, será central el "trade-off" entre la tasa de interés (incentivo para ahorrar en pesos) con la de devaluación esperada (incentivo para ahorrar en dólares). Otra vez el propósito del plan: estabilizar.

¿Terminó la crisis de confianza?

No totalmente. Si bien valor del Dólar se estabilizó y la dolarización de portafolios se redujo drásticamente, existen indicios de que "el mercado compró el programa" pero sólo en el corto plazo y duda sobre la sostenibilidad de la economía post 2019; cuando tengamos que financiar nuestro déficit (ya no primario, sino por la abultada carga de intereses) vía emisión de deuda. Prueba de ello es que el riesgo país se encuentra en un nivel estructuralmente elevado, con influencias lógicas de lo político por temor al retorno a políticas populistas, aunque este escenario no sea altamente probable.

¿Y lo social?

Una de las dudas que mantiene a los inversores reticentes al riesgo argentino es la viabilidad social de cumplir con los estrictos compromisos asumidos con el Fondo, con una economía retrayéndose, el grifo de la política fiscal y monetaria cerrado, y la etapa preelectoral.

Si bien el riesgo de un incremento de la conflictividad y puja distributiva no es nulo, existen algunos elementos para pensar que hay buenas chances de mitigarlos. Pese a los malos indicadores de actividad y el desplome del salario real, algunas medidas laborales y sociales de contención impulsadas por el gobierno permitieron que el icónico mes de diciembre haya transcurrido con calma. Ello mostró pragmatismo para administrar las tensiones.

Además, la expectativa de que la economía y el ingreso disponible comiencen a mostrar una ligera mejora a partir del segundo trimestre - de la mano del impulso del campo, el cierre de nuevas paritarias, menores tasas de inflación y una mejora en términos reales del gasto en jubilaciones y asignaciones familiares, implicará un alivio que facilitaría la administración de las tensiones.

¿Hay posibilidades de otra corrida cambiaria?

Las presiones sobre el mercado cambiario han aflojado sensiblemente no sólo por la devaluación, sino también por los propios efectos de la recesión. Puede esperarse un año con mayor afluencia de dólares gracias a la recuperación de la cosecha y el repunte de la economía brasileña, mientras que el desarme de "carry-trade" que resultó desestabilizador en 2018 pasará a jugar un rol menor.

Por el lado de la demanda de dólares, la caída del nivel de actividad y el encarecimiento relativo de los bienes y servicios importados y un tipo de cambio siguiendo de cerca a la inflación, traerá consigo un menor nivel de compras al exterior, especialmente en la cuenta turismo, y una disminución del monto en dólares de los giros de utilidades.

Si estos fueran los factores fundamentales por el lado de la oferta y la demanda, deberíamos esperar un mercado con, al menos, USD15.000 millones más que en 2018, lo cual sentaría las bases para desechar un nuevo episodio de "stress cambiario tipo 2018".

¿Cederá la inflación?

Sin lugar a dudas. Puede esperarse que el nivel general de precios crezca en torno a 27% durante este año. Los principales factores que incidirán en esta baja son la mayor estabilidad cambiaria, las elevadas tasas consecuencia de la política monetaria y la debilidad de la demanda interna.

¿Cuándo comenzará la recuperación?

El punto de quiebre se dará en el segundo y tercer trimestre. Dado que el 60% de la demanda agregada es consumo privado, el foco deberá estar puesto en la evolución de sus principales disparadores, entre los cuales destacan el poder adquisitivo de los salarios, el nivel de empleo y el costo de financiamiento para las familias. Los salarios del sector privado registrado han comenzado a acercarse a la inflación pasada y ya crecen por encima de la inflación corriente, lo cual da cuenta de una cierta recomposición del poder adquisitivo. En cuanto al nivel de empleo, las perspectivas son un poco menos auspiciosas puesto que su evolución suele operar con rezago respecto a la actividad. En cuanto a la disponibilidad del crédito para las familias, por lo dicho arriba, no podrá esperarse gran cosa.

La inversión privada no pujará en un año electoral, así como tampoco el Estado podrá darle impulso a la economía a través de la obra pública. El agro y sus encadenamientos impulsarán la actividad a partir de abril cuando comience de manera intensiva la cosecha gruesa.