

¿Cómo habría actuado Kirchner? fue la pregunta obligada durante los meses que siguieron a la muerte del ex presidente. Los movimientos de Cristina Kirchner eran en buena medida analizados según ese parámetro. Con el correr de los años -en octubre se cumplirán cuatro del fallecimiento de Kirchner- las comparaciones fueron perdiendo atractivo: los desafíos de gestión fueron cambiando y también los protagonistas.
La figura de Kirchner sin embargo vuelve a aparecer en medio de los tardíos esfuerzos del Gobierno por encontrar una salida a la cuestión de los fondos buitre. Kirchner, junto con Roberto Lavagna y Guillermo Nielsen, canjeó en 2005 la deuda en cesación de pagos por 81.800 millones de dólares, con más de un 75 por ciento de aceptación. Esa operación, reabierta en 2010 para alcanzar más del 92%, fue uno de los principales activos de su gobierno. Hoy corre el riesgo de desmoronarse.
Se ha dicho ya: el ex presidente solía amenazar con jugarlo todo a un lanzamiento de dados. Nunca llegó a eso. Kirchner mostraba audacia, pero también conciencia de los riesgos. La incógnita aparece con la inminente decisión de la Presidenta sobre los holdouts, los bonistas que no aceptaron el canje.
En su última visita Nueva York, el ministro de Economía Axel Kicillof reiteró a Daniel Pollack, el hombre designado por Thomas Griesa para conducir las negociaciones, la voluntad de pago argentina, pero también la convicción de que el fallo del juez es de “imposible cumplimiento”. Kicillof decidió finalmente no asistir a la última convocatoria de Griesa, quien además reunirá el martes en una audiencia a un grupo de bonistas, ya no al Gobierno.
A diez días del vencimiento del plazo para efectivizar el pago a los bonistas que sí ingresaron al canje (los fondos fueron inmovilizados por el fallo del juez Griesa), las señales del Gobierno siguen siendo confusas y contradictorias.
Como antes descontaba que la Corte de EE.UU. tomaría el caso argentino y evitaría el desencadenamiento de una crisis que podría afectar la reestructuración de otras deudas soberanas, el mercado asumió esta vez que la Argentina se someterá a la justicia de Nueva York y les pagará a los holdouts para evitar un cataclismo en su economía. Lo primero, se sabe, no ocurrió. Lo segundo, ya no es tan seguro.
¿Es el nuevo endurecimiento del Gobierno sólo una estrategia de negociación?
Cristina pudo haber aprendido sobre las tácticas de Kirchner, pero sus personalidades están lejos de parecerse.
Desde sus experiencias en la gobernación de Santa Cruz, y más atrás también, Kirchner siempre se mantuvo dentro del juego tradicional del poder. Era un dirigente, digamos, sistémico. En cuanto a su manejo de la deuda en cesación de pagos heredada de la crisis, es verdad que Kirchner encaró una reestructuración sin precedentes (el tamaño de la deuda en default tampoco los tenía) pero también que era el desafío de su época. Lo que buscaba realmente Kirchner era salir razonablemente del default y avanzar en la idea de autonomía para su proyecto político, sin auditorías externas ni condicionamientos, como lo demostró el pago total de los compromisos con el FMI.
La deuda que permanecía en default se ignoró, cuestión de la que no resulta eximido Kirchner a pesar del relativo éxito de los canjes y de que el mundo no tiene respuestas para casos como este. O sí las tiene, a la luz de los fallos de Griesa.
Frustrada la salida vía Corte de EE.UU., hoy ciertas ambiciones de la Presidenta siembran dudas.
Ante el desafío al que la sometió Griesa, la intención de Cristina Kirchner no parece ser obtener las condiciones más favorables para el país en una negociación por la deuda olvidada. Apoyada en la retórica antisistema del ministro de Economía Axel Kicillof, la Presidenta parece tentada hoy por una empresa mayor: aleccionar al sistema financiero internacional por su falta de respuestas.
Hasta ahora el Gobierno consiguió tender una red de solidaridades políticas en foros internacionales que no tienen ningún alcance sobre la causa judicial y cuyo valor es retórico. La estrategia ignoró en cambio cualquier acción en los organismos financieros, que podría haber ido en paralelo a esta controversia jurídica. Tal hubiera sido razonable plantear allí el caso, no en el viejo movimiento de no alineados.
Los diarios recogieron en estos últimos días voces oficiales que, extrañamente, anticiparon consecuencias menos gravosas de una caída en cesación de pagos que las que esa misma decisión provocó en 2002. Es probable, pero el perjuicio caerá sobre una economía maltrecha. Se verá si la Presidenta se decide a pasar a la historia detrás de la insospechada bandera de un default.













