Argentina se enfrenta a una encrucijada: seguir siendo una de las economías más cerradas del mundo o asumir, de una vez por todas, el desafío de internacionalizar su matriz productiva. La inminente firma del acuerdo entre el MERCOSUR y la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) no es un hecho aislado; es un test sobre nuestra capacidad de proyectarnos al mundo.

El pacto con Noruega, Suiza, Islandia y Liechtenstein, aunque pueda parecer limitado por la escala de sus mercados, encierra oportunidades estratégicas que Argentina no debería desaprovechar. En el caso de Noruega, el desarrollo de hidrocarburos offshore y su liderazgo en energías limpias y pesca industrial muestran un camino de cooperación con impacto concreto para nuestra Patagonia, donde la salmonicultura -tan resistida en clave local- podría transformarse en fuente de empleo y de innovación industrial costera.

Del mismo modo, el potencial geotérmico de Islandia debería interpelarnos. Si ellos logran cubrir más del 90% de su matriz energética con esta fuente, ¿cómo puede ser que Argentina, con 3.000 kilómetros de cordillera, no tenga un solo proyecto activo? Se trata de una riqueza dormida que podría reactivar regiones hoy condenadas al aislamiento económico.

Suiza, por su parte, abre una ventana en industrias de altísimo valor agregado: farmacéutica, química, de precisión. Su necesidad de reducir la huella de carbono y cumplir con compromisos internacionales coincide con nuestra urgencia de atraer inversión y generar divisas genuinas. Ahí también hay una coincidencia estratégica.

El desafío, sin embargo, excede a EFTA. MERCOSUR tiene hoy sobre la mesa negociaciones con Singapur y Emiratos Árabes Unidos. El primero es la llave de acceso al RCEP, el bloque comercial más grande del planeta, que articula a las principales economías de Asia y Oceanía. El segundo, una puerta de entrada al Golfo Pérsico, donde la demanda de alimentos refrigerados y bienes con alto valor agregado crece de manera exponencial. Concretar estos acuerdos en el corto plazo significaría reposicionar al bloque sudamericano en el mapa global y, al mismo tiempo, enviar un mensaje inequívoco a la Unión Europea, que posterga indefinidamente la ratificación del acuerdo MERCOSUR-UE por razones que parecen más políticas que económicas.

La ventana de oportunidad está abierta. Pero no alcanza con firmar tratados: Argentina necesita reformas urgentes en infraestructura logística, en marcos laborales, impositivos y judiciales, y en su sistema político. Sin una estructura competitiva, ningún acuerdo comercial se traduce en desarrollo sostenido.

El mundo se mueve rápido, y la Argentina no puede seguir discutiendo si abrirse o no al comercio internacional. La verdadera pregunta es si vamos a hacerlo a tiempo o si volveremos, una vez más, a dejar pasar el tren de la historia.